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La esquizofrenia no solo se cura con medicamentos

La esquizofrenia no solo se cura con medicamentos

En el mundo occidental, las psicosis se tratan con medicamentos. Sin embargo, hay multitud de experiencias en países nórdicos que demuestran que con acompañamiento, redes de apoyo e inclusión se consiguen resultados sorprendentes.

Adolfo J. Cangas, Universidad de Almería

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Alan lleva dos años con medicación antipsicótica. Le comentamos que puede elegir el tratamiento con el que le vamos a acompañar. Nos dice que con los neurolépticos se siente bloqueado, que enlentece su pensamiento, no puede sentir emociones, ha perdido memoria y que se siente aislado, que quiere dejarlo.

Respetamos su decisión y le preguntamos acerca de lo que necesitaba, lo que creía que podría ayudarle a encontrarse bien. Conversamos sobre los apoyos con los que cuenta, su forma de afrontar los momentos más difíciles y la ayuda de su familia y allegados, así como las actividades con las que podría poco a poco romper su aislamiento.

En su rostro se dibujó una sonrisa cuando le ofrecimos opciones que no implicaban medicación: acompañamiento terapéutico, reuniones con su red de allegados y psicoterapia individual y grupal.

¿Significa eso que es posible llevar a cabo el tratamiento de psicosis como en este caso, sin fármacos o con dosis mínimas?

Diálogo en lugar de medicamentos

Este es un extracto de un caso atendido en la Unidad de Atención Temprana del Hospital Universitario Príncipe de Asturias, un dispositivo que sigue el modelo de Diálogo Abierto, surgido en Finlandia pero no muy extendido en España.

En el resto del mundo occidental, por regla general, lo que predomina es el tratamiento farmacológico. Sin embargo, cada vez hay más investigaciones que demuestran que centrar todos los esfuerzos en que los pacientes tomen la medicación no resulta tan beneficioso como se pensaba. Incluso puede contribuir a cronificar estos problemas.

La buena noticia es que existen ya bastantes experiencias que señalan que se puede recurrir al tratamiento de la psicosis sin emplear fármacos, o utilizarlos sólo a dosis mínimas durante periodos cortos de tiempo. Un enfoque pionero en este campo fue el modelo de Soteria, desarrollado en la década de los setenta por el psiquiatra Loren Moshler en Caifornia (EE. UU.), donde las personas con problemas de salud mental vivían en una comunidad apoyados por personal no sanitario. La intervención farmacológica era puntual, y ni siquiera en todos los casos.

Acompañamiento, inclusión e integración

El mencionado enfoque de diálogo abierto, surgido hace más 40 años en Laponia occidental, es el que ha obtenido hasta el momento los mejores resultados en el tratamiento de la psicosis a nivel internacional. Se basa en el acompañamiento de un equipo móvil de apoyo, respondiendo a las necesidades de la persona en su propio entorno y reorganizando su red social como una red de cuidados, siendo siempre muy respetuosos y haciendo partícipe en todo momento de las decisiones a la persona afectada.

Desde otras orientaciones, como la terapia de aceptación y compromiso, también se incide en que lo principal en el proceso de recuperación es atender a los valores o el proyecto de vida de la persona.

Igualmente, cabe señalar otras experiencias, como la apertura de una planta de psiquiatría libre de medicación en Noruega o la existencia en diferentes países de centros de crisis o casas de respiro, lugares seguros donde las personas pueden pasar momentos emocionales complicados en sus vidas. En estas casas de respiro están acompañados de otras personas que han tenido experiencias similares, sin tener que recurrir a los servicios sanitarios. Eso supone una diferencia importante frente a la alternativa de un ingreso hospitalario.

Asimismo, en salud mental cada vez hay más evidencias que establecen como esenciales para la recuperación aquellas medidas que fomentan la expresión emocional, el bienestar personal y la integración social de las personas. Por ejemplo a través de actividades artísticas o deportivas, llevadas a cabo en contextos normalizados, de modo regular y con la participación de todos los ciudadanos (inclusivas).

Tampoco nos podemos olvidar de los grupos de ayuda mutua, donde son los propios afectados los que se unen para apoyarse y buscar soluciones a sus dificultades, aspecto fundamental para el empoderamiento y la participación social.

El exceso de medicación podría responder a intereses comerciales

Todos estos movimientos vienen apoyados por abundante literatura publicada en los últimos años, como el libro de Robert Whitaker Anatomía de una epidemia, donde denuncia precisamente los intereses comerciales de la industria farmacéutica. O la obra de la doctora Joanna Moncrieff, que en su manual Hablando claro destaca que la medicación provoca cambios en el sistema nervioso que pueden ser útiles en algunos casos, pero esto no significa que estemos hablando de una curación.

En ese mismo sentido, el psicoterapeuta y antropólogo británico James Davies indaga en Sedados sobre cómo el capitalismo moderno fomentó la crisis actual en salud mental con su abordaje primordialmente farmacológico.

De este modo, diferentes investigaciones y experiencias, sumadas al creciente movimiento social en contra de las prácticas psiquiátricas habituales, apuntan a un necesario cambio de modelo. Debemos pasar de un enfoque básicamente biomédico a abordajes de carácter psicosocial, que pongan en primer lugar a la persona y sus necesidades y, en segundo término, los tratamientos farmacológicos. Este verano se va a celebrar el 26º Encuentro de la Red Internacional para el Tratamiento de la Psicosis, y puede ser una buena ocasión para profundizar y ponerse al día con estas cuestiones.


Andrés López Pardo, psiquiatra de la Fundación Pública Andaluza para la Integración Social de Personas con Enfermedad Mental (FAISEM) y Silvia Parrabera, psicóloga Clínica y coordinadora de la Unidad de Atención Temprana (UAT) del Hospital Universitario Príncipe de Asturias de Madrid, han colaborado en este artículo.


Adolfo J. Cangas, Catedrático de Psicología, Universidad de Almería

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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