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Una cuestión de amígdala: por qué nos hacen gracia los chistes

Una cuestión de amígdala: por qué nos hacen gracia los chistes

Los chistes son ejemplares humorísticos donde el desenlace cargado de emociones placenteras llega tras un esfuerzo extra de comprensión. Es lo que denominamos “pillar” un chiste. ¿Cómo ocurre exactamente?

Los chistes son ejemplares humorísticos donde el desenlace cargado de emociones placenteras llega tras un esfuerzo extra de comprensión. Es lo que denominamos “pillar” un chiste. Encajamos las piezas que a primera vista parecen desordenadas y, ¡chapó!, arranca la carcajada.

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Es algo que todos hemos experimentado: el bienestar que sentimos es un gran reforzador de la conducta. Esta diversión es consecuencia de la activación de circuitos cerebrales ampliamente estudiados en el campo de la motivación.

Incongruencia inesperada

La comprensión de muchos chistes se basa en resolver una incongruencia entre dos premisas que parecen no guardar relación. Al revisar la información y encontrar una forma alternativa y original de relacionar los referentes (mediante una segunda interpretación capciosa e inesperada), nuestro cerebro responde con una sonrisa. Eso es exactamente lo que pasa en el siguiente ejemplo:

¿Qué tienen en común una bruja y un fin de semana?

Que los dos se van volando.

Aparentemente, una bruja y un fin de semana no guardan relación. Es solo al leer la siguiente frase (“Que los dos se van volando”) cuando revisamos los significados teniendo en cuenta esta respuesta y comprobamos una característica común, aunque inesperada, entre ambos.

Un ejercicio en tres fases

Nuestro cerebro se deleita ante este tipo de ejercicios cognitivos. Estos procesos quedan reflejados en la teoría de la apreciación del humor de Suls.

Esta teoría establece tres fases en la apreciación del humor: detección de la incongruencia, elaboración y resolución. La resolución desencadena la reacción emocional placentera.

¿Qué circuitos cerebrales sustentan la comprensión de estos chistes?

El empleo de técnicas de neuroimagen como la Resonancia Magnética funcional (IRMf) y el registro de actividad electroencefalográfica (EEG) han permitido, respectivamente, disociar las áreas específicamente involucradas en el procesamiento de chistes y secuenciar las operaciones cognitivas que inicialmente propuso el modelo de Suls en 1972.

Dos estudios recientes abordan el procesamiento de chistes del tipo pregunta–respuesta (como el ejemplo indicado más arriba, pero en japonés) mediante IRMf y mediante registro de EEG.

En el primer caso, los participantes leían cada fragmento del chiste mientras se obtenían imágenes de su cerebro mediante IRMf. El empleo de chistes con esta estructura permite disociar claramente la actividad cerebral que participa en la fase de incongruencia (procesamiento de la pregunta: “¿Qué tienen en común una bruja y un fin de semana?”) de la actividad cerebral que participa en la fase de resolución (comprensión de la respuesta: “que los dos se van volando”).

Valoración subjetiva: ¿tiene gracia?

Los resultados revelaron una activación significativa de la amígdala del hemisferio izquierdo en la fase de resolución. La activación de la amígdala estaba directamente relacionada con la valoración subjetiva de cuán gracioso y convincente era el chiste. La amígdala detecta la información relevante y conecta el componente cognitivo (incongruencia entre “bruja” y “fin de semana”) con el componente emocional (resolución y disfrute al integrar “irse volando”) en la comprensión de estos chistes.

Esto se debe a las proyecciones neuronales entre varias áreas cerebrales: córtex, amígdala y sistema mesocorticolímbico. El córtex proporciona el componente cognitivo. En el sistema mesocorticolímbico está la ínsula anterior, sustento del componente emocional de la alegría o felicidad, además de zonas como el núcleo accumbens, el área tegmental ventral y el hipotálamo.

Imagen 3D del cráneo y cerebro con la localización de la amígdala (rojo)
Wikimedia Commons

Chistes en diferentes formatos

Un reciente meta–análisis revela que estas estructuras subcorticales ejercen este tipo de influencia independientemente del tipo de estímulo presentado, ya sea verbal, visual o auditivo. Es decir, la activación de sistemas subcorticales sería característico de la experiencia humorística en sí misma más que un efecto del tipo de chiste.

Además, la evidencia neuropsicológica advierte que el funcionamiento correcto de la amígdala es decisivo para el correcto procesamiento de estímulos emocionales relevantes para el sujeto.

Los pacientes con daño en la amígdala cerebral izquierda muestran problemas para codificar y recordar palabras con valor emocional positivo o negativo.

Teoría de la mente

También se ha relacionado el daño en la amígdala izquierda con problemas de teoría de la mente o capacidad para adoptar la perspectiva de otros y entender que sus intereses, deseos y pensamientos pueden diferir de los nuestros.

Esta capacidad participa en el uso pragmático del lenguaje, y sirve además para captar interpretaciones alternativas de conceptos y poder “pillar” un chiste.

No es sorprendente, por tanto, que las personas con Trastorno del Espectro Autista (TEA), que muestran problemas en la teoría de la mente, presenten dificultades de comprensión de chistes.

¿Cuánto tardamos en ‘pillarlo’?

Los resultados sobre áreas cerebrales implicadas en el procesamiento de chistes, obtenidos mediante IRMf, se complementan con resultados obtenidos con técnicas de mejor resolución temporal. Por ejemplo, el EEG permite registrar la actividad cerebral a la misma velocidad a la que ocurren procesos cognitivos en la escala de milisegundos. Por ello es ideal para medir procesos tan rápidos como los que conducen a “pillar” un chiste.

Un estudio empleó chistes de estructura pregunta–respuesta y registró la actividad EEG durante la lectura de estos. Así, obtuvieron dos respuestas cerebrales
paradigmáticas durante el procesamiento lingüístico: la N400 y el P600.

La N400 es un pico de voltaje en torno a los 400 ms después de presentarse el estímulo. Su amplitud es sensible a la incongruencia semántica, es decir, aumenta ante estímulos no relacionados (por ejemplo, al procesar “fin de semana” después de “bruja”).

La P600 es otro pico que se registra a los 600ms post–estímulo. Esta respuesta es sensible a la revisión y reparación semántica posterior a la detección de incongruencia. Su amplitud aumenta al reinterpretar las premisas iniciales (“bruja” y “fin de semana”) acorde a la información nueva encontrada (“porque los dos se van volando”).

Curiosamente, el incremento de la amplitud de la P600 (y no la N400) correlacionaba con la valoración subjetiva sobre el grado en que el chiste era gracioso. Este resultado es análogo al obtenido en el estudio con IRMf antes citado en relación a la amígdala.

En resumen, mediante el registro de actividad eléctrica procedente del cerebro podemos capturar el marcador temporal de “pillar” un chiste (P600). Sentir que un chiste es muy bueno queda reflejado en el aumento de esta oscilación eléctrica cerebral.

Participante con gorro de electrodos durante registro de EEG.
Wikimedia Commons

Cuestión de milisegundos

En definitiva, muchos chistes presentan una estructura del tipo incongruencia–resolución. Durante su comprensión, en menos de un segundo, detectamos la incongruencia (400ms). Después tratamos de resolverla elaborando diferentes hipótesis hasta encontrar la resolución final (600ms), sorprendente y atractiva a la vez.

Este último paso provoca una reacción dopaminérgica subcortical donde participa la amígdala del hemisferio izquierdo, que desata el deleite, así como una recreación del mismo proceso durante los siguientes instantes.

La activación de esta red subcortical está altamente relacionada con la valoración de estímulos relevantes para cada persona. Por eso podemos entender un chiste negro que no nos haga ninguna gracia.

Además, los rasgos de personalidad condicionan parcialmente nuestro sentido del humor. Por ejemplo, las personas con alta apertura a la experiencia prefieren los chistes absurdos a los chistes tipo incongruencia–resolución.

Sin embargo, las personas con rasgos más conservadores muestran el perfil contrario. Asimismo, las personas extrovertidas son más sensibles a la experiencia emocional de los chistes mientras que quienes puntúan alto en neuroticismo son más sensibles al componente cognitivo.

Por todo esto, si no te ríes del pésimo juego de palabras que ha soltado tu cuñado en las pasadas Navidades, podrás contestarle con la evidencia de este artículo. Dile que su chiste no ha sido lo suficientemente atractivo para tu circuito mesocorticolímbico. Con esta respuesta es probable que el próximo cuñado seas tú.


Este artículo es parte del Trabajo de Practicum de Psicología (Universitat de València) del estudiante de grado Josep Reyes Añó, tutorizado por la profesora Marta Vergara Martínez.

Marta Vergara Martínez, Profesora Titular, Dpto. Psicología Evolutiva y de la Educación, ERI-Lectura, Universitat de València

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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