Hace unos días, mi editora habitual en The Conversation me retó a encontrar qué tienen en común estos tres animales marinos tan diferentes. Una foca leopardo de 400 kilos, una diminuta almeja que se entierra en la arena y un calamar que se propulsa a chorro. Pensé que sería imposible. Estaba equivocado.
Imaginemos la escena: la foca se lanza sobre un témpano de hielo tras haber buceado a más profundidad que la altura del Empire State Building. La almeja desaparece en la arena en segundos, usando únicamente la fuerza de su musculoso pie. El calamar atraviesa el océano a toda velocidad, mostrando cambios de llamativos colores en su piel. ¿Qué podrían compartir estas criaturas?
Tras una inmersión profunda en la investigación, encontré cuatro conexiones fundamentales que revelan cómo la evolución, al enfrentarse a los mismos problemas, a menudo llega a soluciones similares.
Son ingenieros hidráulicos
Aquí es donde las conexiones se vuelven realmente sorprendentes. Los tres dominan la hidráulica, el uso de fluidos a presión para generar fuerza, el mismo principio que impulsa las grúas de construcción y los frenos de un coche.

Wikimedia Commons., CC BY
Los bigotes de la foca no son solo pelo facial. Conforman un sofisticado sistema de sónar que lee los cambios de presión en el agua. Cada bigote está repleto de terminaciones nerviosas que detectan el más mínimo rastro hidrodinámico dejado por un pez. Así, la foca puede seguir esta estela invisible para rastrear a su presa hasta a 180 metros de distancia.
Aplicando el mismo principio de una forma completamente distinta, la almeja convierte su pie en un taladro muscular. Al bombear fluido desde su cavidad corporal hacia el pie, crea un ancla rígida y, luego, contrae sus músculos para arrastrar su concha hacia la arena. Es una maravilla de la ingeniería de bajo consumo.
Y si el uso que la almeja hace de la hidráulica es sutil, el calamar la convierte en un arma. Con el fin de atrapar a sus presas, presuriza el fluido de sus tentáculos para lanzarlos hacia delante a más de dos metros por segundo. Por otro lado, para defenderse, su manto actúa como el motor de un jet, expulsando agua violentamente para escapar del peligro a gran velocidad.
Se construyen con el mismo material: la piedra caliza
Esta conexión fue la que más me sorprendió: un mamífero y dos tipos diferentes de moluscos utilizan el carbonato cálcico como material de construcción de su organismo.
En el caso de la foca, esto implica integrar ese carbonato cálcico en su esqueleto, en huesos que le ayudan a gestionar la flotabilidad durante inmersiones profundas. También tiene diminutas piedras en el oído u otolitos, estructuras calcáreas esenciales para el equilibrio en su mundo submarino tridimensional.
La almeja, una maestra arquitecta, construye con esta molécula una elaborada concha cuya microestructura es más resistente que muchas cerámicas industriales, una fortaleza contra depredadores y la presión.

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Y, sorprendentemente, el calamar, descendiente de ancestros con concha como la almeja, conserva una pequeña parte de esta herencia. Posee unos pequeños y bellos órganos de equilibrio en su cabeza llamados estatolitos que, al igual que los otolitos de la foca, le ayudan a orientarse mientras navega por el océano.
Los tres externalizan su capacidad cerebral
Decir que tienen “cerebros de repuesto” podría ser simplificar demasiado, pero cada animal ha desarrollado una forma asombrosamente eficaz de gestionar tareas complejas descentralizando su sistema nervioso.
La foca, por ejemplo, puede dormir solo con medio cerebro. Este sueño “unihemisférico” permite que una mitad descanse mientras la otra permanece alerta, en una especie de piloto automático biológico. Además, una gran parte de su cerebro está dedicada exclusivamente a procesar los datos de sus bigotes, creando en esencia un “ordenador” especializado en detectar flujos.

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El calamar opera con un principio de delegación similar, aunque a una escala mucho mayor. Dos tercios de sus neuronas no están en su cerebro, sino en sus brazos, cada uno de los cuales puede saborear, tocar y actuar de forma semiindependiente. Esto le permite cazar con dos brazos mientras otro explora una grieta en busca de su próxima comida.
Incluso la aparentemente simple almeja sigue este patrón. Sus nervios se distribuyen en grupos llamados ganglios cerca de los órganos que controlan. Esto significa que no necesita un centro de mando para las acciones básicas: el hardware local se encarga de ello.
Un mismo (y duro) maestro: el océano
¿Qué significa todo esto? Los tres representan tres viajes evolutivos distintos: las almejas evolucionaron a partir de moluscos primitivos para convertirse en filtradores sedentarios; los calamares surgieron del mismo linaje para ser depredadores activos e inteligentes; y las focas representan una rama de la vida completamente diferente, los mamíferos, que abandonó la tierra y rediseñó sus cuerpos para el mar.
Sus similitudes revelan una verdad fundamental sobre la evolución. Es como si tres equipos de ingenieros recibieran materiales de partida diferentes, pero el mismo desafío: prosperar en el océano. Necesitaban moverse eficientemente, encontrar comida, evitar ser aplastados y navegar por un mundo sin suelo firme. Y las soluciones que encontraron convergieron.
Distintos puntos de partida, destino compartido
Todos usaron la hidráulica para el movimiento y la percepción. Todos usaron el carbonato de calcio, fácilmente disponible, como soporte estructural. Y todos desarrollaron sistemas nerviosos especializados para gestionar la inmensa carga de datos de su entorno.

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Este patrón, conocido como evolución convergente, aparece en todas partes. Aves, murciélagos y pterosaurios desarrollaron el vuelo de forma independiente. Tiburones (peces) y delfines (mamíferos) desarrollaron de forma independiente cuerpos hidrodinámicos. Y el ojo ha evolucionado de forma independiente docenas de veces.
La próxima vez que veamos una foca, recordemos que estamos observando una solución elegante a los mismos problemas de ingeniería que una almeja resolvió quedándose quieta y un calamar resolvió convirtiéndose en un cohete viviente.
Esa es la belleza de la evolución. Es el sistema definitivo para resolver problemas, y su creatividad no tiene fin.
Antonio Figueras Huerta, Profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto de Investigaciones Marinas (IIM-CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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