Si preguntamos a alguien qué es la menopausia, seguramente nos contestará: “es cuando una mujer deja de tener la regla y ya no puede tener hijos”. En principio podría darse por buena esta definición, aunque tiene matices.
En realidad, la mujeres pasan por un periodo de transición hasta que dejan atrás la etapa fértil. Esta fase comprende los procesos naturales de perimenopausia y menopausia y suelen experimentarla mujeres de entre 45 y 55 años, aunque la edad puede variar.
La perimenopausia se manifiesta con la aparición de irregularidades en el ciclo menstrual y otros síntomas relacionados comúnmente con la menopausia. Esta etapa se extiende hasta 12 meses después de la menopausia y se ha identificado como un periodo de mayor riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares.
Estrictamente hablando, se considera que una mujer tiene la menopausia cuando han pasado más de 12 meses de su última menstruación, lo que marca el final de la etapa reproductiva.
Fisiológicamente, esta fase vital se caracteriza por una disminución de producción de hormonas como el estrógeno y la progesterona, que puede generar cambios en la sexualidad, insomnio, alteraciones en la piel, trastornos del estado de ánimo y síntomas vasomotores. Aquí nos referiremos a estos últimos: sofocos, calor intenso, sudoración excesiva, palpitaciones, sudores nocturnos…
Un fallo del “termostato” interno
Se estima que el 70-80 % de las mujeres sufrirán algún síntoma vasomotor durante la menopausia, con una intensidad variable, aunque solo a un 20 % le afectará de forma importante en su calidad de vida. Los sofocos y los sudores nocturnos se suelen experimentar durante unos cinco años desde el inicio de la menopausia, si bien en algunas personas pueden prolongarse más tiempo.
Los mecanismos que desencadenan los sofocos no están del todo claros. Por un lado, se deben a los cambios hormonales (disminución de estrogenos), y por otro, a un fallo de termorregulación de una región del cerebro llamada hipotálamo. El cuerpo percibe de forma errónea un leve aumento de temperatura y provoca respuestas exageradas para disminuir el calor mediante vasodilatación cutánea (rubor), sudoración profusa y otras reacciones para enfriarse.
Estos episodios aparecen en cualquier momento del día, más frecuentemente por la noche y con mayor intensidad en verano. Su duración varía desde pocos segundos hasta varios minutos y puede estar acompañado de palpitaciones, pero cada mujer los experimenta de una manera diferente.
Además, los siguientes factores aumentan la probabilidad de sufrirlos:
- La obesidad, sobre todo en la perimenopausia.
- La menopausia precoz.
- La presencia de síndromes premenstruales durante la edad fértil.
- La menopausia quirúrgica o farmacológica (extirpación de ovarios o menopausia inducida mediante fármacos para tratar un cáncer de mama).
- La región geográfica donde vive la mujer y su origen étnico. Afecta más a las mujeres africanas, seguidas de las europeas, y mucho menos a las japonesas.
- La ingesta de alcohol.
- El consumo de tabaco.
Riesgo de enfermedades cardiovasculares
Algunos estudios relacionan los síntomas vasomotores frecuentes con un incremento del riesgo a padecer enfermedades cardiovasculares (accidentes cerebrovasculares, infarto agudo de miocardio…), especialmente en mujeres menores de 60 años. Se considera que los sofocos son persistentes cuando se dan más de seis veces a la semana.
En 2021 se publicó un estudio que hizo el seguimiento de un grupo de mujeres de entre 42 y 52 años durante 20 años. Los investigadores observaron que, efectivamente, los sofocos y sudores nocturnos persistentes estaban asociados a un mayor riesgo de sufrir problemas cardiovasculares en el futuro.
Visto todo lo anterior, sobra recalcar la importancia que adquiere el control de los síntomas vasomotores, tanto para mejorar la calidad de vida de las mujeres como para prevenir las citadas enfermedades.
Prevención y tratamientos
Las mujeres en la fase de perimenopausia pueden seguir algunas recomendaciones en su estilo de vida para mejorar estas molestias, aunque un 25 % de ellas precisarán de otros tratamientos.
1. Cambios en el estilo de vida:
- Evitar alimentos picantes y comidas y bebidas muy calientes y copiosas.
- No ingerir alcohol y bebidas estimulantes.
- Aumentar el consumo de vegetales y alimentos ricos en fitoestrógenos como la soja y el lino.
- Disminuir las grasas no saludables y los azúcares en la dieta.
- Realizar una actividad física moderada, alternando ejercicios de fuerza con actividad aeróbica (caminatas rápidas durante al menos 30 minutos).
- Mantener una temperatura adecuada, sobre todo en el dormitorio a la hora de dormir.
- Conservar un peso saludable.
2. Tratamientos:
- Terapia hormonal. Suele ser el tratamiento más eficaz, siempre bajo prescripción médica. Existen distintos preparados, como la tibolona, la terapia combinada (estrógenos y progesterona) y la no combinada. Se administran por vía oral, transdérmica (parches) o vaginal, y la duración suele ser de unos cinco años, dependiendo de si se mantienen los sofocos y síntomas vasomotores. Es recomendable que se hagan revisiones médicas en los primeros tres meses desde que se empieza el tratamiento hormonal, para después repetirlas cada año.
- Fármacos no hormonales. En el caso de estar contraindicada la terapia hormonal, puede valorarse el uso de inhibidores de la recaptación de la serotonina.
- Terapia con productos naturales. Existen distintos preparados de plantas que pueden ayudar a mejorar los sofocos y otros síntomas vasomotores, como las hojas de salvia (en dosis recomendadas de 300-400 mg/día) o el extracto citoplasmático de polen (160 mg/día los dos primeros meses para continuar con 80 mg/día). Y aunque algunos estudios no ven claro el efecto de los fitoestrógenos (isoflavonas de soja y trébol rojo), su toma no está contraindicada.
- Técnicas de relajación. Dado que el estrés puede aumentar los sofocos, técnicas como la meditación, el mindfulness y la respiración profunda resultan también beneficiosas.
En resumen, aunque la menopausia es una etapa más en la vida de la mujer, conviene abordarla de manera integral. Es importante seguir un estilo de vida saludable, practicar técnicas de relajación y consultar con los profesionales de la salud para valorar las terapias hormonales adecuadas.
Ana Isabel Cobo Cuenca, Profesora titular en la Universidad de Castilla la Macha (UCLM). Grupo IMCU, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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