La última glaciación constatada que tuvo lugar en nuestro planeta recibe el nombre científico de Würm, pero es más conocida entre el público como Edad de Hielo. Se calcula que comenzó hace unos 110 000 años y terminó alrededor del 9 700 a.e.c. Empezó entonces el Holoceno, que es el periodo de clima templado actual.
Nos encontramos en una fase interglaciar, pero existe interés en comprender si sobreviviríamos a una glaciación. Se trata de una curiosidad que va más allá de lo hipotético: varios estudios, el último de ellos publicado este mismo año, advierten de que la principal corriente oceánica que regula el clima podría estar colapsando. Como resultado, Europa podría vivir una pequeña edad de hielo en las próximas décadas.
¿Sobreviviríamos a algo así? La respuesta la podemos encontrar en los últimos adelantos tecnológicos, pero también en los estudios prehistóricos.
Mirar el clima del pasado para planificar nuestro futuro
Muchos estudios actuales nos permiten anticipar desafíos en escenarios climáticos diferentes. El conocimiento nos facilita adoptar estrategias adecuadas y los estudios paleoclimáticos son una valiosa fuente de información.
Las glaciaciones estuvieron asociadas a cambios en las precipitaciones y distribución de los ecosistemas. Conocer estas relaciones permite la planificación de estrategias y la gestión de recursos.
En torno al 25 000 a.e.c. se dio el “máximo frío glacial”, pero las poblaciones humanas no desaparecieron. Los estudios genéticos demuestran que los humanos sobrevivieron a la glaciación.
Uno de los aspectos más relevantes para la supervivencia es la adaptabilidad. Durante la última glaciación, tuvimos la capacidad para sobrevivir a condiciones climáticas extremas porque nos adaptamos.
Adaptarse para sobrevivir
Una vez establecido el cambio climático, este se hizo regular y predecible. Cuando eso ocurre, los seres vivos desarrollan alteraciones para adaptarse y manejar esos cambios. Estas pueden ser fisiológicas, genéticas o conductuales.
Un ejemplo es el relacionado con las fosas nasales de neandertales y sapiens. Sus narices eran capaces de calentar y humedecer el aire y les permitían captar un volumen suficiente.
Entonces el aire contaba con unos niveles de oxígeno menores que los actuales. Cada especie tuvo su propia evolución anatómica, pero ambas se adaptaron. Sobrevivieron gracias a las adaptaciones que les dotaron de gran fortaleza física, aunque también modificaron sus estrategias de supervivencia. La alimentación, los útiles y las vivienda fueron adaptadas a las necesidades.
Cambios en el comportamiento y la tecnología
El consumo de fauna se hizo imprescindible debido a la necesidad de grasa para generar calor interno.
El aprovechamiento de la caza fue intensivo. Los restos de grandes animales les permitieron incluso vivir fuera de las cuevas.
No solo ocuparon los lugares de hábitat tradicionales, como cuevas y abrigos: se permitieron establecer lugares de hábitat al aire libre. Así lo han demostrado los hallazgos de cabañas en las zonas más frías de Europa central.
Su tecnología se hizo cada vez más compleja. La elaboración de los útiles se basó en el objetivo de conseguir carne y tuétano.
El tuétano es la masa presente en el interior de huesos, sobre todo en los más largos y gruesos (tibia, fémur). Está compuesto en un 90 % de grasa y es rico en omega 3, minerales y vitaminas. Todo esto lo convierte en un valioso alimento.
El tuétano también es un importante combustible para lámparas. El tipo de grasa que compone el tuétano no produce humo al ser prendida. Esto permitía a nuestros antepasados contar con luz y calor en interiores, con la ventaja de no ensuciar ni el aire ni las paredes.
Neandertales y sapiens compartieron la misma tecnología. Las diferencias en los modos de caza solo podemos apreciarlas en el tamaño de las especies cazadas.
La importancia de moverse y cooperar
Dentro de estas estrategias también encontramos los desplazamientos. La vida nómada se fundamentaba en la búsqueda de unos mejores recursos. Se debían cubrir todas las actividades de mantenimiento del grupo y, al mismo tiempo, garantizar la caza, recolección y la disponibilidad de agua dulce.
En esos desplazamientos, gracias al hielo glaciar, se colonizaron lugares deshabitados hasta entonces. Nos referimos, entre otros, al paso por el estrecho de Bering que conecta Siberia con Alaska.
Los desplazamientos, a su vez, hicieron posible el mestizaje. La necesidad de adaptación fue relevante en el flujo de genes entre humanos arcaicos.
Pero, sobre todo, fueron la cooperación y la ayuda entre humanos las que permitieron la supervivencia. La integración, el cuidado y el trabajo en equipo se convirtieron en la principal ventaja ante la adversidad.
¿Y qué pasa hoy?
A todo lo anterior habría que añadir los avances tecnológicos actuales. Hoy en día tenemos ventajas significativas en comparación con nuestros antepasados. Para empezar, contamos con infraestructuras más sólidas y eficientes para proporcionar calefacción en entornos fríos. También existen sistemas de almacenamiento y de distribución de alimentos muy sofisticados, y disponemos de tecnologías para la comunicación. Esta es imprescindible para facilitar la coordinación y el intercambio de información.
La investigación en genética y biotecnología aporta herramientas para mejorar la resistencia y adaptabilidad. Los cultivos y ganado podrían ser preparados mediante estas herramientas para crear subespecies más resistentes al frío. En un contexto adecuado se podría garantizar una fuente confiable de nutrientes.
La conciencia medioambiental también puede resultar esclarecedora. Debe permitirnos adoptar prácticas sostenibles y la transición hacia fuentes de energía limpia.
A pesar de las predicciones, siempre se podrán dar desafíos únicos: será fundamental combinar innovación, cooperación global y gestión de recursos naturales. Solo podremos sobrevivir como una sociedad que sea integradora y que trabaje en equipo.
En resumen, basándonos en la prehistoria, podemos concluir que estamos mejor equipados y preparados que nuestros ancestros que vivieron hace más de 25 000 años. Gracias a ellos y a la comprensión de nuestro pasado hoy poseemos valiosas lecciones para afrontar el futuro de nuestra especie.
Cristina de Juana Ortín, Personal docente e investigador, miembro del grupo de investigación ART-QUEO, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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