Enjambres de robots aéreos para proyectar hologramas sobre el enclave arqueológico de Los Millares, un robot móvil terrestre autónomo alimentado con energía solar para localizar metales en el yacimiento de Baria o robots colaborativos mimetizados con el entorno en el yacimiento de Villavieja. Son algunos ejemplos de los finalistas del Desafío 2024: Robótica en Arqueología, desarrollado el curso pasado por el Club de Robótica de la Universidad de Almería, en colaboración con los grupos de investigación Automática, Robótica y Mecatrónica y Abdera.
El reto fue todo un éxito: 116 estudiantes (34 equipos) de Secundaria y Bachillerato presentaron sus ideas de aplicaciones de robótica en yacimientos arqueológicos de la provincia de Almería.

UAL.
Se planteó a los participantes que propusieran ideas basadas en la tecnología para mejorar la prospección, excavación, análisis y conservación de yacimientos, que facilitaran una investigación menos invasiva y más eficiente al mismo tiempo, basada en datos.
Robots arqueólogos para todos los gustos
Aunque las maquetas de los estudiantes almerienses incluían algunas tecnologías futuristas y muy imaginativas, la realidad de la robótica en arqueología se centra, sobre todo, en la realización de tareas repetitivas o peligrosas. Se pueden utilizar robots manipuladores, móviles o combinaciones de ambos, que pueden estar teleoperados por un humano o ser autónomos. Suelen emplear inteligencia artificial, incluyendo visión por computador y aprendizaje profundo.

Román Díaz y Rodríguez Díaz.
Trabajo de campo
Los objetivos más habituales son la localización, la documentación y la caracterización de yacimientos con técnicas no invasivas. La robótica móvil cobra aquí un papel predominante en las técnicas de prospección mediante el uso de vehículos terrestres, aéreos, marinos y submarinos que permiten detectar la presencia de patrones indicativos de construcciones realizadas por el ser humano.
Ejemplos mediáticos han sido el uso de robots aéreos portando sensores como el radar de apertura sintética, que ha permitido el descubrimiento de nuevos geoglifos en el desierto de Nazca, o hallazgos en el desierto de Arabia. Asimismo cabe citar el uso del sistema LiDAR para localizar yacimientos mayas cubiertos por vegetación.
Por tierra y por mar
También se han utilizado robots terrestres con georradares, magnetómetros y cámaras multiespectrales o termográficas para detectar cavidades, fosos o muros. Destacan los trabajos de Lagóstena en Asta Regia (Jerez de la Frontera, Cádiz) o la exploración de yacimientos vikingos en Noruega mediante el robot desarrollado por NIKU y AutoAgri.
Asimismo, la robótica subacuática tiene un gran potencial en prospección submarina e, incluso, excavación. Es habitual la realización de batimetrías 3D con vehículos utilizando ecosondas multihaz o la detección visual para la documentación 3D del patrimonio subacuático.
Existen desarrollos para la interacción submarina, como el robot humanoide bimanual OceanOne con retroalimentación háptica, del Stanford Robotics Lab, que recupera artefactos y objetos de pecios. Iniciativas europeas, como ARROWS, en marcha desde 2015, pretenden proporcionar herramientas técnicas a coste asequible.
En España, AUTOMAR (Comité Español de Automática) realizó en 2017 las VII Jornadas dedicadas a la robótica submarina en arqueología. Por su parte, el Centro de investigación en Robótica y Tecnologías Subacuáticas, el Centre d’Investigació en Robòtica Submarina y el grupo Systems, Robotics & Vision realizan proyectos de robots colaborativos y otros que crean mapas y visitas inmersivas a pecios con tecnologías sonar y fotogrametría.
Vigilancia y exploración de yacimientos
La robótica también ha demostrado ser una herramienta excepcional en la
exploración de espacios angostos o en la inspección del estado de conservación de
los yacimientos.
Hace ya quince años que el robot Tlaloque I exploró un túnel bajo el Templo de la Serpiente Emplumada de Teotihuacán. Sistemas similares se han usado en el Templo Mayor de los aztecas de Tenochtitlán y en la Gran Pirámide de Egipto.
En Pompeya, han tenido un gran impacto mediático los robots Ringhio, un róver para desplazarse por las calles y el interior de la domus, y SPOT, cuadrúpedo utilizado para inspeccionar zonas arqueológicas con seguridad. Ambos recopilan y registran datos para el estudio y la planificación de intervenciones. Otro ejemplo es ARCHEOROBOT, para la digitalización subterránea de la Cloaca Máxima de Roma.
La robótica se utiliza también para la detección y limpieza de malas hierbas en yacimientos.
Trabajo de laboratorio
Se ha demostrado su utilidad en labores de digitalización, restauración y catalogación de material arqueológico en proyectos como RePAIR, que descifra cómo encajan fragmentos de frescos de la antigua Pompeya. Luego, vuelve a montarlos usando un robot manipulador con un efector final en forma de mano.
Por otra parte, iniciativas como Metatool combinan arqueología, neurociencia y robótica para entender cómo la cognición evolucionó en los primeros humanos para permitir la creación de herramientas y útiles para su vida diaria.
Otros trabajos recurren a robots que emulan comportamientos de nuestros ancestros, basándose en información obtenida de esqueletos y huellas fosilizadas.
Guías de museo
En la actividad de investigación, divulgación y museografía, destacan las aplicaciones de la robótica social. Por ejemplo, Kettybot ofrece visitas guiadas al Museo Arqueológico Municipal de Cabra (Córdoba). Estas visitas se pueden complementar con realidad aumentada o realidad virtual para conseguir experiencias inmersivas e inclusivas.
Nos hallamos en un momento de innovación tecnológica en el que la robótica y la inteligencia artificial han desatado una revolución al servicio del conocimiento de nuestro pasado, la protección del patrimonio y su difusión.
María de la Paz Román Díaz, Profesora Titular de Universidad en el área de Prehistoria, Universidad de Almería y Francisco Rodríguez Díaz, Catedrático en el Ingeniería de Sistemas y Automática. Grupo EP-197 Automática, Robótica y Mecatrónica., Universidad de Almería
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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