En los últimos años hemos asistido a una creciente concienciación sobre el uso y abuso de las pantallas por los menores. Ciertos medios han difundido la idea de que la tecnología digital debería ser eliminada de la vida de los adolescentes, con iniciativas legales para desenmascarar su poder adictivo. Otros se han hecho eco de la reclamación de padres que solicitan su prohibición. Y a pesar de la notoriedad mediática, no parece haber un consenso claro sobre este asunto a nivel educativo, sanitario o social.
De todos modos, la tecnología digital no puede ser considerada únicamente como mala o perjudicial. Evidencias publicadas en revistas de primer nivel avalan que la digitalización ha conducido a un importante avance y perfeccionamiento del entorno sanitario. Y tampoco son desdeñables sus beneficios en el ámbito educativo.
La importancia de escuchar a los expertos
En este debate es imprescindible escuchar la voz de los investigadores del comportamiento. Son ellos los que deben contrastar empíricamente las teorías existentes sobre este tema, siguiendo una rigurosa metodología. Después, los resultados se transmitirán a la comunidad científica y a la sociedad para que los distintos agentes implicados tomen las medidas pertinentes.
En el Instituto de Estudio de las Adicciones (IEA-CEU) estamos trabajando en esa línea mediante una iniciativa liderada por el grupo de investigación Psycho-Technology, perteneciente a la Facultad de Medicina de la Universidad San Pablo CEU (Madrid).
Basándose en investigaciones propias y otras muchas evidencias científicas, el equipo interdisciplinar de Psycho-Technology puede contribuir a que las familias tengan una visión más certera de la realidad a la que se enfrentan a diario en sus hogares digitalizados. Para ello, se han diseñado talleres de formación y se publicarán guías de ayuda con información práctica y veraz.
Últimos estudios sobre hogares digitales y estilos de crianza
He aquí algunos de los más recientes argumentos científicos sobre el papel que pueden desempeñar las familias en este asunto:
- Un metaanálisis publicado en octubre de 2023 concluye que el estilo parental (o de crianza) era un factor decisivo en el uso de internet por parte de los hijos. Los estilos de crianza más apropiados –los llamados “democráticos”, que establecen límites claros y consecuencias a su trasgresión pero nunca de forma impuesta, sino consensuada– se relacionaban con un menor uso problemático de la red en menores de entre 12 y 19 años.
- Los investigadores también ponían de manifiesto la importancia de los progenitores a la hora de compartir con sus hijos adolescentes los potenciales riesgos del entorno web (por ejemplo, comunicar información personal o acceder a contenidos inapropiados para su edad). Así fomentan que los niños y adolescentes tomen conciencia de dichos riesgos.
- El estudio revelaba así mismo que los estilos parentales más autoritarios o punitivos estaban directamente asociados con un consumo excesivo de internet en los adolescentes. Probablemente, esto obedece a estrategias de compensación o evasión.
- En otro metaanálisis de 2022 se señaló la conveniencia de que los progenitores adapten sus estrategias de crianza según el sexo, la edad y la actividad específica de pantalla –si los menores consumen redes sociales, internet en general o videojuegos–.
- Un amplio estudio publicado el 13 de noviembre de 2023, que revisó los resultados de 217 metaanálisis, ha arrojado resultados reveladores: la clave no está tanto en limitar el tiempo de uso de las pantallas, sino en poner atención al contenido que se consume. Se enfatizó, nuevamente, el papel de los progenitores a la hora de filtrar ese contenido y acompañar a los menores en su visionado, subrayando la peligrosidad de ciertos elementos, como la información facilitada en redes sociales. Y para muestra, un botón: gracias a la intervención de una madre, se destapó que miles de menores españoles habían tenido acceso a contenido pornográfico, homófobo y machista sin que ni los progenitores ni los educadores tuviesen constancia de ello.
El camino que transitan las familias debe ser revisado, sostenido y regulado, porque no cuentan con respuestas claras y accesibles sobre lo que verdaderamente deben hacer, ni sobre cómo ni cuándo hacerlo. Y su papel, como demuestra la ciencia y la propia sociedad, es fundamental.
En busca del término medio
Teniendo esto en cuenta, sería conveniente proveer a las familias de unas pautas claras y basadas en la evidencia científica. Y garantizar que dichos protocolos (ya sean regionales, nacionales o europeos) lleguen efectivamente a la sociedad. Porque prohibir el uso del teléfono móvil a los menores de 16 años no va a impedir necesariamente que accedan a este tipo de contenidos por otras vías.
Tal vez sea más recomendable “sembrar” para después “recoger”. Hemos facilitado tecnología de última generación a los menores con escasa o nula supervisión, y ahora muchos se plantean una prohibición férrea. Establecer pautas de educación dirigidas a todos los agentes involucrados en el bienestar de la infancia puede ayudar a encontrar un “término medio” aristotélico.
Un ejemplo es la prohibición del teléfono móvil en los recintos educativos para reducir el ciberacoso. Según algunos estudios, la medida ha funcionado. Pero quizás no sea suficiente. Sería además conveniente profundizar en las razones de por qué casi un 80 % de los menores afirma haber sido testigo de casos de acoso en sus centros educativos.
Es como si quisiésemos evitar la adicción a la heroína prohibiendo el uso de las jeringuillas. El teléfono móvil o internet no es más que un medio, un canal; el origen se halla en algo mucho más profundo. Quizás habría que hablar, de nuevo, y en más de un contexto, de valores. Podríamos llamarlo “civismo tecnológico”.
Urge que las instituciones competentes garanticen una estrategia común que abarque un plan de educación y difusión basado en argumentos científicos. Este debe ir dirigido a todos los garantes de un óptimo desarrollo de los futuros ciudadanos del siglo XXI: las familias, el entorno educativo y el ámbito sanitario.
Esther Rincón, Adjunct professor, Universidad CEU San Pablo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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