En todas las culturas del mundo existe un personaje imaginario infantil encargado de llevarse los dientes recién caídos de los niños. El hada de los dientes en Estados Unidos, el ratón Topolino en Italia y el ratoncito Pérez, popular en Latinoamérica y España. Estos personajes amigables, cargados de magia, aparecen durante la noche mientras los niños duermen e intercambian el “diente de leche” caído por dinero, un regalo o una carta.
La magia infantil se alía con la salud dental, pues estos dientes representan un tesoro real. De ellos depende la masticación y el proceso digestivo inicial, que resulta decisivo para la alimentación y crecimiento. También son esenciales para el desarrollo de los músculos faciales, así como para la fonación, la voz y el habla. Sirven de guía para la erupción de los dientes definitivos y constituyen una reserva de células madre. El ratoncito que se los lleve, desde luego, no tiene un pelo de tonto.
La tradición del ratón Pérez se ha vuelto tan popular en México que, actualmente, los consultorios de los odontopediatras (los dentistas de niños) exhiben una pequeña puerta para indicar la vivienda del ratoncito. Es así como éste se entera de que en la noche habrá un diente bajo la almohada de ese niño y acudirá a visitarlo mientras duerme. De esta manera, el niño que perderá un diente vive una experiencia emocionante en el consultorio y se muestra más cooperador durante el procedimiento.
Además de la emoción que la pérdida de un diente puede causar a los niños por la visita mágica que recibirán, esta tradición funciona como una manera efectiva para motivarlos a que cuiden sus dientes. Al ratoncito o al hada les gusta llevarse dientes limpios y libres de caries para agregarlos a su colección. Mientras más sano se encuentre el diente, mejor será la recompensa.
20 visitas del ratón por cada niño
Pero entonces, ¿cual es la importancia de estos dientes? Los dientes temporales son conocidos como los famosos dientes de leche. Son veinte dientes divididos en tres grupos según su forma y función: incisivos, caninos y molares. Por tanto, el ratoncito Pérez podrá visitar veinte veces a los niños.
Los dientes de leche se forman entre la sexta y séptima semana de vida intrauterina y aparecen en boca entre los cinco y seis meses de edad, aunque es normal que haya retrasos de seis meses a un año en su erupción.
Usualmente, a los tres años el niño ya tiene los veinte dientes erupcionados y su caída comienza entre los cinco y seis, terminando a los doce años aproximadamente.
A pesar de su tiempo limitado en boca, cumplen funciones importantes para el crecimiento y el desarrollo de la cara del niño, por lo que deben cuidarse y tratarse tan bien como los dientes permanentes.
Características de los dientes temporales
Al igual que los dientes permanentes, están formados por tres partes: la corona, la raíz y la pulpa dental. La corona es la parte visible del diente, la raíz mantiene al diente dentro del hueso y la pulpa contiene los nervios y vasos sanguíneos que lo nutren.
La forma de la corona dental depende de su función.
Los incisivos tienen aspecto de pala y su función es cortar la comida, los caninos poseen una corona puntiaguda para desgarrar los alimentos, mientras que los molares, con una corona con mayor superficie de contacto, los muelen.
En general, podemos decir que los dientes temporales tienen una pulpa más grande, raíces más largas y delgadas y la corona más pequeña en comparación con los permanentes.
La dentición temporal está menos mineralizada (80 %) en comparación con la permanente (96 %). Por esta razón, los llamados dientes de leche son más vulnerables a la desmineralización, la aparición de caries dental y la pérdida de su estructura.
Y si se van caer, ¿para qué sirven los dientes temporales?
Una idea popular es que, si los dientes de leche son temporales, es decir, se van a caer, no pasa nada si se dañan o si no se cuidan, lo cual está muy alejado de ser verdad.
Son diversas las funciones que estos dientes cumplen en la boca del infante. La más conocida es la masticación. A través de las fuerzas de la masticación, preparan el bolo alimenticio e inician la digestión, al tiempo que estimulan el crecimiento de los huesos maxilares. Además, permiten el desarrollo normal de los músculos de la cara.
Los dientes de leche favorecen la fonación. Son clave para la pronunciación de ciertos sonidos, posicionando correctamente y coordinando los labios y la lengua al hablar.
Asimismo, sirven como guías de erupción para los dientes permanentes. Guardan el espacio que se requiere para una correcta erupción del diente que lo sustituirá y para el establecimiento de una oclusión adulta sana.
Además, estudios recientes han mostrado que éstos dientes poseen células que tienen la capacidad de regenerar tejidos dañados del cuerpo. Son las llamadas células madre, y, aunque aun se encuentran en estudio, existen bancos de dientes que pueden guardarlos para ser usados en un futuro.
¿Cómo podemos cuidar los dientes de leche?
La pérdida prematura de los dientes temporales, ya sea por golpes o por caries dental, tiene consecuencias en la boca del niño, como falta de espacio para el diente permanente, deficiencias para masticar y hablar, así como incidencia estética. Todo ello puede desembocar en problemas ortodóncicos.
Por lo anterior, la atención a estos dientes es vital. Es necesario que el niño se acostumbre desde pequeño a mantener un cuidado adecuado de su boca mediante hábitos dietéticos e higiénicos, principalmente adquiridos en casa, y por medio de la visita periódica al dentista.
Con relación a la alimentación del niño, los especialistas recomiendan una dieta libre de azúcares añadidos al menos hasta los dos años, así como evitar alimentos procesados y ultraprocesados, de consistencia pegajosa. Conviene aumentar la ingesta de alimentos de texturas fibrosas, como la manzana y la zanahoria cruda.
El cepillado de los dientes en casa debe ser diario y realizarse tres veces al día después de cada comida. Éste debe llevarse a cabo con una pasta que tenga flúor, concretamente más de 1 000 ppm (partes por millón de flúor), sin sustancias abrasivas, limitando la cantidad de pasta que colocamos en el cepillo.
Para niños de cero a tres años, la cantidad de pasta deberá ser del tamaño de un grano de arroz crudo. Para niños que ya sepan escupir, deberá ser del tamaño de un chícharo o guisante crudo.
Es necesario acudir a consulta con un odontopediatra desde la aparición del primer diente. Él podrá detectar de manera oportuna cualquier problema que pudiera observarse y dará las recomendaciones adecuadas para cada paciente en particular.
Se aconseja acudir a consultas de revisión cada cuatro o cinco meses para realizar limpiezas profesionales, y la aplicación de flúor según el riesgo de caries dental detectado por el profesional.
Julieta Sarai Becerra Ruiz, Profesora e Investigadora en Biociencias, Universidad de Guadalajara y Daniela Guzmán Uribe, Profesor Universitario, Universidad de Guadalajara
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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