¿Con cuál de estas afirmaciones se siente más identificado? “Cuando estoy realmente animado o enfadado, no suelo pensar en las consecuencias de mis acciones” o “Cuando estoy cabreado, intento no reaccionar de manera irreflexiva”. La primera de ellas muestra rasgos de “urgencia” (que podríamos definir como impulsividad emocional) y es una respuesta propia de una persona impulsiva, todo lo contrario que la segunda.
La impulsividad es un rasgo de la personalidad que se ha relacionado, desde hace décadas, con las adicciones a sustancias como el alcohol y otras drogas, especialmente en la adolescencia. En la actualidad, algunos componentes de la impulsividad también se vinculan con las adicciones “comportamentales” (a las redes sociales, a los videojuegos, a comprar). Aunque más que de adicciones, en estos casos se suele hablar de “uso problemático” dado que, al contrario que con las sustancias, existe un uso moderado que no supone ninguna consecuencia negativa para la salud.
La impulsividad y las adicciones
La impulsividad se mide a través de cuatro componentes: la “urgencia” (actuar sin pensar cuando se sienten emociones positivas o negativas intensas: es decir, ser impulsivo en las emociones), la búsqueda de nuevas sensaciones, la falta de constancia en una tarea y la falta de premeditación. Y no tienen por qué darse todas a la vez. Por ejemplo, una persona puede mostrarse impulsiva buscando nuevas sensaciones o dejando tareas sin acabar, y sin embargo controlar bien sus reacciones emocionales y las consecuencias que tienen.
Lo interesante es que las distintas combinaciones de estos componentes de la impulsividad se relacionan con diferentes tipos de adicciones. Por ejemplo, cuando un adolescente muestra mayores niveles de urgencia o impulsividad emocional, presenta más probabilidades de ser adicto al alcohol, incluso aunque muestre bajos niveles de búsqueda de sensaciones, falta de constancia o falta de premeditación.
La urgencia y el uso de videojuegos
Resultados recientes de nuestro grupo de investigación muestran que menores niveles de urgencia en chicos y chicas de entre 15 y 17 años se relacionan con mayor frecuencia de uso problemático de videojuegos. Que es exactamente lo contrario que sucede en la adicción al alcohol.
En cierto modo, lo natural es que si un adolescente se enfada o se alegra, actúe de forma un tanto irreflexiva en ese momento. Es algo común hasta que alcanzan la edad adulta, necesario para aprender a regular mejor sus emociones. Y lo que indica nuestro estudio es que precisamente cuando los adolescentes no se “dejan llevar” ante una situación emocional intensa –como un suspenso o un regalo inesperado–, tienen más probabilidades de hacer un uso abusivo de los videojuegos.
Además, en esta correlación entre bajos niveles de urgencia y mayor uso problemático de videojuegos influye mucho la existencia de problemas emocionales. Es decir, que cuando los adolescentes muestran algunos síntomas emocionales –como por ejemplo síntomas depresivos– y tienen bajos niveles urgencia, es cuando el uso problemático de videojuegos es más probable.
¿Cómo explicamos estos resultados?
Si a un chaval de 15 años le regalan sin esperarlo entradas para ver el partido de la final de su equipo favorito, su euforia debería llevarle a hacer algo inusual en él, como abrazar a su padre de manera efusiva. Nuestros resultados nos hacen pensar que, cuando los adolescentes no se emocionan ni reaccionan de manera impulsiva, tienden a sustituir esas reacciones espontáneas e irreflexivas por dedicarse actividades monótonas pero motivadoras como los videojuegos. Por eso, síntomas emocionales en la adolescencia como desgana y la falta de iniciativa deberían hacer saltar nuestras alertas. Especialmente si observamos una tendencia a “refugiarse” en las videoconsolas.
No se trata de evitar que usen los videojuegos: el reto es lograr que estos chavales encuentren actividades alternativas que los activen emocionalmente. Por ejemplo, escuchar un buen grupo de la música que les guste, unirse a un deporte colectivo o practicar ejercicio físico con algo de riesgo como la escalada. Necesitan encontrar las actividades que activen sus emociones para dejar de refugiarse en los videojuegos.
Consecuencias del uso problemático de videojuegos
La adicción a los videojuegos está incluida en los principales manuales sobre diagnóstico sobre salud mental bajo el nombre de Trastorno del Juego Online (inicialmente sólo contemplaba el juego online pero hoy se refiere a todo tipo de videojuegos, también no conectados a internet). Aunque aún son objeto de estudio, estos trastornos se relacionan con depresión, problemas de sueño, bajos resultados académicos y agresividad en la adolescencia, que es el periodo en el que más se utiliza este tipo de tecnología lúdica.
El porcentaje de adolescentes (tanto chicos como chicas) que presentan esta problemática ronda el 5 %. Entender por qué unos caen y otros no es fundamental para poder prevenir un uso excesivo que les perjudique.
Además de la importancia incuestionable del contexto –las horas de acceso u otros hábitos familiares como la lectura–, existen ciertos rasgos temperamentales, expresados desde el nacimiento, como la impulsividad que podrían ser precursores de esta adicción. Conocer los rasgos temperamentales, facilita identificar sobre qué y sobre quién prevenir antes de que el uso de videojuegos se convierta en un problema.
El objetivo, como casi siempre, no debe ser prohibir, sino educar.
Manuel Alcaraz Iborra, Profesor Titular en el área de Psicología Evolutiva y de la educación, Universidad de Zaragoza y Marta Modrego Alarcón, Profesora del área de Psicología Evolutiva y de la Educación. Universidad de Zaragoza., Universidad de Zaragoza
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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