Es innegable la penetración de la tecnología en nuestras vidas, y quizás esto sea especialmente notorio en los adolescentes. Según el Instituto Nacional de Estadística (2022) un 94.9 % de los menores entre 10 y 15 años han usado internet en los últimos 3 meses y de ellos un 69.5 % disponen de móvil. Además, según un reciente el informe de UNICEF (2021), un 98.5 % de los adolescentes españoles están registrados en una red social, mientras que un 83.5 % está registrado en más de tres redes sociales.
Una de las actividades más realizadas por los adolescentes (incluso antes de la edad permitida legalmente, hecho que es particularmente preocupante) es usar redes sociales.
Estos datos no hacen más que avalar lo que vemos cada día, y es que el uso de internet y teléfono es masivo y normativo entre los más jóvenes.
Uso problemático y adicción, ¿son lo mismo?
El enfoque que se ha usado mayoritariamente para abordar las conductas relacionadas con el uso o el abuso de redes sociales (y otros usos de la tecnología) por parte de los adolescentes ha sido el de la adicción. Sin embargo, este enfoque tiene limitaciones conceptuales y, muchas veces, supone una patologización innecesaria de la vida cotidiana.
En contraste con el uso del término de adicción, nosotros (al igual que otros autores) preferimos hablar de un uso problemático.
En oposición al modelo preponderante de adicción, que se nutre de criterios relacionados con las sustancias como la tolerancia o abstinencia, el modelo de uso problemático concibe que un conjunto de procesos cognitivos y comportamientos pueden llegar a ser disfuncionales y conducir a consecuencias negativas.
De esta manera, dimensiones como una alta preferencia por la interacción en línea y la regulación emocional a través de las redes sociales pueden estar vinculadas a una autorregulación deficiente (caracterizada por una preocupación constante por estar conectado y el uso compulsivo de las redes sociales).
Las consecuencias negativas para el usuario son: problemas interpersonales (pérdida de relaciones con otras personas significativas o abandono de otras actividades placenteras o de la escuela) y problemas intrapersonales (por ejemplo, la sensación de haber perdido el control sobre su propia vida). Estas consecuencias negativas son la clave para hablar de un uso problemático.
¿Es la norma o la excepción?
El anteriormente citado informe de UNICEF cifraba en un 33 % el porcentaje de adolescentes que estarían haciendo un uso problemático de internet y las redes sociales. Otro estudio reciente matiza este porcentaje y presenta datos más halagüeños, cifrando el número de adolescentes que están en riesgo de presentar un uso problemático en un 13.2 % y los adolescentes que realizan un claro uso problemático de redes sociales en un 2.9 %.
Hablamos entonces de una horquilla entre el 2.9 % y el 33 % y posiblemente la realidad se encuentre, como casi siempre, en un punto medio.
Las diferencias entre ambos estudios se centran en el instrumento de evaluación utilizado y cómo se conceptualiza el uso problemático. En cualquier caso, y ante la pregunta que encabeza este artículo, no cabe otra respuesta que una rotunda negación por parte de los autores.
¿Cómo podemos ayudarles?
Aunque el porcentaje de afectados sea discutible, lo que sí sabemos es que hay muchos chicos y chicas potencialmente afectados. Esto nos debe llevar a educar y formar en el correcto uso de las redes sociales. Para ello nos gustaría aportar algunas sugerencias a familias y adolescentes.
Para las familias el mensaje es involucrarse: navegar con ellos, educarles en el uso correcto, maximizando beneficios y reduciendo riesgos. Se puede conseguir con las siguientes estrategias:
Las redes sociales y la tecnología no son inherentemente malas. Al contrario, están plagadas de oportunidades y posibilidades. Aunque entendemos que es objeto de temor, su restricción no es en absoluto una garantía de éxito.
Antes de que se adentren en el mundo de la tecnología, es esencial proporcionarles conocimientos específicos para maximizar las posibilidades de un uso equilibrado, seguro y útil de las redes sociales. Esto incluye habilidades para cuestionar la exactitud del contenido, reconocer signos de uso problemático, construir relaciones saludables a través de las redes sociales (y cara a cara), resolver conflictos en plataformas sociales, proporcionar pensamiento crítico o evitar comparaciones perjudiciales.
El uso de las redes sociales debe basarse en el nivel de madurez de cada adolescente, por lo que se recomienda una supervisión adulta y una adaptación de las funciones y permisos de las plataformas en función de la edad.
Los contratos parentales para el uso de la tecnología pueden ser un poderoso aliado en los primeros pasos. El cumplimiento de metas y acuerdos instaura una base para la confianza y el ir logrando mayores posibilidades de uso. De la misma forma, las transgresiones, ya sean por contenido o tiempo de uso, deben ser acompañadas de consecuencias pactadas y conocidas. Es importante que el proceso de uso sea consensuado y en relación a las aptitudes mostradas.
Consejos para los niños y adolescentes
Como usuario debe ser consciente del uso (a veces del abuso) que realiza de las redes sociales. El fin de las mismas debería ser aportarnos valor y facilitar la comunicación y las relaciones. Si nuestra preocupación por ellas es mayor que lo que nos aporta, no estamos haciendo un buen uso.
Que podamos usarlas de forma continua no es motivo para hacerlo. Conocer el tiempo de uso real que hacemos (existen aplicaciones para ello) puede ayudarnos a reducirlo paulatinamente de forma consciente.
No es necesario activar las notificaciones para todo y tampoco estar constantemente conectados. Las redes sociales son una herramienta más pero tenemos que ser nosotros quienes decidamos cuándo queremos usarlas. Es recomendable apagar las notificaciones y elegir unos momentos determinados al día para actualizarnos: revisar y responder mensajes y publicaciones.
Juan Manuel Machimbarrena, Profesor adjunto del departamento de Psicología Clínica y de la Salud y Metodología de Investigación, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea; Alexander Muela Aparicio, , Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea; Joaquín Manuel González Cabrera, Docente e Investigador. Prof. Titular Universidad (Nivel 1). Actualmente, Investigador Principal del Área de Bienestar Emocional en el Instituto de Transferencia e Investigación (ITEI) e Investigador Principal del Grupo Ciberpsicología (UNIR)., UNIR – Universidad Internacional de La Rioja y Miriam N. Varona, Enfermera de Salud Mental y doctoranda en la Facultad de Psicología de la UPV/EHU
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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