Por Rubén Peralta | La campaña publicitaria mundial lleva meses en marcha, y la creación del mito moderno en torno a Barbie también comenzó hace tiempo: el mundo se ha quedado sin rosa, que esto sea cierto o no, es irrelevante. Más bien, el tamaño de esta leyenda se refiere a las expectativas asociadas a la película. ¡Piensa en rosa!, la canción del musical de Stanley Donen (Funny Face 1957), lleva meses sonando en contrapunto a la música del tráiler en mi cabeza. Una pregunta rondaba mi cabeza todo el tiempo, una que ni siquiera los tráileres en concierto con la promoción masiva de la película podían responder de antemano: ¿cómo se adapta a la gran pantalla la muñeca de juguete más icónico de finales del siglo XX y principios del XXI? ¿Y un producto de consumo que oficialmente no tiene biografía ni narrativa, sino que existe en el espacio del tópico (ideológico y estadounidense por excelencia) de las posibilidades ilimitadas? ¿Y que, sin embargo, puede echar la vista atrás a una apasionante historia de éxito que abarca más de medio siglo?
En primer lugar, tomándose en serio esta misma paradoja y resolviéndola. En Barbieland, la Barbie Presidenta (Issa Rae) gobierna junto con el Congreso de Barbie, la Barbie Doctora (Hari Nef) vela por el bienestar, las Barbies ganan Premios Nobel, trabajan en la construcción, vuelan al espacio, ya lo han conseguido todo. Pero la película también trata con ironía ofensiva esta promesa de Barbie como modelo para las mujeres reales: «lo hemos arreglado», dice Barbie (Margot Robbie) más tarde, y quiere recibir la gratitud que le corresponde a sus ojos. En el mundo real, sin embargo, se le muestra bruscamente un espejo en forma de adolescente profundamente resentida. Aquí es también donde chocan el feminismo intelectual y el popular y sus opiniones sobre Barbie.
¿Y los Kens? Pues se les da bien la playa. Barbie y Ken se toma a Barbie al pie de la letra: Ken sólo existe en conjunción con Barbie, es un apéndice, el más uno de Barbie. Por eso los Kens de Ryan Gosling y Simu Liu cortejan constantemente a la Barbie protagonista; a otros Kens se les suele ver colocados detrás de sus correspondientes Barbies, como Emma Mackey y Ncuti Gatwa (ambos conocidos por Sex Education). Pero es precisamente esto -ser capaz de estar seguro de la propia existencia sólo en la mirada de Barbie- lo que frustra al Ken de Ryan Gosling, encantador y despistado, intenta una y otra vez crear una relación heteronormativa entre los dos, que (y aquí podemos respirar aliviados) fracasa.
Sin embargo, si hubiera que poner un hilo conductor a Barbie, sería el de Margot Robbie convirtiéndose en un tema. Los pensamientos sobre la muerte durante una bulliciosa fiesta conmocionan a Barbieland y a ella: después, nada es como era, su vida perfecta se resquebraja. Siguiendo los consejos del oráculo (Barbie rara, interpretada por Kate McKinnon), Barbie se adentra en el mundo real para localizar a la infeliz cuyas emociones la embargan. Tras pruebas y tribulaciones – «Toto, esto ya no es Kansas»-, al llegar a la sede de Mattel, que funciona sospechosamente según las reglas de Jacques Tati en Playtime, está lista para volver a Barbielandia.
«Hace años que no estoy en una caja…». – Con una mirada lejana que revela que los recuerdos se han desvanecido con los incontables años, Barbie mira la caja de tamaño humano. Al principio se deja llevar por la sensación de vaga familiaridad y entra en la caja, situándose -evidentemente- perfectamente en el centro de esta, pero justo en el momento en que los lazos de plástico blanco están a punto de atarle las muñecas y (una vez más) convertirla en un objeto, Barbie decide cambiar de idea. Y escapa de sus garras. Al llegar al mundo real, esta Barbie ya ha desarrollado una conciencia de sí misma demasiado fuerte para semejante constricción.
Un peligro mucho mayor lo representa Ken, que en el mundo real descubre el poder de los hombres y, en consecuencia, el patriarcado como forma de sociedad. Equipado con un nuevo icono (un caballo) y una nueva misión, viaja a Barbieland para derribar las estructuras a favor de los Ken, con consecuencias desastrosas e increíblemente divertidas. Barbieland se convierte en Kendom, estética de soltero y mini neveras donde antes reinaba el rosa. Y sin más dilación, Gloria (America Ferrera) y Sasha (Ariana Greenblatt) desde el mundo real son traídas para salvar Barbieland.
Junto a este hilo narrativo, en el que se teje la crisis de identidad de Ken, se tienden repetidamente otros nuevos, con los que se entrecruzan y conectan. Son estos cruces los que mantienen unidas las piezas del musical, el drama madre-hija, el cuento de hadas, la road movie, el thriller de espías, la buddy movie, la comedia romántica y la tragicomedia. A pesar de la naturaleza parcialmente episódica de la película, estos eslabones encadenados se entrelazan hábilmente para conducir el juego de absurdos. Barbie también rebosa literalmente de citas y apropiaciones cinematográficas, referencias a técnicas cinematográficas de décadas pasadas y gestos subversivos. Sin embargo, no es una película sobre el cine, como Singin’ in the Rain, una referencia clave para un número musical de ensueño. Lo realmente sorprendente es que incluso las citas cinematográficas más manidas y enervantes, como la secuencia del monolito de 2001: Una odisea del espacio, funcionan realmente en la astuta adaptación. Me parece que la película se basa en una coreografía impulsada por una energía anárquica, que anima lo fantástico y onírico inspirado por la (no) musicalidad de la película. Todo ello apoyado por un diseño de decorados y vestuario que me hizo querer parar la película (o volver a verla) para fijarme en todos los detalles.
Obviamente, Mattel ha abierto los archivos para Greta Gerwig (directora y guionista), Noah Baumbach (guionista) y Margot Robbie (coproductora de la película), cuyo material han sabido tratar de forma entre lúdica e irónica. Y sin embargo: mientras que otras Barbies se definen más por una profesión o un adjetivo, la Barbie de Margot Robbie prescinde de ellos. En la película, se la describe adjetivamente como estereotipada y es, por tanto, blanca, rubia y perfecta. La película no se aparta de esta norma (salvo en este último aspecto). Barbie también retoma una sola historia del origen de la muñeca, a saber, la favorecida por Mattel, y la eleva al nivel de mito. Estilizar a Ruth Handler, la creadora de Barbie (la muñeca), hasta convertirla en un icono casi feminista que admite con un guiño su evasión fiscal… difícil. Contrariamente al desliz de Margot Robbie, Barbie no escapa en última instancia a la caja de posibilidades ilimitadas.
Desde el primer segundo, la franquicia y el universo lúdico de Barbie son explotados hasta el desenfreno. Después de que un tsunami rosa nos haya introducido en su mundo y de que cada absurdo del espectro de personajes de Mattel haya sido presentado incluso a los no entendidos, Greta Gerwig intenta incluso establecer una historia por momentos, pero carece de relevancia hasta el final. Al estilo de DESIRED de Disney, realidad y mundo paralelo se enlazan y así por un lado ofrecen el gancho de toda la película, que al mismo tiempo planea sobre el resto de la idea como un MacGuffin e incluso provoca confusión en algunos momentos, y por otro lado la combinación de sátira musical y real también se sostiene aquí. Pero no es exactamente esta historia superficial lo que importa, sino el encadenamiento sin fin de desigualdades de género excesivas, que parecen francamente absurdas debido a la inversión del problema, provocan una carcajada tras otra y al mismo tiempo, a la vista de la sátira real, ponen al público en estado de shock.
El temor a una película demasiado tonta y poco objetivamente polarizadora era grande de antemano. Pero afortunadamente Great Gerwig demuestra que se puede confiar en su forma de interpretar y adaptar la realidad. Hacía mucho tiempo que no era capaz de reír tanto y pasar por un interesante abanico de emociones. La armonía interpretativa de Robbie y Gosling ha de considerarse uno de los puntos cruciales. El retrato contrapuesto de la deconstrucción del éxito económico del imperio de Barbie y, por ende, de Mattel, y el reflejo patriarcal y feminista resultante de la realidad es una combinación fenomenal que nunca había experimentado.
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