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Felicidad a la carta: las fórmulas que están de moda

Felicidad a la carta: las fórmulas que están de moda

¿Cómo alcanzar la felicidad? Cada país, cada cultura, tiene una fórmula para llegar a ella. Pero ¿funcionan realmente estas fórmulas? Y, sobre todo, ¿pueden exportarse a otros países?

Fernando Arturo Muñoz Pace, Universidad de Palermo

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“Si quieres ser feliz por un día, emborráchate; una semana, mata a un cerdo; un mes, cásate; toda la vida, sé jardinero”.

Este antiguo proverbio chino indica el interés por saber cómo alcanzar la felicidad. Este ejemplo concreto resulta divertido, pero muchas otras técnicas cuentan con fieles seguidores y convierten a los libros que las describen en seguros superventas.

La razón es simple. Mucha gente se pasa la vida entera buscando la fórmula para ser feliz. Un efecto que se multiplica a medida que advierte que la felicidad solo se mide en términos de éxito y que suele ser efímera.

En los últimos años, algunos de los superventas mencionados han hecho hincapié en tres conceptos: ikigai, lagom y hygge. Según sus autores, solo hay que incorporarlos a nuestras rutinarias vidas occidentales para ser felices.

El secreto de Okinawa

En Ikigai esencial, Ken Mogi explica que este concepto puede traducirse como un propósito, como “aquello que nos hace levantarnos con ilusión cada mañana”. Después, destaca sus principios: empezar con humildad, renunciar al ego, mantener la armonía, disfrutar de los detalles y ser conscientes del aquí y el ahora.

Aunque el ikigai tiene miles de años –data del período Heian, entre 794 y 1185– cobró notoriedad en Occidente cuando el escritor Dan Buettner dio una charla TED titulada Cómo vivir más de cien años.

Buettner, becario de National Geographic, investigó distintas regiones donde la gente vive mucho más que el promedio de Estados Unidos (78 años), a las que llamó “zonas azules”. Una de ellas es Okinawa, donde alrededor de 700 personas tienen más de 100 años.

En El método ikigai, Héctor García y Francesc Miralles describen al pueblo okinawense de Ogimi como el de mayor longevidad del mundo. Allí la gente nunca se jubila y sigue activa. Como dice uno de sus vecinos, de 92 años, “si no haces nada, la muerte vendrá por ti”. Entonces, hace falta un propósito. Para sorpresa de los investigadores, este puede ser tan sencillo como “pasar tiempo con mi tataranieta”.

Gente mayor practicando deporte en Japón.
kkunurashima / Flickr, CC BY

¿Tendrá el ikigai relación con las estadísticas sobre felicidad? Según el World Happiness Report 2021 (WHR) –elaborado por Gallup para Naciones Unidas y que combina diversos factores, como el ingreso por habitante, la calidad de vida y la longevidad–, Japón se sitúa en el puesto 40 con una puntuación de 6,1, en una escala del 1 al 10.

Por lo que parece, el ikigai permanece oculto para la mayoría de los japoneses, que trabajan más de diez horas al día y tienen una de las tasas de suicidio más altas del mundo, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

Minimalismo sueco

El concepto de lagom, que puede traducirse como en su justa medida, también procede de antiguas tradiciones. En Lagom, la receta sueca para alcanzar el equilibrio en la vida, Linnea Dunne explica que los vikingos solían compartir un cuerno de aguamiel y que para que todos pudieran tomar de él debían ser moderados en cada sorbo.

El minimalismo sueco presente en las casas también forma parte de su idea de la felicidad.
Bluewater Sweden / Unsplash

Si la casa es un reflejo de la personalidad, el minimalismo escandinavo –difundido en casi toda Europa por Ikea– puede ser un ejemplo de lo que lagom significa. Según la autora, este abarca conductas como “comprar un coche que resulte práctico, aunque no sea llamativo; pintar una sola pared de color y dejar las otras blancas o comer una hamburguesa sin patatas fritas”. Un poco más filosófica, agrega que se trata de “centrarse en lo importante, vivir a cámara lenta y disfrutar de compartir el tiempo con seres queridos, como familiares y amigos”.

El bienestar sueco estaría ligado también a las leyes de Jante (Jantelagen en sueco). Propuestas por Askel Sandemose en 1933, constituyen un verdadero decálogo para la vida, que pone énfasis en los aspectos comunitarios más que en el individualismo. Sin embargo, en los últimos años, sobre todo entre los jóvenes, han surgido críticas a las Jantelagen, por considerarlas muy estrictas.

De todas formas, la fórmula sueca parece dar resultado. Según el WHR, Suecia se sitúa en el sexto puesto entre los países más felices del mundo, con 7,31 puntos. Una opinión con la que coinciden los propios suecos según un estudio de la OCDE. Porque la felicidad se mide, más que nada, en aquello que uno mismo percibe.

¿Los campeones de la felicidad?

Desde 2012, Dinamarca suele encabezar este tipo de rankings. En especial, el elaborado por el Happiness Research Institute (HRI), con sede en Copenhague. Al igual que Suecia, Dinamarca sufre inviernos extremos, aplica impuestos muy elevados y, como demostró la serie Borgen, su sistema político es tan complejo como el de otros países.

En Dinamarca el secreto de la felicidad también se describe con una sola palabra, hygge, calificada por el New York Times como “el arte de no hacer nada”. Meik Viking, autor de Hygge: la felicidad en las pequeñas cosas y director del HRI, trata de explicarlo: “Hygge está relacionado con el ambiente y la experiencia, más que con las cosas. Estar con quienes amas, sentir la sensación de hogar, sentirse seguro, (…) conversar sobre grandes o pequeñas cosas, estar en silencio o disfrutar de una taza de té a solas”.

La idea del hygge cada vez tiene más adeptos fuera de Dinamarca.
Allison Christine / Unsplash

El hygge tiene su reflejo en el WHR, que ubica a Dinamarca en el tercer puesto de la lista (7,52 puntos), solo superada por Finlandia e Islandia, también países nórdicos. Los propios daneses se puntúan con un 7,6 en la encuesta de la OCDE.

Pero antes de inclinarse por alguna de estas fórmulas, otros datos a tener en cuenta. Estados Unidos –país siempre definido como un modelo de individualismo– figura en el puesto 14 del WHR, con 7 puntos, un poco menos que la idolatrada Escandinavia.

España, mientras tanto, ocupa el puesto 24, con 6,5 puntos, y subió tres puntos en plena pandemia. Quizá en España también haya una fórmula para investigar.

Fernando Arturo Muñoz Pace, Profesor de Periodismo, Universidad de Palermo

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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