El Consejo Internacional de los Museos (ICOM, por sus siglas en inglés) define a los museos como instituciones dedicadas a la adquisición, conservación, estudio y exposición de objetos de valor relacionados con la ciencia y el arte u objetos culturalmente importantes para el desarrollo de los conocimientos humanos. Allí describen la relevancia de estas organizaciones en la promoción del arte que fortalece el conocimiento del hombre, un conocimiento que no siempre es bien visto por muchos actores del quehacer diario de los países.
La desnudez, por su parte, sigue siendo un tabú para muchos. Y que esta realidad no escapa al mundo del arte es algo que ocurre desde siempre. Ya en el siglo IV, cuando el cristianismo se extendió de manera significativa y la iglesia decidió evangelizar a la sociedad, comenzaron por solicitar el retoque de obras pictóricas y esculturas que mostraban genitales masculinos. Siglos después, muchas figuras del Renacimiento fueron discretamente veladas para mostrar más decoro ante la sociedad.
También encontramos ejemplos de esto en la Belle Epoque francesa cuando el artista italiano Amedeo Modigliani fue víctima de una clausura de una exposición en la Galería Berthe Weill, en París, por mostrar cuerpos femeninos totalmente desnudos. Su obra Desnudo reclinado causó mucho revuelo porque la mujer mostraba su vello púbico.
La censura en el siglo XXI
Sí, esta mojigatería tiene antecedentes. Lo que hoy nos ocupa es que, con la aparición de las redes sociales, se ha pregonado mucho la “democratización de la información”, según la cual todos tenemos acceso a dicha información para formar nuestros propios criterios. Ante esta afirmación resulta cuestionable lo que están haciendo las plataformas como Instagram, Facebook y, más recientemente, Tiktok.
La censura en las redes sociales ya no se dedica exclusivamente al arte queer como lo destaca la página especializada en arte Ineditad en su artículo “Arte Queer: El desnudo frente a la censura”, donde se refiere a las múltiples ocasiones en las que artistas y galerías han visto imposibilitadas sus opciones de promoción de arte a través de estas plataformas. Instagram, por ejemplo, bloqueó en 2019 algunas obras de Rubens por excesos de desnudos.
Si bien Facebook deja claro en sus políticas de comunidad que limita “la exhibición de desnudos o actividad sexual para proteger a determinadas personas de nuestra comunidad que muestren una especial sensibilidad ante este tipo de contenido”, ¿no cabe preguntarse entonces quién decide qué se censura, por qué y, al menos, darle a los propietarios de las obras oportunidad de retirarlas voluntariamente, en el caso de que sí resulten ofensivas?
Esto no pasa y parece, hasta ahora, que no sucederá. Menos aún cuando Facebook, propietario de Instagram y Whatsapp, ahora apuesta por potenciarse más con la creación de Meta, el nuevo sinónimo del metaverso que, parece, dominará la realidad en los próximos años.
Otras opciones
Ante esta constante censura de obras artísticas de gran valor cultural, la Oficina de Turismo de Viena, conjuntamente con The Albertina Museum, Leopold Museum, el Museo de Historia Natural de Viena y el Museo de Historia del Arte, decidieron unirse para revelarse de manera creativa y disruptiva frente a estas políticas. Así crearon su propio perfil en la plataforma Onlyfans, una red que ha roto paradigmas del mundo de las redes porque permite compartir contenido para adultos y pornográfico.
En el Onlyfans de esta oficina de turismo se pueden ver, tras el pago de sólo 3 euros por el acceso durante 31 un días, obras como la Venus de Willendorf y el arte de Egon Schiele y Amadeo Modigliani. Con este apartado los museos de Viena apuestan por la libertad de ver el contenido de muchas obras que fortalecen y enriquecen el quehacer cultural del público.
Los representantes del Albertina Museum comentaron que la desnudez siempre ha sido parte de nuestra historia cultural, ya sea en la antigua Grecia, en el Renacimiento o en grandes obras de los tiempos modernos. “Queremos concienciar sobre los estándares de censura a los que deben enfrentarse los artistas contemporáneos. ¿Nos preguntamos si necesitamos estas limitaciones? ¿Quién decide qué censurar? Instagram censura las imágenes y a veces ni siquiera lo sabes, es muy poco transparente”, destacaron las fuentes oficiales del museo.
Por su parte, el propio director de la Oficina de Turismo de Viena, Norbert Kettner, comentó: “En las redes sociales, los algoritmos determinan cuánta desnudez se puede mostrar y, a menudo, censuran las obras de arte de fama mundial. Nos preguntamos cuánta desnudez podemos tolerar y quién puede determinar qué es lo que consideramos ofensivo”.
Tras la decisión
Esta iniciativa, la primera en la plataforma y en el mundo de los museos, no fue fácil de implementar. Por un lado, los permisos para llevarla a cabo dentro de las autoridades gubernamentales fueron más lentos por lo novedoso de la misma. Además, Twitter impuso una censura a todos los tuits donde se mencionara a Onlyfans.
Esta iniciativa es una muestra de las múltiples herramientas de comunicación que están disponibles para mostrar el arte, pese a la censura que le han querido establecer. Las redes sociales, que en teoría vinieron para democratizar la comunicación, imponen censuras, pero la diversidad de plataformas –incluso las que apenas brotan– advierte que el público tiene muchas opciones para mantenerse informado.
Es una pincelada muy acertada para Viena. Esta disruptiva forma de comunicación es un símbolo de una sociedad que quiere romper con esos tabúes y que, seguramente, redundará en la construcción de una positiva marca de la ciudad, basada en el respeto por las diferencias y preferencias.
Los museos con el arte como estandarte salen a defender los derechos del público de conocer, apreciar y conversar sobre el arte en todas sus manifestaciones. ¿Cambiarán las redes sociales sus políticas frente al arte en sus diferentes manifestaciones? ¿Se unirán más museos a esta iniciativa?
Julio Alexander Gonzalez Liendo, Docente e investigador sobre comunicaciones, museos y moda, Universidad Anáhuac México
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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