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¿Adquirimos o aprendemos una lengua? Cómo se construye la competencia lingüística

¿Adquirimos o aprendemos una lengua? Cómo se construye la competencia lingüística

Adquirimos lenguas en un proceso mimético e intuitivo que apenas conlleva esfuerzo; las aprendemos mediante la asimilación consiciente de las normas gramaticales y de uso.

Dos conceptos, adquisición y aprendizaje, desempeñan papeles clave en el vasto universo del estudio de las lenguas. Aunque existen personas que emplean los dos términos indistintamente, encarnan dos procesos diferenciados en el desarrollo de la competencia comunicativa. Pero ¿qué implican estos procesos?

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La adquisición de lenguas entraña un proceso intuitivo y subconsciente, similar al de los niños cuando desarrollan su lengua materna. Adquirir una lengua ocurre de manera natural, no requiere esfuerzo consciente ni instrucción formal; es algo incidental y frecuentemente inconsciente. Por ejemplo, una niña pequeña comenzará a hablar al verse expuesta a la lengua y al interactuar con su entorno, sin necesidad de lecciones de gramática.

En cambio, el aprendizaje de lenguas es un proceso consciente que implica estudiar unas reglas y una estructura. Cuando en una clase de lenguas se nos explican unas reglas gramaticales, se trata de un contexto formal. En él, la adquisición de destrezas comunicativas se da mediante la instrucción explícita y el estudio metódico, y a ese esfuerzo consciente se le conoce como aprendizaje.

Las normas y el uso

Hablar de reglas y estructuras de una lengua no solo implica conocer las normas gramaticales y ortográficas, sino también entender cómo se usa esa lengua en contextos sociales.

Por ejemplo, para mostrar cariño en una carta personal, nos podemos despedir con un “Te mando un abrazo”, pero no con un “Te proporciono un abrazo”. Si queremos asegurarnos de que recibimos un paquete en nuestro domicilio, entonces, en el correo electrónico dirigido a los servicios de mensajería, sí que podremos escribir “Les proporciono mi dirección”.

Entender qué palabras suelen aparecer juntas y qué nivel de formalidad (lo que se conoce como “registro”) acarrean forman parte del conocimiento de una lengua. Accedemos a este conocimiento de los usos lingüísticos mediante la adquisición (inconsciente) o mediante el aprendizaje (consciente), aunque de diferentes maneras.

Procesos paralelos

La adquisición y aprendizaje de una lengua no son mutuamente excluyentes. De hecho, interactúan en nuestra vida diaria de manera significativa. Durante la infancia, la adquisición es el proceso predominante. Los niños absorben su lengua materna (o lenguas maternas) y las normas y convenciones lingüísticas y culturales al interactuar con su entorno.

Conforme envejecemos, el aprendizaje formal se vuelve más prominente (en la escuela, debido a nuestras capacidades cognitivas, etc.). El paso del tiempo y la gradual importancia del aprendizaje formal no conllevan que dejemos de adquirir lengua. Por ejemplo, imaginemos que nos sumergimos en un nuevo entorno lingüístico. En ese caso, podemos adquirir aspectos de la lengua de forma natural, aunque quizás a un ritmo más lento que en la niñez.

Grados de esfuerzo

La adquisición y el aprendizaje de lenguas influyen en nuestra competencia comunicativa de manera diferente. La adquisición nos permite utilizar la lengua de manera intuitiva, con menor atención a las reglas gramaticales. Por eso, los hablantes nativos emplean su lengua materna sin esfuerzo aparente.

Por otro lado, el aprendizaje ofrece una comprensión profunda de la estructura de la lengua, lo que permite comprender y usar formas más complejas. Mientras las estamos aprendiendo, nos fijamos mucho en lo que pensamos o decimos, es decir, aplicamos la hipótesis del monitor.

Esta hipótesis sugiere que, cuando aprendemos una lengua, al principio estamos atentos a lo que decimos y a cómo lo decimos, tanto aciertos como errores. Supervisamos, es decir, “monitorizamos” nuestras producciones lingüísticas de acuerdo con las reglas y estructuras que conocemos de la lengua. Con tiempo y práctica, asimilamos estas reglas y estructuras, lo que nos permite hablar de manera más espontánea y sin tener que pensar en cada palabra o norma. A medida que tenemos que supervisar menos, ganamos fluidez porque nuestro cerebro ya está familiarizado con las formas correctas de la lengua que hemos ido aprendiendo.

Combinar ambos enfoques

Al comprender la adquisición y aprendizaje, podemos mejorar nuestro desempeño como aprendices. Sumergirse en un ambiente donde se use la lengua que se desea aprender puede fomentar la adquisición al igual que clases que fomenten maneras de aprender más comunicativas y que replican lo que sucede en un contexto real. Sin embargo, una explicación gramatical nos ayudará a aprender las reglas de la lengua. La clave está en combinar los dos enfoques.

Por ejemplo, antes, para tener una experiencia de inmersión lingüística, había que viajar a un país donde se hablase la lengua. Ahora, con internet, accedemos a materiales en diferentes formatos y podemos interactuar en la lengua que aprendemos de manera más fácil.

Una experiencia destacable es que, en algunas instituciones educativas, se desarrollan programas de telecolaboración, donde alumnos en diferentes aulas y países se relacionan gracias a las tecnologías.

Otro ejemplo se da en las comunidades de videojugadores que, con uso continuado de la lengua en juegos en línea y otras actividades, muestran competencias lingüísticas superiores a la media.

Competentes y ricos

Como hemos visto, la competencia lingüística y comunicativa transita entre contextos de adquisición y otros de aprendizaje. Entender estos conceptos nos puede ayudar a ser mejores aprendices de lenguas, porque este es un proceso arduo y cada paso cuenta.

El resultado merece la pena: cada palabra o frase nueva que aprendemos nos acerca a otras culturas y enriquece nuestras vidas. ¡Empecemos nuestro viaje al corazón de la competencia comunicativa!

Boris Vazquez-Calvo, Profesor Ayudante Doctor en didáctica de la lengua extranjera (inglés), Universidad de Málaga

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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