Cada año que pasa, parece que la fiebre de los países por crear e innovar se intensifica, haciendo incluso sentir incómodos a aquellos ciudadanos que no están llevando a cabo algún tipo de proyecto que suponga la creación de elementos novedosos para la sociedad. No importa la situación por la que una persona esté pasando, que tenga trabajo, familia o cualquier otro tipo de ocupación o deber: si no está inmersa en un proceso creativo, simplemente está inactiva.
Y es la población joven la que más se ve expuesta a este tipo de retórica, llegándose a dar, en países como Estados Unidos, la dicotomía de, “si no eres emprendedor, eres un perdedor” o “emprender o morir” (internet está lleno de páginas con este tipo de mensaje), como si el emprendimiento fuese un elemento, no solo de propia dignidad personal, sino incluso imprescindible para la buena vida (“si no creas, al menos créate a ti mismo”).
Pues bien, toda esta retórica con la que nos bombardean a diario tiene su razón de ser ligada directamente con el poder de los Estados, del cual deben de tenerse en cuenta dos hechos para poder entender por qué cada año se exige mayor nivel de creatividad e innovación a las sociedades.
El primero de estos hechos es que los Estados buscan permanentemente obtener y acumular la mayor cantidad posible de elementos de poder, por ejemplo, armas con mayor capacidad destructiva, productos que mejoren su economía, herramientas que proporcionen mayor grado de productividad…
El segundo hecho es la continuación del primero. Cuanto mayor sea la cantidad de elementos de poder que tenga un actor concreto, mayor capacidad tendrá dicho actor de imponer su dominio sobre otros actores del planeta (pueden ser Estados u otro tipo de actores como empresas o individuos), ya que el poder siempre debe entenderse de manera relacional, es decir, el poder de un actor concreto es relativo debido a que depende del poder del actor con el que se le relacione.
Dicho esto, ¿qué lugar ocupan la creatividad e innovación en todo esto? Pues uno de priorización máxima.
La innovación como mecanismo de obtención de poder
Partiendo de estos hechos, la creatividad y la innovación son pilares fundamentales sobre los que se erige el poder de un actor concreto, de ahí que se exijan cada vez más en las sociedades.
De hecho, la creatividad y la innovación ocupan lugares importantes en las estrategias de los Estados. Muestra de ello es el cada vez mayor porcentaje de PIB que se destina desde los Estados a I+D+i o el creciente volumen de páginas que ocupan asuntos relacionados con esto en los documentos de estrategia de seguridad nacional.
Y todo esto ocurre porque desde la base de la creatividad y la innovación se han conseguido grandes avances en tecnología y ciencia a lo largo de la historia. Si se rescatan los ejemplos anteriores, solo se pueden conseguir armas con mayor capacidad destructiva o productos que mejoren nuestra economía mediante la creación y la innovación y, justamente por esto, tecnología y ciencia son sectores estratégicos, denominados así por los documentos de estrategia de seguridad nacional mencionados anteriormente.
Ejemplos reales que muestran la importancia de esto los vemos en los drones, introducidos tanto en el ámbito civil como militar. Aeronaves no tripuladas que ofrecen un amplio abanico de posibilidades (desde poder grabar escenas de películas hasta portar cargas explosivas capaces de destruir un carro de combate). Lo podemos ver también en la utilización de exoesqueletos en diferentes sectores laborales, los cuales aligeran la carga de trabajo y, por lo tanto, aumentan la productividad.
Estos ejemplos, junto a muchos más de la actualidad, más todos los que quedan por ver en el futuro, son producto directo de la creación y la innovación. Por todo ello, es habitual escuchar eso de que el mañana pertenece a aquellos países que tengan altos niveles de desarrollo tecnológico, lo que es lógico debido a que crear e innovar suponen procesos capaces de multiplicar los elementos de poder de un actor concreto.
Por eso vivimos bajo el bombardeo de toda esta retórica sobre la importancia de innovar. Literalmente, junto a la creación, conforman una parte importante de la columna vertebral del poder de los Estados y están impregnadas en la conducta social de los propios ciudadanos.
Control social
Cada cultura tiene su propia manera e ideas sobre consumir. Ejemplo de ello es la diferencia entre cómo lo hacen los ciudadanos chinos en comparación con los occidentales. Debido a la creatividad e innovación, todos los Estados, en aras de conseguir una población más eficiente, introducen en sus sociedades una serie de elementos que no solo satisfagan las necesidades de consumo frecuentemente cambiantes de la población, sino que, además, les proporcionen ventajas para aumentar su productividad de manera activa y/o pasiva.
De manera activa, debido a que obtiene productos que la vuelven de forma directa más eficiente –electrónica de última generación, por ejemplo–, y de manera pasiva, consumiendo productos y realizando actividades que impliquen fases del comúnmente llamado proceso de desconexión –por ejemplo, consumir contenido musical o deportivo–. Esto genera mayor nivel de serotonina y otro tipo de sustancias relacionadas con el placer, la felicidad y la tranquilidad, provocando indirectamente un motor social más eficiente.
Manuel Villalobos Sánchez, Investigador de Ciencias Políticas, Universidad de Málaga
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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