Cuando jugamos al ajedrez o a las cartas, podemos tener la sensación de estar estrujándonos el cerebro. Pero ¿es verdad que estimulan nuestra mente? ¿Jugar a juegos de mesa nos puede ayudar a entrenar la memoria, la atención o el control de impulsos?
El juego, además de un derecho reconocido de la infancia, es lo que nos permite aprender de nuestro entorno desde tempranas edades. Jugando interaccionamos con lo que nos rodea, nos relacionamos con otras personas, ponemos en práctica diferentes capacidades y descubrimos sus resultados en un entorno seguro.
Aunque el juego libre es maravilloso y deberíamos recuperar los espacios públicos para ello, el juego guiado es también una potente herramienta de aprendizaje. Y no hay mejor ejemplo de juego guiado o reglado que un juego de mesa.
Juegos de mesa para nuestro cerebro
En un artículo previo hablamos de investigaciones en infancia y personas mayores que concluyen que jugar a juegos de mesa podría favorecer el desarrollo y mantenimiento de las funciones ejecutivas y las competencias educativas.
De ahí que estén tan de moda el aprendizaje basado en juegos (ABJ) o la gamificación, dos metodologías a las que en nuestro grupo de investigación hemos prestado especial atención. Estas metodologías activas de aprendizaje se basan en el uso de juegos completos en un contexto lúdico (ABJ) o de elementos de juego (por ejemplo, recompensas o narrativa) en un contexto no lúdico (gamificación) para trabajar determinados contenidos o competencias educativas.
No solo hablamos de aprender matemáticas o comprensión lectora, sino también de entrenar procesos cognitivos básicos para un buen rendimiento académico y desarrollo personal.
¿Qué has hecho hoy en el cole? ¡Jugar!
Aunque somos conscientes de la importancia de jugar siendo niños parece que, a medida que crecemos, optamos por reducir ese tiempo de juego considerablemente. La vida nos atropella y hay que priorizar lo productivo. Pero, ¿y si lo aparentemente lúdico también es productivo?
Cuando planteamos llevar los juegos al aula pueden surgir dudas sobre sus beneficios educativos. Si juegan, ¿están perdiendo clase? ¿De qué sirve jugar a un juego de memoria con cartas si lo que quiero es que mi hijo o mi hija sepan sumar y restar? ¿Cómo va a ser educativo un juego comercial diseñado para entretener?
La literatura científica nos sugiere que las funciones ejecutivas son un elemento clave en el rendimiento educativo, en el éxito laboral y en una buena salud mental. Existe una relación significativa entre un buen desarrollo de estos procesos cognitivos (la memoria de trabajo, el control inhibitorio y la flexibilidad) y las matemáticas, la comprensión lectora o las ciencias.
Hoy en día, contamos con una gran variedad de juegos de mesa modernos que podrían ayudarnos a poner en marcha estos procesos cognitivos. Hablamos de juegos de cartas, de tablero o de dados con temáticas y mecánicas diferentes, para todos los gustos. Profesionales de la educación y la psicología se frotan las manos con todo lo que pueden hacer con ellos para ayudar al desarrollo de los niños y niñas de una forma estimulante y atractiva. ¿Pero hay evidencia de su uso en el aula? ¿O los ojos nos engañan?
Juegos de mesa en el aula, ¿sí o no?
Para dar respuesta a esta pregunta, en el año 2019 se inició un proyecto de investigación con la asociación almeriense AFIM21, la editorial de juegos de mesa Mercurio y el grupo de investigación NeuroPGA de la Universidad de Lleida, llamado “Conectar Jugando”. Su objetivo era estudiar la eficacia del uso de juegos de mesa modernos en el aula de primaria para entrenar las funciones ejecutivas.
Para ello, se llevaron a cabo estudios de intervención en horario lectivo y extraescolar y se realizó un comité de expertos en psicología, educación e investigación para evaluar una amplia selección de juegos de mesa comerciales.
El primer estudio de este proyecto se realizó en Almería. Docentes de cuatro centros de primaria, con el apoyo y coordinación de AFIM21, implementaron un programa neuroeducativo con juegos de mesa en el aula con 283 niños y niñas en riesgo de exclusión social. Tras la intervención, se detectó una reducción significativa de las disfunciones ejecutivas del alumnado, lo que significa que jugar podría haberles ayudado a presentar menos dificultades en conductas de su día a día asociadas a déficits cognitivos.
En este primer estudio nos faltaba un grupo control y un criterio más objetivo en la selección de los juegos. Por eso, en los siguientes estudios nos basamos en las valoraciones de un grupo de expertos y expertas. Para ello, valoraron los procesos cognitivos que podían estar activándose en cada juego. Y a continuación escogieron los juegos con mayor puntuación en cada uno.
Como todos sabemos, 2020 no fue un año fácil. Tampoco para aquellas investigaciones en las que se recogían datos provenientes de otras personas de forma presencial. ¿Cómo íbamos a estudiar la eficacia de los juegos en el aula cuando aún no conocíamos bien a nuestro enemigo vírico? Las medidas de prevención de contagio incluían restringir las actividades grupales que implicaran contacto. Así que tocó tirar de creatividad.
Los juegos se adaptaron para poder ser utilizados por videoconferencia en horario extraescolar. Durante el curso 2020-2021, llevamos a cabo sesiones en línea con grupos de entre dos y cuatro niños y niñas y comparamos los resultados previos y posteriores con un grupo en lista de espera. De esta forma, nos dimos cuenta de que los juegos podían favorecer ciertos procesos como la flexibilidad o la fluidez verbal, pero que esta metodología en línea no estaba mostrando resultados tan prometedores como estudios previos presenciales.
¿Qué pudo influir en los resultados? ¿Era la muestra reducida? ¿Quizás la experiencia previa con los juegos con la que contaban los y las participantes? ¿O quizás las limitaciones de trabajar en remoto fue lo que influyó en estos resultados? Todo apunta a que jugar a un juego de mesa en formato digital no es tan beneficioso como jugarlo cara a cara con nuestros amigos.
Los juegos de mesa nos hacen mejores en matemáticas y lectura
Llegados a este punto, ya sabíamos que los juegos de mesa podían ser herramientas de gran potencial en la etapa escolar para favorecer a nuestro cerebro, pero faltaban evidencias de mayor peso. Así que, cuando la covid-19 nos dio un poco de tregua y fue seguro entrar en los coles, allá que fuimos. Nueve centros educativos de Madrid y Lleida (algunos de ellos rurales) participaron en este proyecto, en total 621 niños y niñas de primero a sexto de primaria.
Cuando comparamos al grupo que participó en el programa de entrenamiento cognitivo con juegos de mesa con el grupo que siguió con sus clases regulares, encontramos que los niños y niñas que habían jugado, mejoraron de forma significativa sus funciones ejecutivas básicas, especialmente la memoria de trabajo. No solo eso, sino que el grupo que jugó en horas de clase también fue el que mayor incremento mostró en el número de respuestas correctas en tareas de matemáticas y lectura.
Los resultados del proyecto “Conectar Jugando” proporcionan, por primera vez con datos cuantitativos, una muestra considerable y rigurosa metodología científica, evidencia sobre el impacto cognitivo y educativo que el uso de juegos de mesa puede tener en el aula de primaria. Los juegos de mesa podrían ser tan buenos e incluso más eficaces que las metodologías tradicionales para entrenar nuestro cerebro y practicar nuestras habilidades matemáticas y lingüísticas.
Juegos en el aula sí, ¿y ahora qué?
Sin embargo, muchas nuevas cuestiones se abren, como en toda investigación. ¿Es por estimular las funciones ejecutivas por lo que se mejoran las matemáticas y la lectura? ¿Es porque con esos juegos están trabajando directamente estas competencias educativas? ¿Esta metodología es adecuada para atender a la diversidad del aula? ¿Qué beneficios puede tener en niños y niñas con dificultades de aprendizaje o trastornos del neurodesarrollo?
Aún queda mucho por hacer, así que lancemos los dados y descubramos todo lo que se avecina.
Nuria Vita-Barrull, Investigadora postdoctoral, Universitat de Lleida; Jaume March-Llanes, Associate professor, Universitat de Lleida; Jorge Moya Higueras, Profesor Contratado Doctor de Psicología, Universitat de Lleida y Verónica Estrada Plana, Investigadora postdoctoral colaboradora, Universitat de Lleida
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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