La crisis de la covid-19 ha dado lugar a numerosas teorías falsas sobre su origen y su tratamiento. La incertidumbre y la falta de información oficial al inicio de la pandemia, unido a la demanda de noticias por parte de la ciudadanía, crearon un vacío informativo que fue aprovechado por todo tipo de rumores e información falsa sobre el virus.
Tanto fue así que días después de declarar la pandemia, la OMS avisó sobre la amenaza de una infodemia. Y poco después, el secretario general de las Naciones Unidas, publicó en un tuit en el que afirmaba que la infodemia era un enemigo comparable en gravedad a la propia enfermedad.
Según la OMS, un exceso de información engañosa puede crear confusión e inducir comportamientos de riesgo que agraven las consecuencias de la enfermedad y alarguen su vida. Comportamientos que ponen en riesgo la salud pública como una menor predisposición a cumplir las recomendaciones de los gobiernos y una menor voluntad para vacunarse están asociados a un nivel mayor de creencia en teorías falsas sobre la COVID.
Sabemos que las redes sociales han tenido un papel clave en la difusión de rumores y teorías falsas durante la crisis del coronavirus. El formato en texto breve y la facilidad para compartir material dudoso sin la necesidad de proporcionar argumentos elaborados facilitan la propagación de rumores a través de cascadas informativas y ayudan a la difusión de noticias falsas. Esta propagación es problemática, ya que puede aumentar la credibilidad de rumores y teorías falsas a través de la familiaridad.
¿Son todas las redes sociales iguales?
Aunque se ha prestado mucha atención al papel de las redes sociales en la transmisión de información falsa en diversas crisis, como la elección de Trump, el Brexit, y la covid-19, se sabe mucho menos sobre el papel de las distintas plataformas en la difusión de información falsa y las creencias conspirativas. ¿Son todas las redes sociales iguales en lo que afecta a la difusión de estas creencias o hay características especificas de las plataformas que hacen que unas sean más propensas que otras a su difusión?
Esta es la cuestión sobre la que hemos querido arrojar luz en un estudio reciente en el que hemos participado 17 investigadores europeos. Con una encuesta de dos olas realizada a más de 28 000 panelistas, distribuidos entre 17 países europeos, hallamos que los que declaran ser usuarios de Twitter son menos propensos a creer en teorías conspirativas sobre la covid-19. En cambio, los que se declaran usuarios de Facebook, YouTube y plataformas de mensajería como WhatsApp o Messenger son más proclives a creer en estas teorías.
Utilizamos tres preguntas sobre el origen y tratamiento de la covid-19 para medir las creencias en teorías conspirativas sobre el virus. En general, encontramos que existe un alto grado de correlación entre ellas. Es decir, que los individuos que creen en una de estas teorías tienden a creer también en las otras. Esto puede resultar sorprendente, considerando que algunas de estas teorías se contradicen. Pero este resultado ilustra que las creencias conspirativas forman parte de una dimensión del pensamiento más estructural: de una mentalidad que estaría arraigada en una psicología de la desconfianza.
El diseño del estudio no nos permite explorar qué mecanismos explican las relaciones que encontramos, es decir, identificar los factores que están detrás de la relación negativa (positiva) entre Twitter (Facebook, YouTube) y las creencias conspirativas.
Una hipótesis es que estos efectos se deriven de la composición sociodemográfica de las plataformas, es decir, del tipo de usuario que predomina en cada una de ellas. Por ejemplo, el usuario de Twitter tiene como promedio más estudios y mayor conocimiento político que el usuario de Facebook, lo que podría explicar una predisposición negativa a creer en las teorías conspirativas.
Sin embargo, los efectos que encontramos no desaparecen cuando tenemos en cuenta el nivel de estudios y el conocimiento político, entre otras características sociodemográficas de los usuarios (edad, género, ingresos, interés político…), lo que descarta la hipótesis de los efectos composicionales.
La clave estaría en la arquitectura y prestaciones de cada red
¿Qué podría explicar entonces estos resultados? Nuestra hipótesis es que pueden estar relacionados con la arquitectura y las distintas prestaciones que las plataformas ofrecen a los usuarios. Por ejemplo, las características de Twitter –su estructura asimétrica, la preponderancia de vínculos débiles, su especialización en noticias– podrían hacerla un entorno menos seguro para difundir información falsa. Al ser una red social más abierta y especializada en noticias, podría haber un mayor control público sobre la información que se publica, lo que podría disuadir a sus usuarios de publicar información no verificada.
En cambio, Facebook podría ser un entorno más seguro y amable para difundir información no verificada, al estar poblado por amigos y familiares (vínculos fuertes) y ser una red más social. Las plataformas de mensajería compartirían con Facebook el ser entornos más protegidos, donde los usuarios se relacionan con amigos y familiares y pueden sentirse más cómodos y menos censurados a la hora de compartir cualquier tipo de información.
Aunque sugerente, esta es una hipótesis aún por comprobar. Necesitamos más estudios que analicen cómo las distintas prestaciones de las plataformas condicionan el comportamiento de los usuarios en relación con la difusión de información falsa, y cómo esta difusión, a su vez, afecta sus actitudes, percepciones y creencias.
Ana Sofía Cardenal Izquierdo, Profesora de Ciencia Política, UOC – Universitat Oberta de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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