Se habla del bilingüismo cuando una persona domina dos lenguas a un nivel parecido y las habla con fluidez (ya sea desde la cuna o a la edad más tardía). Hoy día en nuestra sociedad global, millones de personas son capaces de comunicarse en más de una lengua.
Hablar varias lenguas suele ser digno de admiración por parte de las personas que no poseen esta habilidad: resulta asombroso cómo pueden convivir en un mismo cerebro dos o más sistemas léxicos y nociones culturales. Por si fuera poco el esfuerzo, los lingüistas han demostrado que ambas lenguas se encuentran activas en el cerebro aunque se esté hablando una de ellas.
Control inhibitorio: ‘apagar’ la lengua no deseada
La complejidad del funcionamiento del cerebro bilingüe tiene que ver con el desarrollo de un potente control inhibitorio para la lengua no relevante: es decir, “apagar” una de las lenguas cuando usamos la otra. Las personas bilingües aprenden a ignorar las distracciones y el “ruido” producido por la lengua “no deseada”. O sea, muestran un mejor control ejecutivo del cerebro que las personas monolingües.
Además tienen la capacidad de cambiar de una lengua a otra dependiendo del contexto o necesidad (llamada switch control en inglés). No es de extrañar que, gracias a estas capacidades especiales, el dominio de lenguas extranjeras proporciona una ventaja en cuanto a las habilidades cognitivas, en el aprendizaje, la atención, la emoción y la toma de decisiones.
Pero estas capacidades envidiables no se encuentran únicamente en los cerebros bilingües. Algunas competencias parecidas y hasta superiores las podemos desarrollar cuando jugamos a videojuegos.
Tiempos de reacción en jugadores asiduos
Varios experimentos psicolingüísticos han comparado el desempeño en determinadas tareas de personas bilingües (con inglés como primera lengua y otras diferentes segundas lenguas) y personas que juegan asiduamente a videojuegos.
Los grupos tuvieron que hacer unos tests en el ordenador (tareas de Simón) donde se les presentaban diferentes estímulos: cuadrados de color rojo o verde o flechas de diferentes direcciones. Dos botones del teclado fueron marcados con “derecha” e “izquierda”. Una tarea consistía en responder apretando “derecha” al aparecer el cuadrado rojo o “izquierda” al aparecer uno de color verde.
El desafío consistía en que los cuadrados eran dinámicos y aparecían de diferentes lados de la pantalla. Por lo cual, se solía acertar más en las tareas congruentes cuando una figura de color rojo aparecía del lado derecho. En la otra tarea se debía marcar la tecla correspondiente a la dirección de las flechas, que también aparecían de lados diferentes enfrentándose a conflictos espaciales. Dichas tareas se presentaban de forma mezclada alternando los cuadrados y flechas.
Estos test se usan desde hace décadas para poner a prueba el cerebro humano en cuanto a sus habilidades cognitivas, concretamente la capacidad de control, de inhibición de estímulos, para comprobar los tiempos de reacción y la capacidad de atención.
La gimnasia mental del videojuego
Podríamos sospechar que las personas bilingües, dotadas de tantas capacidades cognitivas, ganarían en todas estas tareas. No obstante, solo fueron más rápidas en el control de la atención (control inhibitorio) para resolver conflictos entre el estímulo y su posición en el test.
Los jugadores de videojuegos monolingües fueron más rápidos en respuestas presentadas y mejores en el control de las condiciones (cuadrado o flecha). Estas últimas habilidades se entrenan mucho durante los videojuegos, que nos obligan a desarrollar la memoria para recordar diferentes reglas del juego.
Para los jugadores empedernidos (y sus familias) este puede ser, tal vez, un consuelo relativo: no se puede negar que la dinámica de un videojuego se acerca en cierto modo a la “gimnasia mental” que se realiza con la práctica del bilingüismo.
Entrenamiento cognitivo
Existen otros estudios que demuestran que jugando a videojuegos realizamos un entrenamiento cognitivo. Por ejemplo, los juegos de acción desarrollan la capacidad de identificar rápidamente objetos, priorizar y manejar tareas; mientras que los juegos estratégicos enseñan a manejar múltiples tareas de forma simultánea y eficiente y entrenan en la toma de decisiones.
También muestran beneficios en la capacidad de razonamiento, en la memoria visual a corto plazo, la memoria de trabajo y el control cognitivo. Los llamados [videojuegos casuales], con sus reglas simples y sin mucho compromiso del participante, también fomentan la atención del jugador.
Estas habilidades cognitivas (control ejecutivo, cambio de código y otros procesos cogntivos fomentados durante los videojuegos coinciden con las de una persona bilingüe. De hecho, las superan, como mostró el test de Simón.
Estos hallazgos apuntan a la existencia de ciertas ventajas de los videojuegos para el desarrollo cognitivo para las personas que no hayan tenido la oportunidad de salir al extranjero o afirman que “no se les dan bien los idiomas”.
Las ventajas únicas del bilingüismo
No obstante, solo el aprendizaje de una lengua extranjera nos abre puertas y nos permite conocer diferentes culturas, leer las obras en su lengua original, viajar a sitios más lejanos y en definitiva comprender nuevos puntos de vista diferentes y salir de nuestra concepción del mundo.
Existen algunos estudios que también hacen suponer el menor deterioro cognitivo en la edad avanzada en las personas bilingües, aunque otras investigaciones apuntan a que en ello también influyen otros factores además de las habilidades lingüísticas.
Los videojuegos no son una panacea
Lógicamente, todo es bueno en su medida. Jugar a videojuegos tiene algunas contrapartidas. El Instituto Europeo Alfi advierte de los riesgos de la adicción a los videojuegos y recuerda que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha incluido recientemente esta adicción a las enfermedades reconocidas.
Por esta razón, es imprescindible que hagamos un uso moderado de los videojuegos y los alternemos con actividad física y costumbres saludables como la socialización en persona fuera del entorno virtual.
Olga Koreneva Antonova, Ayudante doctora, Facultad de Traducción/Interpretación, Área de Filología alemana, Universidad Pablo de Olavide
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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