La química es nuestra esencia. Vivimos rodeados de y estamos formados por sustancias químicas. Y sin embargo, no las entendemos.
En unos casos, la publicidad advierte que los productos “libres de químicos” son “más saludables”, mientras en otros viste sus artículos con ropajes pseudoquímicos para afirmar que aumentan su eficacia. La química tiene fama de peligrosa, pero también de salvar vidas.
¿Qué es en realidad la química, el problema o la solución?
Sustancias químicas a nuestro alrededor
Empecemos por el principio. Toda la materia existente está formada por sustancias químicas, como las que pueblan nuestras cocinas, donde coexisten el cloruro de sodio (NaC₁), el hidrógenocarbonato de sodio (NaHCO₃) o el ácido etanóico (CH₃-COOH), más conocidos como sal de mesa, bicarbonato y vinagre. Las reacciones entre todas ellas dan lugar a los guisos con que nos alimentamos.
Nuestro cuerpo es un reactor: en él se producen infinidad de reacciones. Por ejemplo, lloramos al pelar cebollas porque al cortarlas se libera sulfóxido de tiopropanal (C₃H₆OS), una sustancia gaseosa a temperatura ambiente que, cuando alcanza la córnea, irrita las terminaciones nerviosas de la conjuntiva. Éstas, a su vez, envían otras sustancias que estimulan las glándulas lacrimales y producen las lágrimas.
Todas las sustancias participantes en el proceso han sido producidas en nuestro cuerpo mediante diferentes reacciones químicas en las que los alimentos ingeridos previamente se han transformado en las lágrimas, pero también en uñas, orina, pelo, semen, cera de los oídos, etc. Por ello, parafraseando a Bécquer podríamos decir:
“¿Qué es la química? ¿Y tú me lo preguntas? Química eres tú.
Sustancias químicas en las emociones
La química también es responsable de las emociones. Cuando nos enamoramos el corazón late más rápido, la tensión arterial aumenta y se generan más glóbulos rojos, que permiten aumentar la oxigenación. La causante de todos estos efectos es la feniletilamina, de fórmula C₈H₁₁N, una droga natural, semejante a las anfetaminas, producida por el cerebro y que actúa como neurotransmisor.
Tras romper con una pareja, algunas personas se sienten mejor si consumen chocolate. La química lo explica: el chocolate es un alimento rico en feniletilamina y el cuerpo ha dejado de producirla. Su ingesta devuelve al cuerpo al nivel al que estaba acostumbrado, ayudando a superar el «mono”.
Las sustancias químicas en la publicidad
El desconocimiento de las leyes de la química provoca que la desinformación generada por una publicidad sesgada nos deje indefensos. Por ejemplo, el creciente interés por la comida sana ha generado una oferta de productos “naturales” o “sanos”, contraponiéndolos a los elaborados en laboratorios, generalizando frases como “las cosas naturales no contienen química” o “no comas eso, que tiene químicos”.
La falacia es doble. Por una parte porque todo lo que comemos, incluso una naranja recién cogida del árbol, está formado por sustancias químicas. Por otra, porque no todo lo natural es saludable, como sucede con el veneno de víbora.
La falsa contraposición natural versus artificial fue superada en 1799 cuando el francés Joseph Louis Proust enunció la ley de las proporciones definidas. Los químicos del momento creían que una sustancia producida en el laboratorio era diferente de la misma sustancia procedente de la naturaleza. Con esta ley, que afirmaba que las propiedades de cada sustancia eran constantes independientemente de su origen, Proust ponía fin a la separación entre ambos mundos, lo que supuso un hito en el avance de la química.
Aspirinas naturales
La salicilina ofrece un ejemplo del interés de esta ley. En el antiguo Egipto se obtenía machacando la corteza del arce y se usaba como analgésico y antipirético. Tras sintetizarla en el laboratorio, su uso se generalizó en la segunda mitad del siglo XIX bajo la marca Aspirina.
Investigaciones posteriores condujeron al ácido acetilsalicílico, un derivado de la salicilina, que mantiene y mejora sus propiedades, al eliminar su sabor amargo y su acción irritativa sobre el estómago.
Oxígeno ‘activo’ para quitar las manchas
Otras estratagemas publicitarias hacen uso de la química en sentido contrario, pues en lugar de resaltar su supuesta peligrosidad, se apoyan en terminología pseudoquímica para aumentar la credibilidad de los productos ofrecidos. Así, algunos artículos de limpieza aseguran poseer mayor poder limpiador porque contienen “oxígeno activo”. Sin embargo, como nos mostró Proust hace más de dos siglos, el oxígeno, O₂, al igual que cualquier otra sustancia, posee siempre las mismas propiedades, tanto el que se publicita en un limpiador como el que participa del aire que respiramos.
Además, estos artículos no contienen oxígeno, sino agua oxigenada (H₂O₂), un excelente quitamanchas y blanqueador gracias a su elevada capacidad para reaccionar con numerosas sustancias. Entre los productos formados al reaccionar el agua oxigenada se encuentra el oxígeno (O₂), gas que provoca el burbujeo característico de estos limpiadores.
Resulta interesante, al respecto, comentar que el poder desinfectante del agua oxigenada proviene de su capacidad de reaccionar con la sangre. El oxígeno producido en esta reacción provoca tanto la oxidación y muerte de los microorganismos como el escozor y las burbujas que aparecen en la herida.
Las sustancias químicas ‘malas’
La sociedad siente temor hacia la química, por considerarla contaminante y peligrosa. Es cierto que existen sustancias nocivas, como los pesticidas. Pero sería necesario debatir si la responsabilidad recae en la química o si hay que achacarla a vertidos de empresarios poco escrupulosos, a consumidores despreocupados de sus desechos o a las autoridades que no dedican suficientes esfuerzos a la prevención y reparación por parte de los causantes de daños ambientales.
También preocupan los explosivos o la energía nuclear. Sin embargo, los primeros son esenciales en construcción, minería o fuegos artificiales, mientras la radiactividad es fundamental en técnicas de diagnóstico y tratamientos de enfermedades, agricultura, exploración espacial o estudio de obras de arte.
En definitiva, la química no es beneficiosa ni dañina, sino que la responsabilidad del uso racional de la misma recae en las personas.
Será todavía más relevante en el futuro porque podrá facilitar soluciones a los graves problemas que afronta la humanidad, como la sostenibilidad, el cambio climático, la erradicación de enfermedades, tanto actuales como desconocidas, o conseguir alimentación para todos los habitantes del planeta, que según cálculos de las Naciones Unidas pasarán de los 8 000 millones actuales a 9 700 millones en 2050.
M. Consuelo Domínguez Sales, Profesora Asociada al Departamento de Didáctica de las Ciencias Experimentales, Universitat de València
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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