La huelga de guionistas que ha paralizado Hollywood está a punto de cumplir un mes, 31 días en los que la producción televisiva se ha quedado sin nadie dispuesto a escribir diálogos. La televisión no ha tenido más remedio que adaptarse a la nueva realidad y muchos se preguntan ya cuántas de las medidas que han aplicado para amortiguar los retrasos podrían cristalizar en tendencias más permanentes.
¿Por qué la televisión no tiene quien la escriba?
La huelga se producía tras unas tensas negociaciones para establecer las bases del nuevo convenio aplicable a los trabajadores del sector. Finalmente, el sindicato de guionistas (WGA en sus siglas en inglés) y la Asociación de Productores de Cine y Televisión (AMTP) no consiguieron llegar a un acuerdo en cuestiones como las compensaciones económicas, la liquidación de los derechos de autor, los datos de audiencia, los seguros médicos o el uso de la inteligencia artificial generativa en las salas de guionistas entre otros.
Las posiciones de ambas partes no podrían estar más alejadas. Los guionistas reivindican una mejora en sus condiciones de trabajo, según ellos fuertemente precarizado desde la eclosión de la producción original de plataformas de streaming que, aseguran, ha reducido su vinculación laboral a los proyectos lo que al final afecta a su desarrollo profesional.
Como explicaba el showrunner Mike Schur en el podcast The Town, que un guionista junior llegue a ser showrunner y productor ejecutivo de su propio programa siempre ha estado vinculado a su continuidad, temporada tras temporada, en un mismo proyecto, ya que se genera un ambiente de trabajo en el que los más veteranos forman a los más novatos. Sin embargo en el ámbito del streaming, con programas y series cada vez más cortos en episodios y temporadas, es difícil que este fenómeno se produzca.
En la misma línea se pronunciaba Rick Cleveland, guionista de series como A dos metros bajo tierra o El ala oeste de la Casa Blanca:
“Ahora los guionistas escriben los guiones tres meses antes de que la producción comience y después la mayoría abandonan el proyecto. El showrunner y otro escritor se quedan a supervisar la producción de cada capítulo, con independencia de quién los haya escrito. Aunque estés en un gran programa puedes quedarte sin trabajo en un abrir y cerrar de ojos. E incluso si el showrunner te quisiera y quisiera que volvieras para la segunda temporada de esa serie, va a pasar al menos un año o más antes de que empiece la siguiente temporada, así que tienes que encontrar otro trabajo”.
Además, el modelo de explotación de las producciones de plataforma (que se circunscribe al servicio y ha renunciado a vender a terceros, como siempre se ha hecho en televisión) ha diezmado los beneficios económicos que genera su obra una vez estrenada, los famosos royalties.
Los productores lo ven de manera diferente, sobre todo debido a la situación económica en la que se encuentran. Wall Street les presiona para que sus negocios sean rentables y una mejora económica de las condiciones produciría una mayor presión financiera sobre ellos.
¿Un nuevo oasis para la telerrealidad?
La anterior huelga de guionistas, en 2007, duró 100 días y le costó a la industria 2 000 millones de dólares. La actual ya está empezando a hacerse evidente en las parrillas televisivas norteamericanas. Los primeros programas en sentir los efectos de la huelga han sido los late nights y las comedias de situación. Y el tsunami no tardará en afectar al prime time, que en gran medida acapara la ficción.
Los efectos que la huelga de 2007 tuvo en la televisión nos dan algunas pistas de lo que podría ocurrir en esta ocasión. Entonces las cadenas de televisión echaron mano de reposiciones y, sobre todo, de programas “sin guión” (unscripted), cuyos estrenos superaron el centenar. El género más beneficiado fue la telerrealidad, que experimentó un crecimiento exponencial en dicho período.
“No diría que la huelga de guionistas creó la telerrealidad. Diría que la vieron más personas porque no había nada más que ver, era la única alternativa a las reposiciones” aseguró entonces East Peterson, de la WGA.
Todo parece indicar que, también en esta ocasión, los programas “sin guión” de docurrealidad, el infoentretenimiento, los coaching shows (es decir, programas en los que mentores asesoran a concursantes, como La Voz) o las docuseries volverán a salvar los muebles.
En realidad, estos programas llamados de no ficción también requieren de personas que elaboren los guiones, aunque tienen un formato diferente a los programas ficcionados. Además, en el caso de Estados Unidos, la mayor parte de sus trabajadores no están afiliados al WGA. Hay casos, en cambio, de programas que no se podrán hacer precisamente porque sus guionistas sí son miembros del sindicato y apoyan la huelga.
Proyectos cerrados pero éxitos pendientes
¿Y qué pasará con las plataformas? Parece que, al menos de momento, están cubiertas. Ted Sarandos, CEO de Netflix, declaraba pocas semanas antes de la huelga que contaban con una producción robusta que les protegería en caso de que los guionistas no aceptasen firmar el convenio.
Ahora bien, algunos de sus proyectos estratégicos (como Stranger Things) han tenido que suspenderse hasta nueva orden. El resto de servicios que operan de manera global se encuentran en una situación más o menos parecida. Pero podrían sortearlo sin tener que esperar a un acuerdo entre la WGA y la AMTP.
Aunque los sindicatos internacionales desaconsejan a los guionistas extranjeros trabajar para las producciones que están actualmente detenidas por la huelga estadounidense, es diferente escribir para formatos locales. El amplio tejido internacional que las plataformas han desplegado en los últimos años hará que no sea particularmente difícil encontrar guionistas que les permitan activar la producción original local y así generar contenidos.
El streaming podría descafeinar el cambio de tendencia en el consumo tan acentuada como la que se produjo hace 15 años. Lo que no parece es que vaya a ser capaz de prevenir el embudo de estrenos de ficción que se producirá una vez que la situación vuelva a la normalidad.
Elena Neira, Profesora colaboradora de los Estudios de la Comunicación y de la Información de la UOC, UOC – Universitat Oberta de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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