La anorexia nerviosa tiene la segunda tasa de mortalidad más alta entre las enfermedades psiquiátricas. Este trastorno mental se caracteriza por una restricción persistente de la ingesta de alimentos, un miedo intenso a ganar peso y una percepción distorsionada de la imagen corporal. Y aunque es más común en adolescentes y mujeres jóvenes, cada vez se ve más en edades tempranas, en hombres y en distintas culturas.
La mayoría de los fallecimientos ocurren por complicaciones físicas o por suicidio.
La anorexia nerviosa: un problema con muchas facetas
El problema va más allá de una simple pérdida de peso. El impacto físico y mental de la anorexia es profundo, y afecta tanto la calidad como la esperanza de vida de quienes la padecen.
A nivel mental, la anorexia nerviosa suele asociarse con ansiedad, depresión y otros trastornos del estado de ánimo, factores que dificultan la recuperación.
Desde el punto de vista físico, la falta prolongada de energía reduce la masa muscular y las reservas de grasa. Eso puede derivar en problemas graves como alteraciones cardíacas, pérdida de densidad ósea (osteoporosis) o desequilibrios hormonales, aumentando significativamente el riesgo de enfermedad y mortalidad.
En estas circunstancias de falta de energía y debilidad muscular, ¿qué es mejor, hacer reposo para evitar un mayor desgaste o practicar ejercicio físico? Hasta ahora había diversidad de criterios entre los médicos, pero las evidencias científicas inclinan la balanza a favor de lo segundo.
Cómo se trata la anorexia nerviosa
El tratamiento de la anorexia nerviosa es integral. Incluye una intervención médica para las complicaciones físicas, así como terapia psicológica para los aspectos cognitivos y conductuales. El problema es que suele funcionar solo a corto plazo ya que, debido a un fenómeno conocido como “puerta giratoria”, las tasas de recaída y reingreso suelen ser altas, lo que contribuye a que el trastorno se vuelva crónico.
Un momento clave en la recuperación es la transición del hospital –en personas ingresadas– a la vida diaria. Supone todo un reto, ya que implica que las personas con anorexia nerviosa deben adaptarse y recuperar hábitos saludables.
Hacer ejercico sin obsesionarse por el peso
Al no existir guías claras ni especialistas en prescripción de ejercicio, muchos médicos eligen enfoques conservadores como el reposo o la prohibición total o parcial de actividad.
Quienes aconsejan retomarlo, tampoco ofrecen pautas suficientes a los pacientes, por lo que reanudar la actividad física se convierte en algo improvisado, sin respaldo científico ni planificación nutricional ajustada. Con frecuencia, esto conduce a un patrón de ejercicio poco saludable, caracterizado por rigidez, obsesión y una motivación centrada en la preocupación por el peso y la forma corporal.
Este tipo de ejercicio, que suele emplearse como mecanismo de regulación emocional, carece de disfrute para el paciente y afecta negativamente a su bienestar psicosocial. Además, a menudo, se realiza a pesar de la presencia de lesiones o malestar físico. Alrededor del 31 % de los pacientes lo practican desde el inicio de la enfermedad, porcentaje que aumenta hasta un 80 % antes de la hospitalización.
La anorexia nerviosa: hacia un ejercicio físico saludable y supervisado
Para que el ejercicio físico sea una herramienta útil, debe planificarse y supervisarse con cuidado, con profesionales cualificados. El entrenamiento de fuerza es una de las modalidades más adecuadas, eficaz tanto para recuperar masa muscular como para mejorar la calidad de vida. Además, si está diseñado de forma correcta, el ejercicio mejora también aspectos psicológicos como la autoestima, la ansiedad, la imagen corporal o el estado de ánimo. Todo ello sin interferir negativamente en la recuperación nutricional.
El proyecto DiANa
Hay proyectos de investigación que aplican estos principios en entornos clínicos reales, como el proyecto DiAna. Esta iniciativa, que aplica un programa estructurado de entrenamiento de fuerza, tiene como fin integrar el ejercicio físico seguro y supervisado en el tratamiento de la anorexia nerviosa.
El protocolo evalúa la composición corporal, fuerza, función cardiorrespiratoria, actividad física y la salud mental.
Los pacientes que completaron el programa de fuerza de 10 semanas experimentaron cambios positivos en varios parámetros de la composición corporal, como el índice de masa corporal y la masa muscular, además, también en la fuerza (reducción del tiempo en la prueba “Sit-to-Stand”).
Pero, al margen de los avances físicos, el impacto más relevante se produjo en la salud mental. No solo hubo una disminución en la preocupación por la forma corporal y la alimentación, sino también mejoras en el malestar psicológico, reduciéndose tanto la somatización como la ansiedad. El ejercicio dejó de emplearse como medio para controlar el peso o como conducta compensatoria.
Los resultados refuerzan el valor del ejercicio físico supervisado como complemento del tratamiento de la anorexia y abren una puerta prometedora hacia una recuperación más completa.
Hugo Olmedillas Fernández, Profesor en el Departamento de Biologia Funcional, Universidad de Oviedo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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