Vicente Calvo Fernández, Universidad Rey Juan Carlos y Nuria Anaya Reig, Universidad Rey Juan Carlos
Aunque parezca una contradicción, la lectura puede constituir una forma de ayudar a niños con dislexia. Cabe recordar que la dislexia, de acuerdo con la opinión mayoritaria de los expertos, es un trastorno de la habilidad lectora, una dificultad en el procesamiento fonológico que no se explica por una discapacidad cognitiva o por algún factor externo.
La intervención terapéutica en casos de dislexia se basa habitualmente en ejercicios para afianzar la discriminación auditiva, la conciencia fonológica y la comprensión lectora.
Sin embargo, existe también una dimensión psicoafectiva que, con frecuencia, incide en la persona que sufre este trastorno: la falta de confianza, el desánimo, la frustración, la ansiedad o la baja autoestima.
Esta dimensión existe porque la lectura es una actividad central en el ámbito escolar, y el fracaso lector condiciona sobremanera el rendimiento académico. A los niños con dislexia les cuesta entender por qué sus esfuerzos son vanos y no progresan al ritmo de sus compañeros.
Personajes con dislexia
Si tenemos en cuenta, además, que la dislexia es uno de los problemas que más prevalencia presenta en la población escolar y que, desde hace décadas, la lectura se ha utilizado en el ámbito hospitalario y psicoeducativo, también con niños y jóvenes, como herramienta terapéutica, parece pertinente plantearse el uso de la literatura infantil y juvenil como ayuda en casos de dislexia.
No se trata con ello de obviar, ni de sustituir, las intervenciones logopédicas o psicológicas habituales, sino de acercar a los niños a personajes infantiles que padecen su mismo problema y con los que, por tanto, se puedan identificar y empatizar.
Este sencillo uso puede ser aplicado a través, por ejemplo, de la lectura en voz alta, tanto por logopedas, como por educadores, psicólogos o familiares.
Qué libros elegir
En el inmenso océano de obras infantiles y juveniles encontramos algunas que, bien por su temática, bien por la presencia de algún personaje, tratan este problema.
Entre los álbumes ilustrados para primeros lectores, hay algunos en los que, aunque apenas se alude a la dislexia, hay algún personaje que la padece:
La máquina de escribir (Tom McLaughlin, Coco Books).
El león que no sabía escribir (Martin Baltscheit, Lóguez Ediciones).
La clave del Príncipe Sol (Juan González Caballero, Pábilo Editorial).
Para niños de entre 7 y 16 años, existe un amplio abanico de cuentos en capítulos o novelas con historias, casi siempre con narrador protagonista, en las que uno de los personajes tiene dislexia y este hecho condiciona los rasgos que lo caracterizan:
La saga fantástica de Percy Jackson y los Dioses del Olimpo (Rick Riordan, Salamandra).
La verdad según Mason Buttle (Leslie Connor, editorial Anaya).
En numerosos relatos se aborda la dislexia en un ambiente escolar, donde más manifiestan sus consecuencias:
El club de los raros (Jordi Sierra i Fabra, SM).
Como pez en el árbol (Linda Mullaly Hunt, Nube de Tinta). Este último libro narra la historia de Ally, su frustración en la escuela, la burla de compañeras, pero la aceptación de muchas otras personas y su arrollador deseo de superación.
La importancia del mensaje
Un mensaje habitual en estas obras es que cada persona es distinta y cuenta con algo especial, por lo que no tiene sentido percibir como negativa una diferencia, aunque esto provoque al principio rechazo en los demás, como en la protagonista de Quiero ser la que seré (Silvia Molina, Punto de Encuentro).
Las personas con dislexia sufren dificultades que han de superar, pero en la la literatura infantil y juvenil estos obstáculos se manifiestan de manera amable y poco dramática, como en Mriaa Marai Maria (Clara Granara, editorial Quipu) o en Una palabra olvidada (María Pineda).
Además, los niños con dislexia gozan también de ventajas, pues su déficit se compensa con el desarrollo de otras habilidades: Standish, en Las tres caras de la luna (Sally Gardner, Nube de Tinta), es capaz de ver lo que los demás no pueden gracias a su genial intuición.
Y el protagonista de Pedro y el reto del mapa (Tracy Packiam Alloway, SM) regresa al campamento sin necesidad de plano, porque suple la dislexia con una sorprendente capacidad de orientación.
La superación de las dificultades requiere, por un lado, conocerse y aceptar las propias limitaciones y, por otro, apoyarse en educadores o amigos para domesticar el trastorno, como en Noah y Dix (Carlos Llecha Jofre, Disset Edició).
El inagotable caudal de la literatura permitirá que las personas afectadas puedan recurrir a muchos otros modelos, y que el uso de libros como remedio terapéutico pueda ser aplicado al tratamiento de otros trastornos infantiles del desarrollo.
Vicente Calvo Fernández, Profesor Titular de Universidad, Área de Didáctica de la Lengua y la Literatura, Universidad Rey Juan Carlos y Nuria Anaya Reig, Profesora de Didáctica de la Lengua y la Literatura, Universidad Rey Juan Carlos
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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