La enfermedad es una vejez adquirida y la vejez una enfermedad natural, ya que hay enfermedades que se manifiestan de la misma forma que la vejez.
De esta forma definía el filósofo griego Aristóteles la vejez. Rompía así con la concepción previa del envejecimiento, descrito por Platón como “un estado máximo de prudencia, discreción, sagacidad y buen juicio de la persona, que le permite desempeñar roles de gran responsabilidad y respeto”. Aquella visión clásica explica por qué hubo un tiempo en los que las personas mayores gozaban de una posición de privilegio en la jerarquía social, como es el caso de varias sociedades de la Edad Antigua como Egipto, el pueblo hebreo, Grecia o Roma.
Pero empezar a pensar en la vejez como un proceso de puro deterioro lo cambió todo. Tanto es así que ahora vivimos una época en la que la discriminación por la edad, o edadismo, está muy presente en una sociedad en la que las personas son juzgadas principalmente por su productividad.
Edadismo o discriminación por edad
Aunque en la actualidad el edadismo es considerado como la tercera gran forma de discriminación, por detrás del racismo y el sexismo, varios estudios cifran su prevalencia por encima de las otras dos. Es lo que ocurre con las cifras reportadas por la población general en la Encuesta Social Europea (ESS) en el año 2012.
Según la ESS, el edadismo fue el tipo de discriminación más prevalente en todos los grupos de edad, siendo reportado por el 28 % de los participantes, frente al 24 % del sexismo y el 15 % del racismo. La encuesta también reflejó que la falta de respeto fue la manifestación del edadismo más frecuente (41 %) y después el maltrato a los mayores (23 %).
Más recientemente, en el Informe Mundial del Edadismo de 2021, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estimó que una de cada dos personas a nivel mundial es edadista.
Si bien la idea de una discriminación con motivo de la edad empezó a surgir en la década de los 50, no fue hasta 1969 cuando el psiquiatra norteamericano Robert Butler lo definió como “el perjuicio de un grupo de edad sobre otro grupo de edad”.
El edadismo es un concepto multidimensional. Se compone de una dimensión cognitiva (creencias y estereotipos), de una dimensión afectiva (prejuicios) y otra conductual (conductas discriminatorias e intenciones de conductas). En otras palabras, lo que pensamos, lo que sentimos y cómo actuamos.
Este tipo de discriminación puede darse a distintos niveles. Mientras que los estereotipos y los prejuicios actúan a nivel individual (micro), donde sucede la comprensión del edadismo; las conductas discriminatorias están presentes tanto a nivel individual, como en los niveles meso (relaciones sociales) y macro (institución y cultura).
Un problema de salud que nos atañe
Uno no es consciente de lo fatal que puede llegar a ser el edadismo hasta que conoce sus consecuencias negativas en la salud de los mayores: aumento de la mortalidad, reducción de la longevidad, enfermedades físicas, deterioro funcional y cognitivo, ansiedad, depresión, reducción de la calidad de vida, aislamiento social, soledad, exclusión social, aumento del gasto sociosanitario, institucionalización prematura, etc.
Una de las teorías más ampliamente difundidas para explicar cómo el edadismo afecta a la salud es la teoría de la amenaza del estereotipo de Steele & Aronson (1995). Esta teoría expone cómo las personas suelen tender a un rendimiento inferior en comparación a su potencial real, ajustándose de esta forma al estereotipo o expectativa que recae sobre ellas. Eso se traduce en una especie de “profecía autocumplida”, e implica comportamientos poco saludables que acaban afectando la salud de las personas mayores.
La ambigüedad del edadismo: queremos ser longevos pero discriminamos a los que envejecen
El edadismo posee una serie particularidades que lo distinguen del racismo y el sexismo. Una de ellas es que el edadismo afecta a la única condición evolutiva común a todos seres humanos: el envejecimiento. Muchos autores sugieren que la formación de actitudes edadistas surge del miedo a envejecer y a la muerte, que en la sociedad actual continúa siendo tabú, y parece que no atañe a los grupos de menor edad por supuestamente estar exentos de “ella”. Pero envejezcamos o no, el desenlace de cualquier humano es el fin de su vida.
Otra característica distintiva del edadismo es la dificultad para diferenciar entre la figura del opresor y del oprimido: cualquier individuo o grupo de edad puede aceptar y ejercer la discriminación por edad, incluidas personas jóvenes, familiares o profesionales sociosanitarios.
A veces incluso el mismo grupo de edad víctima del edadismo, en este caso las personas mayores, se convierte en opresor. Porque sí, resulta que las personas mayores pueden ser edadistas hacia sí mismas, lo que acaba encarnando el denominado autoedadismo.
La ambigüedad cultural que rodea el concepto del edadismo es reseñable. Un claro ejemplo lo encontramos en la actitud ambivalente que las sociedades occidentales presentan frente a las personas mayores. Por un lado, estas sociedades, muchas veces con fines electorales, protegen a los mayores mediante las pensiones, el gasto público y los servicios sociales, mientras que por otro, las somete a estereotipos, humillándolas, marginándolas e invisibilizándolas.
El extendido deseo de una vida longeva también es irónico. La creencia de que vivir muchos años es sinónimo de éxito choca con la percepción principalmente negativa que tiene la sociedad sobre el envejecimiento. Es cuanto menos llamativo cómo las personas pretenden vivir muchos años pero, simultáneamente, rechazan el envejecimiento.
Envejecer para vivir
El envejecimiento es un proceso fisiológico presente durante todo el ciclo vital que comprende desde el mismo momento de la concepción hasta la muerte. Por ende, los seres humanos deberíamos entender (y aceptar) que es y será un proceso continuo en nuestras vidas. Si optimizamos nuestras oportunidades de salud, participación y seguridad, tal y como sugiere el concepto del envejecimiento activo de la OMS, podremos cumplir años gozando de más salud.
Los estereotipos del envejecimiento se adquieren, inconscientemente, a edades tempranas y se van reforzando con el paso de los años. Al final son interiorizados por los individuos y se traducen en conductas acordes a dichas creencias. Por eso, la solución pasa por una educación consciente exenta de actitudes discriminatorias hacia los y las mayores, dirigida tanto a las personas más jóvenes como a las más mayores.
Para cambiar de actitud debería bastarnos recordar que, como dijo el intérprete francés Maurice Chevalier, “envejecer no es tan malo cuando piensas en la alternativa”.
Borja Doncel García, Enfermero en Osakidetza – Servicio Vasco de Salud. Profesor asociado a la Facultad de Medicina y Enfermería., Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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