Son muchas las personas que alguna vez han experimentado miedo o estrés en la calle. También las que salen para relajarse o desconectar de sus vidas domésticas o laborales. El espacio es el mismo, pero las experiencias son claramente distintas. Así, pese a que la calle es un espacio importante de nuestras vidas, apenas sabemos por qué a algunas personas les generan emociones positivas y a otras, negativas.
Numerosos municipios han invertido cantidades importantes de dinero para “adecentar” “mejorar” o “modernizar” sus calles, plazas o parques. Generalmente consiste en cambiar la urbanización, aumentar el mobiliario urbano o añadir vegetación. Pero, en realidad, no pasan de ser intervenciones meramente formales: no se ha estudiado hasta qué punto mejoran las emociones que la gente experimenta en los espacios públicos. Por lo tanto, ¿son realmente efectivas estas medidas?
Identificar las emociones
Tradicionalmente se han venido identificando las emociones a partir de distintos tipos de encuestas. Esta aproximación tiene algunos problemas; principalmente, que la gente, de modo consciente o inconsciente, miente. No se acuerda, no quiere admitir que una cosa le da miedo o no rellena correctamente el cuestionario.
Era necesario un nuevo método. Y eso ha sido posible en los últimos años gracias a la miniaturización (y abaratamiento) de algunos aparatos médicos. Ahora la gente puede desplazarse por la calle con instrumental que mide sus emociones.
Un indicador es la frecuencia cardíaca. Cuando decimos que alguien tiene un ritmo cardíaco de 60 latidos por minuto cabría deducir que el tiempo entre latidos es de un segundo. Pero en realidad, durante esos 60 segundos la frecuencia se altera para adaptarse los cambios que experimenta la persona. Medir estas variaciones permite identificar cambios en las emociones experimentadas.
¿Y cómo podemos detectarlos? Por ejemplo, con instrumental como bandas cardíacas deportivas, capaces de medir los intervalos entre latidos. Si esta información se localiza en un punto concreto –por ejemplo, con el GPS del móvil– podemos saber en qué lugares se han producido alteraciones en los latidos y buscar posibles causas.
Distintas reacciones en función del género
Los cambios de frecuencia cardíaca ponen de manifiesto algunas diferencias importantes en cómo distintos grupos de personas viven el espacio público. Por ejemplo, permiten identificar cambios en la percepción del espacio según el género.
En una de las primeras pruebas realizadas para identificar estos cambios, que se desarrolló por el centro histórico de Lleida (España), los resultados han mostrado que las mujeres experimentan un grado de estrés un 17,34 % mayor que los hombres durante todo el recorrido. Además, un 20,51 % de participantes femeninas calificaron alguno de los espacios visitados como “desagradable”, respecto un 8,6 % de los varones. Así mismo, se identificaron diferencias significativas en los espacios que generaban estas emociones.
Las mujeres tienden a presentar mayores niveles de estrés en calles peatonales estrechas, especialmente si hay otras personas o vehículos aparcados que generan espacios con escasa visibilidad. En cambio, a los hombres les estresan más los parques y jardines y las calles comerciales con una presencia elevada de gente.
Una situación curiosa se observa precisamente en los parques y jardines. Estos lugares producen una sensación de bienestar a las mujeres, mientras que en los varones el sentimiento mayoritario es de estrés. Un ejemplo de cómo un mismo sitio puede ser percibido de forma distinta por varios colectivos.
También es importante señalar que, en el momento de identificar las emociones vividas a lo largo del recorrido, las mujeres expresan el miedo y la tristeza con mayor facilidad que los hombres. En cambio, estos tienden más a exteriorizar la alegría y la ira.
Hay que planificar la ciudad pensando en las emociones
Con la pandemia de la covid-19, se pudo observar un aumento de la ansiedad y del miedo a salir a la calle. Conocer el origen de estas emociones permite conocer las causas de esta situación y generar un diseño de los espacios públicos que incorpore criterios relacionados con el bienestar y la salud mental de la población.
Pequeños microespacios que vemos a diario, como pasos de cebra, aceras estrechas o coches aparcados, pueden tener relación directa con que nos sintamos bien o mal en los lugares públicos. Pensarlos de forma adecuada resulta fundamental para generar espacios amables para la población.
Daniel Paül Agustí, Profesor de Geografía, Universitat de Lleida y Montserrat Guerrero Lladós, Profesora de Sistemas de Información Geográfica y Cartografía, Universitat de Lleida
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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