“Lo que no se comunica, no existe”. Esta es una afirmación atribuida al Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. Más aún, una comunicación deficiente o inadecuada también puede enmascarar el hecho significado, o distorsionarlo.
Es el caso del cambio climático. La historia semántica del concepto demanda la consideración epistemológica que preocupaba a Bertrand Rusell. Los dos términos que componen el concepto transmiten una idea equívoca e incompleta del hecho al que pretende referirse.
¿Cambio climático o deterioro medioambiental?
Desde el origen de la Tierra, el clima del planeta está sometido a un continuo proceso de cambio. Pero en estos momentos, el meollo de la cuestión, lo realmente relevante, es que más que a un simple cambio nos enfrentamos a un proceso de deterioro. Y a un fenómeno que no es estrictamente climático, sino de ámbito más amplio: medioambiental.
El concepto de cambio climático se ha convertido en una suerte de convención mediática que simplifica y enmascara los diferentes elementos que constituyen este proceso complejo de deterioro medioambiental, causado en gran medida por la actividad humana.
Se trata de una enfermedad del medioambiente que afecta a todo el planeta y, por tanto, es pandémica. Sus causas y síntomas son diversos. Incluyen la quema masiva de combustibles fósiles, el calentamiento global, la contaminación, la sobreexplotación de los recursos del planeta, la degradación de entornos naturales, la pérdida de biodiversidad, los efectos en el clima de extrema intensidad y polaridad, y así sucesivamente.
La comunicación frente a la pandemia ambiental
La conservación del medioambiente requiere de una serie de estrategias en distintos ámbitos. Entre ellos el de la comunicación. No puede defenderse aquello que no se conoce. Por eso es crucial entender qué significa exactamente esta enfermedad medioambiental, conocer y comprender sus causas, sus manifestaciones principales y sus consecuencias. Y para conseguirlo es fundamental la comunicación, íntimamente ligada a la información y a la formación.
La información y la comunicación, apoyadas en la formación y el pensamiento crítico, nos sitúan en condiciones de entender la pandemia ambiental. Nos capacitan para analizar críticamente los mensajes sobre el tema e identificar los bulos y la propaganda interesada. Nos preparan para modificar nuestra manera de vivir y nuestros comportamientos cotidianos en una dirección que contribuya a preservar la salud del planeta y de las criaturas que viven en él, incluida nuestra especie.
Además, favorecen las actitudes responsables. Hoy en día, tenemos el conocimiento y la capacidad para detener el daño que estamos haciendo al planeta. La pedagogía, la información y la comunicación en materia medioambiental son elementos fundamentales para despertar la voluntad y responsabilidad, informadas, de reducir nuestra huella de carbono, de aprovechar las fuerzas de la naturaleza para conseguir energía, de disminuir la generación de residuos, y de proteger los ecosistemas y la biodiversidad.
Esta terna desempeña, por tanto, un papel extraordinariamente relevante para combatir la pandemia ambiental. Esta se plantea en modo de dilemas y plurilemas: el conocimiento frente a la ignorancia; la información frente a la desinformación y la propaganda; los contenidos veraces, objetivos y contrastados frente a los bulos; las mentiras y las falsedades frente a los mitos y los dogmas; la educación y la instrucción frente al adoctrinamiento.
Mensajes positivos, rigurosos y fácilmente interiorizables
Nos centraremos a continuación en dos de los elementos que constituyen el proceso de comunicación, según los modelos clásicos: el mensaje –el contenido– y el código –el lenguaje utilizado para transmitirlo–. Dejaremos para otra ocasión los continentes –los emisores, los receptores y los canales– y otros elementos considerados en modelos más actuales, como el contexto y la finalidad.
Como en muchos otros temas, la comunicación, la información y la pedagogía sobre el deterioro medioambiental se debate entre dos polos. Por un lado, la utilización de mensajes simples y la propuesta de soluciones sencillas a un problema complejo.
Y en el extremo opuesto, los mensajes excesivamente complejos, difícilmente asimilables por grandes segmentos de la población. Muchos ciudadanos carecen de la capacidad para comprender los fundamentos que se encuentran detrás de las evidencias proporcionadas por la ciencia. También para entender mensajes comunicados con lenguaje científico especializado.
En el virtuoso término medio podemos situar los mensajes:
- concretos (que no simples);
- rigurosos, que comunican datos objetivos y huyen de la propagación de informaciones falsas y de la siembra de dudas;
- que, sin renunciar a transmitir la urgencia, rehúyen el alarmismo y las imágenes apocalípticas;
- que proporcionan información equilibrada sobre los riesgos, a la vez que proponen objetivos asumibles y alcanzables, y acciones realizables;
- que plantean una realidad presente y un futuro en los que, frente a la impotencia, la desesperanza y la parálisis, tienen cabida la conciencia global y medioambiental, y la voluntad y la acción de los seres humanos;
- que utilizan un lenguaje claro y fácilmente comprensible.
Aceptación e interiorización de los argumentos
La comunicación sobre la pandemia medioambiental apela al mecanismo de vigilancia epistémica. Irene Lozano, en su libro Son molinos, no gigantes –en el que hace referencia a la obra de Hugo Mercier y Dan Sperber–, la define como “un conjunto de mecanismos cognitivos (…) que nos permiten ir calibrando nuestra confianza en la información que recibimos” y que se ejerce respecto del contenido y de la fuente o agente emisor del mismo –persona o institución–.
En un contexto de racionalidad, la aceptación de un argumento requiere de su comprensión previa, y, por tanto, de un proceso de pensamiento crítico y de vigilancia epistémica. De lo contrario, la aceptación descansa únicamente en un mecanismo cognitivo basado en las emociones, la fe o el dogmatismo, como sustentos de la confianza.
El primero de estos escenarios conduce a una aceptación crítica de la información y los argumentos científicos que sustentan las evidencias de la pandemia ambiental. El segundo puede conducir tanto a su aceptación –en este caso acrítica– como a posturas negacionistas.
Por tanto, para obtener la confianza de la ciudadanía y conseguir la aceptación de los argumentos que ponen de manifiesto la existencia de una pandemia ambiental, los comunicadores –ya sean científicos, divulgadores, periodistas, docentes, etc.– se enfrentan a varios retos:
- huir de la información exenta de evidencias científicas y empíricas, y buscar la objetividad;
- asegurar el interés y la relevancia de los contenidos, dos elementos importantes en el mecanismo de vigilancia epistémica;
- y mantener la coherencia en los enunciados. Este aspecto es fundamental para la percepción de fiabilidad, competencia, honestidad y credibilidad con respecto del emisor.
Una ética de responsabilidad demanda a los profesionales de la comunicación el abandono de la cómoda equidistancia y de las tentaciones ideológicas en la información de un proceso que destruye el planeta. Esta responsabilidad debe superar los miles o millones de los me gusta de las redes sociales.
Jesús Rey Rocha, Investigador Científico en Ciencia, Tecnología y Sociedad, Instituto de Filosofía (IFS-CSIC) y Emilio Muñoz Ruiz, Profesor de Investigación. Unidad de Investigación en Cultura Científica del CIEMAT, Instituto de Filosofía (IFS-CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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