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El 5G no está diseñado para el ciudadano de a pie, sino para la industria

El 5G no está diseñado para el ciudadano de a pie, sino para la industria

La industria es realmente el principal beneficiario de las virtudes de la tecnología de redes móviles 5G, encaminada a permitir comunicaciones entre máquinas, ya sean robots industriales, coches inteligentes o electrodomésticos, en nuestros hogares.

No hace tanto tiempo, apenas cuatro o cinco años, la tecnología de redes móviles 5G era protagonista indiscutible en el mundo tecnológico, medios de comunicación y prensa especializada. Se nos presentaba como la gran solución que habilitaría avances imposibles con generaciones anteriores: inteligencia artificial, internet de las cosas (IoT), industria 4.0, vehículos autónomos, etc. Pero también existía el temor de que no fuera más que hype, otra moda tecnológica sobrevalorada, un ejercicio de marketing sin un impacto real inmediato.

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Hoy el 5G ya está presente en nuestros teléfonos y, efectivamente, la percepción inmediata es que mejora nuestra conectividad, principalmente en ámbitos urbanos, pero apenas como una cierta mejora que no impacta decisivamente en nuestra percepción más allá de “algo mejor que el 4G”. No hay rastro de ese futuro tecnológico imaginado.

¿Era todo entonces, efectivamente, publicidad? ¿Era un ejercicio de nuestros operadores y fabricantes de teléfonos para abonar el terreno de una nueva generación a la que incluir en sus paquetes de productos y asegurar mayores ingresos?

La era de los datos

Hasta el aún dominante 4G, que sigue siendo nuestra principal tecnología de acceso a internet, la evolución de las redes móviles ha sido gradual. Cada generación introdujo mejoras que, con el tiempo, se integraron en nuestra vida cotidiana. Los móviles son prueba de ello, viajando desde aquellos primeros teléfonos analógicos que parecían sacados de grandes producciones cinematográficas, hasta los nuevos y sofisticados ordenadores de bolsillo.

Los primeros móviles analógicos que realmente llegaron a nuestras manos apenas servían para hablar sin tener que estar en casa para ello. Al hacerlos digitales, mejoró la calidad de las llamadas, y su electrónica digital nos dio pie a hacer uso de las memorias para, por ejemplo, incorporar la agenda. Ésta requería el uso del teclado y la pantalla, que a su vez trajo consigo la comunicación por texto: los mensajes de texto (SMS).

Un sistema digital con teclado y pantalla que estaba conectado a una red telefónica no tardó en incorporar un módem que permitió leer y enviar correos electrónicos y navegar por la red de forma aún muy básica.

A su vez, las pantallas evolucionaron a la par que las páginas web, que requerían mayor resolución, tamaño o capacidad de mostrar más datos. Y esos pequeños ordenadores integraron nuevos periféricos (GPS, cámara, etc.) y aplicaciones, con lo que la comunicación por voz dio paso a una era dominada por los datos, que es la principal característica de nuestra actual red móvil.

Una miríada de objetos conectados

Este desarrollo continuo nos llevó del 1G (que nunca llamamos así) al 4G sin grandes saltos, pero con una lógica clara de evolución. ¿Por qué entonces tanto revuelo con el 5G? ¿Qué pasó que no pasara cuando llegaron generaciones anteriores? Sencillamente, apareció en un contexto distinto: con un crecimiento explosivo del tráfico de datos móviles impulsado, especialmente, por el internet de las cosas, o IoT.

Ya no son solo personas conectadas, sino millones de objetos: coches, sensores, electrodomésticos, fábricas… Todo sostenido por una red que no estaba preparada para esa escala, que era una evolución de una red diseñada para hablar.

El 5G se diseñó para resolver tres grandes retos que las redes anteriores no podían afrontar. En primer lugar, disponer de un gran ancho de banda para manejar cantidades masivas de datos, como los que requieren la realidad virtual, el vídeo en alta definición o el análisis de big data. El segundo desafío es la conexión masiva de dispositivos, esencial en ciudades inteligentes, redes industriales o el propio IoT, donde miles de sensores y máquinas deben operar sin saturar la red. Y en tercer lugar, la baja latencia y alta fiabilidad es crucial en aplicaciones críticas que requieren una fiabilidad absoluta y donde el tiempo de respuesta debe ser casi instantáneo, como en vehículos autónomos, cirugía remota o control de drones.

Estos tres elementos, estandarizados por el llamado 3GPP (3rd Generation Partnership Project), conforman las diferentes soluciones técnicas que, en conjunto, constituyen lo que llamamos red 5G. Ninguno de ellos responde a las necesidades del usuario humano que circula por la calle con su teléfono móvil. Desde luego, se beneficiará de ellos, directa e indirectamente, pero la quinta generación de telefonía móvil no está diseñada para nosotros.

Es la industria, en sus diferentes formas, quien aparece como el gran destinatario final de las redes, públicas o privadas. Gracias a ellas, podrá, poco a poco, ir reemplazando el cable por medios inalámbricos.

Una industria sin cables

Los beneficios para la industria son múltiples. Por ejemplo, será posible añadir maquinaria o reorganizar procesos sin necesidad de nuevos cables. Solo requerirá mover las máquinas, sin tener que tender una nueva red. Se podrán mantener las necesarias robustez, fiabilidad y sincronización entre máquinas, además de aumentar la flexibilidad de producción. El 5G convierte estos escenarios en algo posible y eficiente: una oportunidad de primer nivel.

Hoy el coste de instalación de una red privada 5G no es competitivo comparado con el de una wifi –sistema de conexión inalámbrica en un área determinada–, pero sus prestaciones son muy superiores. Quienes ya han adoptado esa tecnología encuentran beneficios rápidos que justifican la inversión. Con el tiempo, como ha ocurrido con todas las tecnologías, el coste se reducirá, en parte gracias a su uso por el ciudadano de a pie.

Asistiremos a una generalización del uso del 5G en el mundo industrial que redundará de forma muy decisiva en un aumento de su competitividad. Es una transformación estructural que prepara nuestras redes para un mundo hiperconectado, dominado por las máquinas, los sensores y los procesos automatizados. Su verdadero potencial aún está por desplegarse, pero, cuando lo haga, marcará una diferencia tan grande que, mirando atrás, no nos pasará desapercibida.

Rafael González Ayestarán, Catedrático de Teoría de la Señal y Comunicaciones, Universidad de Oviedo

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.


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