Con una sensibilidad que recuerda a los grandes ensayos cinematográficos, Adolescence se erige como una obra que, a través de sus intensos conflictos familiares y de la perturbadora mirada a la juventud, desafía las convenciones de lo que se espera de un drama contemporáneo. Me he sumergido en esta serie de Netflix y he quedado cautivado por su capacidad para entrelazar lo visceral con lo poético, lo macabro con la ternura, y lo criminal con la búsqueda de identidad en el turbulento universo de los adolescentes.
La historia gira en torno a la familia Miller, cuyos miembros se ven obligados a confrontar la realidad desgarradora que les impone la vida. Todo empieza en el episodio que Barantini, el director, denomina el “corazón” de Adolescence, un capítulo en el que se celebra el 50º cumpleaños de Eddie, 13 meses después de la detención de Jamie. Lo que en un principio podría parecer una simple reunión familiar se transforma en una secuencia de eventos que desmoronan por completo la estructura emocional de los protagonistas. Desde el vandalismo del vehículo familiar hasta un inesperado encuentro con un adolescente, cada detalle conspira para arruinar el día. La llamada telefónica de Jamie, anunciando su declaración de culpabilidad, resulta ser la gota que colma el vaso: un momento tan impactante como poético, que no solo fractura a la familia, sino que, en una suerte de paradoja, promete también la posibilidad de reconstrucción.
En medio de este caos, se destaca un instante que parece encapsular el alma de la serie. El director Philip Barantini revela en una entrevista que, en el guion original, Eddie solo iba a meterse en la cama de Jamie y taparlo con las sábanas, actuando como un avatar del hijo encarcelado. “Ensayamos la escena y fue genial. Pero sentí que había algo en verlo acomodar el osito de peluche de Jamie,” confiesa Barantini en el evento Tudum. Ese pequeño gesto, aparentemente insignificante, se transforma en el único contacto físico y tangible que Eddie tiene en un mundo donde todo lo demás es inmutable. Stephen, uno de los colaboradores creativos, logró darle a ese momento una dimensión propia, convirtiéndolo en el epítome de la conexión emocional en medio de la devastación.
El tema central de Adolescence no es únicamente la resolución del crimen –la impactante confesión de Jamie al asesinar a Katie–, sino las preguntas más profundas sobre la masculinidad, la alienación y la crisis de identidad en nuestros jóvenes. La serie se deleita en presentar a Jamie como un niño de 13 años, incapaz de ser visto como un asesino en un principio gracias a una elección de casting que nos hace empatizar con él. Sin embargo, la verdad se impone en los últimos 10 minutos del primer episodio, cuando la evidencia de CCTV muestra sin ambages que Jamie apuñaló a Katie siete veces en un estacionamiento. Este giro narrativo es tan brutal como necesario: el equipo creativo quería que la audiencia sintiera, al igual que Eddie, la punzante realización de lo que había sucedido.
Pero la fuerza de Adolescence no reside únicamente en este impactante revelado. La verdadera maestría de la serie se encuentra en su capacidad para adentrarse en el “porqué” de las acciones de Jamie. Los episodios posteriores se convierten en un meticuloso examen de la mente adolescente, revelando una compleja red de factores: la falta de autoestima, el acoso escolar y la influencia de la propaganda incel en línea. Cuando Katie acusa públicamente a Jamie de ser un incel en Instagram, su vergüenza y furia se combinan en una reacción explosiva que culmina en el violento apuñalamiento. Es en este proceso donde la serie nos plantea la pregunta esencial: ¿Qué está pasando en el interior de nuestros jóvenes?

Co-creador y guionista Jack Thorne se inspiró en obras como Cries Unheard: Why Children Kill de Gitta Sereny, un estudio que examina el inquietante caso de Mary Bell, para construir un relato que, más que un misterio de “quién lo hizo”, se convierte en una investigación de “por qué suceden estas cosas”. Thorne, junto a Stephen Graham y Philip Barantini, se adentra en una exploración de la masculinidad que obliga a cuestionar quiénes somos como hombres, padres, amigos y ciudadanos. Se trata de una búsqueda de respuestas a las contradicciones que definen a la juventud en la era digital, donde el aislamiento y la presión social pueden empujar a cualquier chico hacia el abismo de la violencia.
La narrativa de Adolescence es, en muchos sentidos, un espejo de la sociedad actual. La serie resalta el problema alarmante de los jóvenes desilusionados, esos solitarios, inadaptados que buscan en el ciberespacio respuestas a sus crisis existenciales y terminan absorbiendo ideologías tóxicas. Quizás, para algunos espectadores ya familiarizados con la cruda realidad de la brutalidad en las escuelas, la violencia callejera y la deshumanización mediática, la serie pueda parecer un reflejo algo “lento” o excesivamente sombrío. Sin embargo, para la mayoría de nosotros, que aún anhelamos un cine que nos haga pensar y sentir a la vez, Adolescence representa una obra necesaria y profundamente perturbadora.
La dirección de Barantini es otro de los puntos fuertes de la serie. Su estilo, reminiscente de grandes producciones teatrales, se manifiesta en escenas filmadas en una sola toma, donde la tensión y el dolor se sienten palpables en cada encuadre. La forma en que se construye la narrativa, casi como si se tratara de un concierto emocional, logra que cada palabra y cada silencio tengan un peso inmenso. “Todos tratamos este proyecto como si estuviéramos haciendo teatro, como si fuera una actuación colectiva donde lo único que importaba era el performance,” confiesa Thorne, dejando entrever la meticulosidad con la que se ha abordado cada escena.
El tema del asesinato de Katie, que en un principio parecía un misterio irrelevante, se convierte en el catalizador de toda la trama. Es el evento disruptivo que expone las fracturas internas de la familia Miller y, al mismo tiempo, plantea interrogantes sobre la naturaleza de la inocencia y la corrupción moral en la adolescencia. Eddie, quien lucha por mantener unida a la familia en medio de esta tormenta, se ve forzado a enfrentarse a la dolorosa realidad de que cada gesto, cada contacto, es lo único que le permite aferrarse a una vida que se desmorona a su alrededor. Es en ese sencillo acto de acomodar un osito de peluche donde se plasma la ternura que a menudo se pierde en medio de tanta violencia.
Pero Adolescence va más allá del relato familiar; es una profunda meditación sobre lo que significa ser joven en un mundo que ya no ofrece respuestas fáciles. La serie se detiene a reflexionar sobre la presión de ser masculino en una sociedad que, por un lado, espera fuerza y determinación, pero por otro, impone un silencio opresivo a la vulnerabilidad. La mirada crítica de la producción se convierte así en un grito de auxilio contra una cultura que despoja a sus jóvenes de la posibilidad de explorar sus emociones sin miedo al estigma.
Para aquellos que llevan décadas siguiendo la evolución del cine, Adolescence resulta refrescante y, al mismo tiempo, dolorosamente real. Se percibe como una obra que no rehúye adentrarse en los rincones más oscuros de la condición humana, recordándonos que el cine, en su máxima expresión, debe ser un reflejo sincero y a veces incómodo de la realidad. La intensidad dramática, la impecable dirección de actores y la audaz narrativa hacen de esta serie un hito televisivo que se alza como una obra imprescindible para los amantes del cine serio y comprometido.
Adolescence no es simplemente una serie sobre crimen o violencia juvenil; es una obra que desvela las contradicciones, las heridas y los sueños rotos de una generación que se siente marginada y confundida. Con una estructura narrativa que desafía el formato tradicional del “whodunit” para transformarse en un “why-done-it”, la serie nos invita a cuestionar, a sentir y a reflexionar sobre las raíces de la alienación en la juventud. Es un retrato crudo y a la vez profundamente humano, que nos obliga a mirar de frente lo que sucede en las mentes y corazones de aquellos que, por estar en la cúspide de la adultez, aún se debaten en la tormenta de la adolescencia.
Adolescence es una obra que resuena con la fuerza de las grandes tragedias y las épicas narrativas que han definido el séptimo arte a lo largo de los años. Es un llamado a prestar atención, a no ignorar las señales de alarma que emanan de los jóvenes y a reconocer que, en el trasfondo de cada acto violento, hay una historia de dolor, de búsqueda y, sobre todo, de esperanza en medio de la desesperación. Y, tal como lo decía Roger Ebert, cuando el cine es capaz de tocar las fibras más profundas de nuestra humanidad, sabemos que hemos presenciado algo verdaderamente memorable. Adolescence es, sin lugar a dudas, ese tipo de experiencia cinematográfica.
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