Kristin Scott Thomas lleva más de cuatro décadas frente a la cámara. La recordamos en clásicos como The English Patient, Gosford Park o, más recientemente, en la serie Slow Horses. Su carrera ha estado marcada por papeles que combinan fuerza, vulnerabilidad y elegancia innata. Sin embargo, tras más de cien créditos como actriz, decidió cambiar de lugar en el set y probar suerte detrás de la cámara. El resultado es My Mother’s Wedding, su ópera prima como directora y guionista.
“Fue emocionante, aterrador y maravilloso al mismo tiempo”, ha dicho sobre esta primera experiencia. “Nunca he sido tan feliz en mi vida como dirigiendo esta película”. Esa mezcla de vértigo y plenitud atraviesa todo el proyecto, que surge de un terreno muy personal: las memorias de su infancia y las pérdidas que marcaron a su familia.
Delante y detrás de la cámara
Scott Thomas no solo dirige My Mother’s Wedding, también interpreta a Diana, la madre que, tras dos matrimonios trágicamente interrumpidos, decide casarse por tercera vez. Frente a ella están Scarlett Johansson, Sienna Miller y Emily Beecham como sus hijas, tres mujeres adultas con vidas muy distintas, pero unidas por la carga de un pasado compartido.
La directora cuenta que trabajar con ellas fue una experiencia casi mágica. “Era como conducir un auto fabuloso con miles de botones”, describe. “Scarlett, Sienna y Emily podían cambiar de tono en un segundo, ser brillantes, discutir si hacía falta, y luego darme exactamente lo que buscaba. Fue increíble verlas transformarse en hermanas frente a mis ojos”.
Ese vínculo entre las actrices se volvió tan natural que, hacia el final del rodaje, incluso empezaron a parecerse físicamente entre sí. “Yo siempre las llamaba ‘las chicas’”, recuerda Scott Thomas. “Y de alguna manera, en la convivencia, empezaron a mirarse como verdaderas hermanas”.
Una historia nacida de la memoria
Aunque la película es una ficción, tiene raíces muy personales. Scott Thomas perdió a su padre, piloto naval, cuando tenía cinco años. Años después, también murió su padrastro en otro accidente aéreo. Cuando cumplió doce, había perdido a las dos figuras paternas de su vida.
Esos recuerdos, que durante años fueron resumidos por la prensa como su “infancia trágica”, encontraron ahora otra forma de narrarse. “Me cansé de leer siempre ese párrafo sobre la tragedia de mi niñez”, explica. “Sí, hubo eventos dolorosos, pero yo fui una niña feliz. Así que decidí escribir mi propia versión de esas vivencias, con humor y con el paso del tiempo que me permitió mirarlas desde otro ángulo”.
En la película, esas memorias aparecen en forma de secuencias animadas en blanco y negro, realizadas en colaboración con el artista Reza Riahi. Scott Thomas las describe como “pequeñas películas dentro de la película”, delicadas y transparentes, que dan vida a sus recuerdos sin caer en lo literal.
Escribir en pareja
El guión de My Mother’s Wedding fue coescrito con John Micklethwait, su esposo y reconocido periodista británico. Scott Thomas admite que la colaboración fue intensa, pero también muy productiva. “Yo sabía lo que quería en términos emocionales y de diálogos, pero John tiene un gran sentido de la estructura”, señala.
Ella misma se ríe recordando los choques creativos: “Le pedía que escribiera algo profundo y elegante, y luego yo lo traducía a un lenguaje que los personajes realmente pudieran decir. Hubo muchas discusiones, pero también mucha risa. Fue un proceso de matrimonio, en todos los sentidos”.
Micklethwait, por su parte, asegura que fue un aprendizaje conjunto. “Yo intentaba aportar datos históricos o dar un marco, pero siempre terminaba oyendo a Kristin decir: ‘Nadie hablaría así’”, recuerda.
La voz de una madre
En el centro de la película está la reflexión sobre la maternidad y la relación entre madres e hijas adultas. Para Scott Thomas, ese era un territorio que necesitaba explorar. “Convertirse en madre cambia todo en tu vida”, afirma. “Cada decisión, cada cambio, está marcado por tus hijos. Y ahora, con hijos adultos y nietos, quería contar qué significa ser madre de mujeres que ya tienen su propia vida”.
Esa mirada se cristaliza en una de las escenas más intensas, cuando Diana reúne a sus hijas frente a las tumbas de sus dos maridos y les recuerda que no deben vivir atadas a la idealización del pasado. “Es un discurso fuerte, casi un desahogo”, admite la directora. “Lo escribimos pensando en ese momento en que las hijas ya no pueden seguir escondiéndose detrás del recuerdo perfecto de sus padres”.
Dirigir después de actuar
Después de décadas trabajando con algunos de los mejores directores del mundo, Scott Thomas reconoce que dirigir era un paso natural, aunque no planificado. “He pasado mi vida observando cómo otros construyen historias en el set. Siempre estuve atenta, aprendiendo. Pero dirigir fue distinto: de repente tenía que cuidar a todo el equipo, no solo a mi personaje”.
Lo que más disfrutó, asegura, fue la creación de un ambiente cercano y casi doméstico en plena pandemia. El rodaje se organizó como una pequeña comunidad alrededor de la casa donde se filmaba. “Me recordaba al cine francés que amo, esos rodajes pequeños donde todos se conocen. Quería esa intimidad para mi primera película”.
Una lección sobre el pasado y el futuro
Al final, My Mother’s Wedding es menos una comedia romántica que una reflexión sobre cómo la memoria nos condiciona y cómo podemos reconciliarnos con ella. Para Scott Thomas, el cine fue la herramienta perfecta para transformar el dolor en relato. “Hasta que no compartes un recuerdo, hasta que no lo dejas ir un poco, no puedes seguir adelante”, confiesa.
Esa voluntad de soltar y de mirar hacia adelante está presente tanto en la historia de las hermanas como en el propio gesto de la directora al debutar detrás de cámara. Una mujer que ha interpretado a reinas, espías y amantes trágicas decidió finalmente contarse a sí misma, con humor, con ternura y con una honestidad que emociona.
Kristin Scott Thomas no busca compasión ni nostalgia. Lo que ofrece con My Mother’s Wedding es un ejercicio de madurez creativa: la oportunidad de ver a una artista que transforma sus memorias en cine y, al mismo tiempo, se transforma a sí misma como narradora.
“Fue un salto enorme, pero también el momento en que me sentí más viva en un set”, reconoce. Esa frase lo resume todo: después de tantos años prestando su rostro y su voz a las historias de otros, Scott Thomas encontró en la dirección su propio lenguaje. Y ese descubrimiento, más allá de las imperfecciones de una ópera prima, es lo que hace que My Mother’s Wedding importe.
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