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La filosofía y el amor en tiempos narcisistas

La filosofía y el amor en tiempos narcisistas

Las relaciones amorosas han cambiado a medida que lo hacía la sociedad.

La forma en que nos relacionamos y enamoramos ha cambiado. Y no se debe solo a diferencias generacionales. También es consecuencia de cómo funciona nuestra sociedad. Vivimos en una época donde buscamos la máxima libertad y felicidad, pero, al mismo tiempo, nos mostramos escépticos frente a compromisos y sacrificios.

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Ante esta situación, nos preguntamos: ¿puede la filosofía ofrecer una visión profunda del amor que nos ayude a entender mejor cómo nos relacionamos?

El mito del amor platónico

Es muy popular la historia que Platón nos dejó sobre el amor romántico. Al principio, los seres humanos eran andróginos. Pero debido a un conflicto con Zeus fuimos divididos en dos: hombres y mujeres. Desde ese momento, nos sentimos desdichados e incompletos, pasando los días buscando a nuestra otra mitad, el ser que nos haría sentir completos de nuevo.

Este mito, que ha resonado a lo largo de la historia, acabó llevándose al extremo. Surgió la creencia de que los solteros no podían ser felices, y muchas personas se lanzaron a buscar relaciones estables y heterosexuales. Como resultado, a menudo las parejas infelices evitaban la ruptura, aferrándose al mito.

En la segunda mitad del siglo XX, a raíz del movimiento feminista y el movimiento LGTBI, se criticó el modelo platónico, acusándolo de ser responsable de muchas relaciones infelices.

Simultáneamente, se puso atención en la experiencia del enamoramiento, el inicio de la relación amorosa. El amor ya no implicaba una relación estable y duradera, sino placer momentáneo.

La transformación del sujeto amoroso

Para el filósofo francés Roland Barthes la persona enamorada no buscaba el mero disfrute: se entregaba totalmente a la experiencia amorosa. También sufría por exponerse demasiado. A cambio, era creativa y se expresaba a menudo artísticamente. Pero en la sociedad de Barthes, como en la nuestra, lo artístico se considera poco útil, poco rentable.

De hecho, a la persona enamorada se le menospreciaba por ser inestable emocionalmente. Era etiquetada como marginal e impulsiva, como si no pudiese controlar lo que le sucedía.

Pero para Barthes uno no puede controlar, ni saber, lo que es el amor: solo lo puede experimentar. Como escribió de manera brillante Julio Cortázar en Rayuela: “Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos”.

Hoy en día, en una sociedad altamente individualista, la búsqueda de relaciones se enfoca en el placer personal. Sin embargo, el amor no encaja con esa visión, pues es un encuentro auténtico con el otro. El amor implica exponerse y asumir un riesgo incontrolable, siempre sujeto a la posibilidad del fracaso. Y, al mismo tiempo, sugiere la promesa de un lugar mejor.


Katarzyna Grabowska / Unsplash

Una sociedad narcisista

El filósofo surcoreano Byung-Chul-Han plantea que nuestra sociedad se ha vuelto narcisista, más preocupada por el interés individual que por un encuentro auténtico con el otro. Vemos a los demás como extensiones de nosotros mismos.

Sin embargo, esta forma de actuar no es liberadora, sino fuente de depresiones y melancolía. Tales son los sentimientos que surgen cuando no salimos de nuestro propio mundo. La consecuencia de no atreverse a asumir el riesgo es perder la posibilidad de encontrarnos genuinamente con los demás.

El punto álgido de esta manera de relacionarse se refleja en el aumento del consumo de pornografía, donde el otro es un simple cuerpo disponible.

Verlo como una mercancía de usar y tirar fomenta las relaciones superficiales e ignora las dimensiones profundas de los demás, que pueden enriquecernos como personas y sobre quienes, además, tenemos responsabilidad afectiva. El trato meramente mercantil con el otro puede provocar que se sienta utilizado, no valorado y, tal vez, no valorable por los demás, lo que acaba empujando hacia una espiral de conflictos internos.

Además, hoy en día tendemos a planificar meticulosamente nuestras vidas. Las relaciones compiten con una agenda repleta de actividades, y en muchos casos no estamos dispuestos a renunciar a nada. Esto favorece que los encuentros no se desarrollen cara a cara, sino virtualmente, arriesgando lo menos posible.

Esto ofrece un acceso casi ilimitado a posibles relaciones, pero también genera frustración e insatisfacción. La constante sensación de que nunca es suficiente, de estar perdiéndose algo, convierte cada posible relación en algo provisional. Asimismo, el modelo social y económico nos impulsa a ver a los demás como recursos de los que disfrutar temporalmente.

Pero, como decía Kant, “el ser humano es un fin en sí mismo”, no un medio para conseguir otra cosa. Tal proceder atenta contra su dignidad. Y, además, el placer que esto puede ofrecer no es sino efímero.

Filosofía y amor como encuentro auténtico

La filosofía ayuda a pensar de forma crítica. Nos proporciona una perspectiva valiosa, al poner al descubierto los excesos de nuestra sociedad. También nos ayuda a pensar cómo actuar.

Una sociedad democrática debe apreciar lo diverso. Por tanto, debe considerar que vale la pena el compromiso de abrirse a los demás. Toda relación asume un riesgo. Pero no debemos dejar de relacionarnos por ello sino aprender cómo hacerlo. Por ello la educación es un pilar fundamental.

Por ejemplo, en el proyecto HUMANIZA_TRICS, en la Universidade de Vigo, establecemos un diálogo con el alumnado en el que nos preguntamos qué es lo deseable, qué es lo valioso y qué significa el cuidado, especialmente cuando se trata de nuestras relaciones y nuestro propio cuerpo.

La filosofía nos invita a construir una identidad menos narcisista y más integrada. Fomenta una forma de relacionarnos que valora más el disfrute compartido que el placer individual efímero. También nos invita a revisar nuestras relaciones y a abrazar la complejidad y la riqueza que surge de los demás. Considerar el amor como un encuentro auténtico con el otro nos encamina hacia una sociedad mejor.

Abraham Rubín Álvarez, Profesor de Filosofía. Especialista en pensamiento contemporáneo, Universidade de Vigo

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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