Se apagan las luces de la sala, asciende el telón y una audiencia diversa y multitudinaria se mantiene en silencio durante dos horas para ver, sentir y vivir lo mismo que los personajes que se mueven sobre el escenario.
El teatro conecta con el público. Lo predispone a recibir su mensaje y además, como elemento lúdico y colectivo, es un excelente aliado para trabajar la igualdad. En él se pueden aplicar dos herramientas clave: el autocuidado y una reflexión sobre la transformación de la sociedad.
El proceso de creación artística y el resultado en sí también permiten analizar las construcciones sociales, mentales y psicológicas que estructuran una cultura concreta, como ya estudiaba la investigadora y dramaturga teatral Margarita Borja.
Contar historias para transformar las nuestras
Desde los inicios de la etnografía, la sociología y los estudios y diarios de campo, contar historias ha pasado de ser un hecho mágico social a tener un valor científico. La subjetividad del orador o la forma de narrar permiten analizar una sociedad, mostrando la importancia de los relatos como motor de cambio o aleccionamiento.
Hablar del teatro es hablar de esto. Y es también un proceso que da valor a la voz propia dentro de su representación colectiva. A través de la oralidad y el lenguaje simbólico y estético el espectador participa de un ejercicio consciente de escucha activa, algo que nos recuerda en todo momento que el teatro es una conversación.
Es en esa conversación donde buscamos la participación. Por esto, los asuntos personales se vuelven mensajes colectivos, los mensajes se transforman en conflictos teatrales que buscan resolverse y la implicación en la resolución transforma a los espectadores en agentes de cambio.
El teatro está vivo porque lo completan y transforman las personas participantes y el público. Todos ellos aportan, siempre, y aún sin saberlo, sus propias realidades.
Al visualizar una obra o escuchar una historia, se pretende entender la conducta narrada y cómo se interpreta, tener tiempo para pensar y repensar, huyendo de una cultura consumida con prisas. Desde esta perspectiva, el teatro es un laboratorio de múltiples experimentos sociológicos.
Las artes escénicas y la actividad teatral tienen, además, gran valor antropológico. El sociólogo canadiense Erving Goffman publicó en 1959 La presentación de la persona en la vida cotidiana. Ahí trata de analizar las interacciones sociales como una analogía teatral, donde los espacios sociales se convierten en espacios escénicos y los actores se predisponen para representar un simbólico papel dado (y estructurado) según lo que la sociedad espera de esa situación.
El juego del teatro
Desde su uso ritual al entretenimiento, el teatro no deja de ser una herramienta de liberación y expresión. Ayuda en la adquisición de habilidades que dotan a la personalidad de una profundidad más elaborada y a desarrollar el imaginario simbólico, la sensibilidad y el autoconocimiento (corporal y emocional), sobre todo en edades tempranas.
Para que los niños y niñas se hagan preguntas sobre la sociedad a través del autoconocimiento se utiliza el role playing. Se visualizan situaciones cotidianas y las rutinas propias de las figuras de apego, jugando de forma interactiva con la imitación de estas observaciones.
Es muy importante, por lo tanto, permitir este tipo de desarrollo lúdico. “El drama en la educación, como lenguaje total, potencia el desarrollo de múltiples facetas en el ámbito educativo” y, además, desarrolla en la infancia la capacidad de imaginación y transformación. Esto no quita, sin embargo, que haya potencial transformador cuando se acerca el juego y el teatro a edades más tardías, pues para los adultos volver a jugar es un acto de placer terapéutico.
Hemos de ser conscientes de cómo a través del drama se pone de manifiesto la capacidad de elaboración, el conocimiento que de sí misma tiene la persona, sus inhibiciones, el estado del lenguaje expresivo, corporal y verbal, su capacidad de integración social, etc. Conceptos como claridad verbal, tiempo, distribución espacial y la evolución de las relaciones están siempre presentes en la acción dramática, expresados además de forma espontánea.
Por esto es doblemente importante rescatar este juego dramático en la edad adulta y enfocarlo desde la empatía y la transformación social en pos de la igualdad.
El ensayo y el autocuidado
La galardonada directora de escena, artista plástica, dramaturga y escenógrafa Marta Pazos considera que ser artista es catalizar la pericia del arte en un ecosistema. Es ser consciente de cómo se hace y con quién se hace cada proceso creativo, pues esa consciencia provoca cambios importantes en el grupo de trabajo y en la reacción del público, de ahí parte la idea del autocuidado en el teatro.
En el teatro se busca un constante equilibrio entre lo que el personaje desea y hace, y lo que el actor o la actriz son capaces de mostrar actuando. Por tanto, es indispensable crear un espacio seguro en cada ensayo, donde, en el grupo que conforman la dirección, las personas que actúan y las colaboradoras, no haya penalización del ridículo, se cuiden los cuerpos, las mentes, las exigencias y los procesos creativos personales y colectivos.
Se confía en el compañero, en la compañera, y así se percibe el crecimiento propio. Se confía también en las figuras colaborativas que guían el proceso, como la persona que dirige el espectáculo y estará presente desde la gestación hasta el parto escénico de la obra en sí. Esto ha de hacerse sabiendo cuidar y cuidarse y teniendo el máximo respeto por las personas que desarrollan este proceso, como hacen gestoras como Mariana González Roberts.
En espacios que acogen procesos creativos colectivos en los que las personas se necesitan mutuamente para que el resultado artístico estético se realice, el cuidado propio y ajeno son esenciales para el desarrollo. No trabajar desde ahí es como querer entablar una conversación mirando a la pared.
La vida de la farándula y el espectáculo nos acercan a un nuevo paradigma social que toma el valor objetivo (digno de estudio) de una subjetividad poética, artística, que endulza el proceso de investigación científica y convierte el teatro en una herramienta indispensable para el estudio sociológico. Pero también nos ayuda a replantearnos el contexto sociopolítico, siendo el espectáculo final resultado de un hipotético experimento de transformación social y, por tanto, herramienta indispensable para trabajar la igualdad.
Inmaculada Díaz Gavira, Docente Universitaria, Lda. en Pedagogía y Doctorada en Artes Visuales y Educación, Universidad Internacional de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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