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El diseño de la tecnología no debe dejar fuera a quienes más la necesitan

El diseño de la tecnología no debe dejar fuera a quienes más la necesitan

Diseñar tecnología para quienes más la necesitan no solo evita la exclusión: también mejora la experiencia de todas las personas. La clave está en pensar en la diversidad desde el inicio cuando se desarrolla una nueva aplicación o herramienta digital.

La primera vez que Nora probó unas gafas de realidad virtual estaba entusiasmada. Tiene 26 años, una discapacidad visual y una gran curiosidad por la tecnología. Había leído que la realidad virtual le podía ofrecer experiencias imposibles para ella: explorar museos, viajar sin moverse del sofá, conducir un coche o, incluso, practicar deporte de forma inmersiva.

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Cuando se colocó las gafas, esperábamos que pudiera vivir una de esas experiencias. Pero pronto la ilusión se convirtió en frustración. El menú no tenía voz. No sabía qué hacer ni por dónde empezar. Los mandos requerían una precisión que le resultaba difícil. Las imágenes no estaban pensadas para personas con baja visión. En lugar de abrirle una puerta, la tecnología le cerró otra más.

Su caso no es una excepción, sino algo que les ocurre a muchas personas. Tecnologías con gran potencial que, por no tener en cuenta la diversidad humana, acaban dejando fuera a quienes más podrían beneficiarse de ellas.

Una paradoja que se repite

Vivimos rodeados de tecnología digital. Está en el trabajo, en las escuelas, en casa, en el ocio y, prácticamente, en todo lo que hacemos. Cada día dependemos más de dispositivos, plataformas y servicios digitales. Pero sus beneficios no llegan a todas las personas por igual. Esta desigualdad se conoce como brecha digital.

Aquí aparece una paradoja: quienes más podrían aprovechar la tecnología –como las personas mayores o con discapacidad– son quienes más barreras encuentran para utilizarla. No porque la tecnología no sea útil, sino porque, muchas veces, no ha sido diseñada pensando en ellas.

Durante mucho tiempo se creía que la discapacidad estaba en la persona. Pero cada vez entendemos mejor que, en realidad, aparece cuando el entorno no considera las necesidades de quienes lo usan. Si una tecnología no permite cambiar el tamaño del texto, ajustar el sonido o navegar con la voz, deja fuera a muchas personas. Y no por sus características, sino porque el diseño no contempló su forma de interactuar.

Para responder a esta exclusión, durante años se han desarrollado tecnologías específicas para personas con discapacidad, conocidas como tecnologías asistivas. Entre ellas están los lectores de pantalla, teclados adaptados, audífonos o sillas de ruedas eléctricas. Son herramientas muy valiosas que deberían de ser complementarias, pero no el punto de partida.

Diseñar para incluir desde el principio

Una forma de hacer que la tecnología funcione para más gente es aplicar el diseño inclusivo. Esto significa pensar en la diversidad desde el principio: crear soluciones que sirvan para individuos de distintas edades, capacidades, géneros o culturas. No se trata de añadir parches después, sino como parte del proceso de creación y desarrollo.

Este enfoque se basa en tres ideas. Primero, reconocer la exclusión y entender que cada persona es única. Segundo, aprender de la diversidad, es decir, incluir en el diseño a usuarios con distintos cuerpos, formas de pensar, capacidades o experiencias; así encontramos mejores ideas. Por último, se trata de tener en cuenta que lo que mejora la accesibilidad también mejora la experiencia general.

Un buen diseño no tiene por qué ser complejo. A veces, pequeños cambios como añadir subtítulos, usar colores con buen contraste o simplificar la navegación pueden marcar la diferencia.

Lo que es bueno para unas personas mejora la experiencia de todas

Durante años, la diversidad se ha visto como un problema a resolver. Pero, en realidad, puede ser una fuente de inspiración. Diseñar teniéndola en cuenta no solo beneficia a quienes tienen una discapacidad. También mejora la experiencia para todas las personas.

Los subtítulos, por ejemplo, nacieron para personas sordas, pero hoy los usamos en redes sociales, en entornos ruidosos o cuando no queremos activar el sonido. Lo mismo ocurre con los asistentes de voz, útiles tanto para personas con movilidad reducida o baja visión como para quienes cocinan, conducen o tienen las manos ocupadas.

Por ejemplo, con Alexa, el altavoz inteligente de Amazon, se puede encender la luz, poner música o preguntar qué hora es solo usando la voz. Para muchas personas con discapacidad visual o movilidad reducida, esta tecnología ha supuesto una gran ayuda en su día a día. Y lo más interesante es que nació como una solución para todo el mundo, no como una tecnología específica.

Incluir para innovar

Muchas mejoras tecnológicas surgieron buscando resolver un problema concreto y luego se volvieron universales. Por eso, diseñar para incluir es una oportunidad para innovar.

Todas las personas somos diferentes. Tenemos cuerpos, formas de ver, de oír, de entender y de movernos distintos. Si la tecnología quiere estar al servicio de la sociedad, debe tener en cuenta esa diversidad.

En este sentido, tecnologías como la realidad virtual tienen un gran potencial. Pero si no se desarrollan con una mirada inclusiva, ese potencial se pierde. O peor, se convierte en una nueva forma de exclusión.

Nora quería explorar un nuevo mundo. En vez de eso, se encontró con uno que no entendía lo que ella podía necesitar. Y esta experiencia actualmente es compartida por muchas personas.

Si aplicamos el diseño inclusivo desde el inicio, si escuchamos a las personas y las hacemos parte del proceso, y si entendemos que la diversidad no es una excepción sino la norma, construiremos tecnologías más justas. Y con ellas, una sociedad más equitativa donde nadie quede fuera por ser diferente y pueda aprovechar el máximo potencial de cada tecnología.

Amaia Etxabe Antia, Docente e investigadora en Innovación en Diseño Industrial, con especialización en Diseño Inclusivo y accesibilidad tecnológica., Mondragon Unibertsitatea

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.


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