Existe el cliché de que la filosofía, etimológicamente “amor por la sabiduría”, es dominio exclusivo de los profesionales aburridos, pero una mirada más cercana a las vidas de algunos de los grandes pensadores sugiere lo contrario.
Tomemos como ejemplo La República de Platón. Una tarde de verano, Sócrates y su alumno Glaucón caminaban desde el puerto del Pireo de regreso a Atenas, una distancia de seis millas (unos nueve kilómetros).
Mientras paseaban, disfrutando del buen tiempo y de una agradable conversación, se encontraron con un grupo de amigos que insistieron en que se quedaran para asistir a las celebraciones vespertinas: en el cartel figuraban carreras de caballos, además de bebida y comida. Sócrates y Glaucón aceptaron la invitación, y antes de participar en estos eventos, inician una conversación que resulta decisiva para la filosofía. Es fácil imaginárselos después de su erudito intercambio, sentados ante una buena cena y abundante vino griego.
El rey filósofo
Una de las propuestas formuladas en su conversación es la del rey filósofo, cuyo principio es que sólo se debe permitir gobernar a los más sabios entre los sabios, porque comprenden el significado de la buena vida y saben lo que necesita la ciudadanía. Cuando uno de los comensales pregunta a Sócrates si esto sería factible en realidad, responde que sólo si los filósofos se convirtieran en reyes, o si los reyes adquirieran la capacidad de filosofar.
Platón escribió La República en una etapa avanzada de su vida, cuando la experiencia le había desengañado de cualquier ilusión sobre la naturaleza humana; después de todo, había experimentado el derrocamiento de la democracia ateniense y el régimen de los Treinta Tiranos. Cuando la democracia se reinstauró años más tarde, Sócrates, su maestro, fue condenado a muerte por “impiedad”.
Platón tenía más experiencias negativas: fue llamado por el dictador Dionisio de Siracusa, quien no sólo ignoró sus consejos, sino que lo retuvo contra su voluntad en la ciudad siciliana durante varios años.
Meritocracia de la inteligencia
La tesis de Platón sobre los reyes filósofos es aún hoy es defendida por algunas personas en otros ámbitos: algunos colegas creen que el reconocimiento en el mundo académico debería basarse únicamente en lo que podríamos llamar la “meritocracia de la inteligencia”, en contraposición a las ventajas adquiridas por la riqueza, el nacimiento u otros aspectos relacionados con la suerte moral.
Discrepo de este argumento por tres razones. En primer lugar, algunos pensadores ven una relación entre la capacidad intelectual y la suerte moral, ya que nacer en un entorno próspero proporciona mejor acceso a la educación y a los medios para desarrollarse. En segundo lugar, lo encuentro arrogante y próximo al elitismo intelectual y planteamientos de exclusividad. En tercer lugar, porque hay muchos tipos de inteligencia y ésta es posiblemente el área más interesante a explorar.
Las inteligencias múltiples
Entre los académicos que han cuestionado los enfoques tradicionales para evaluar la inteligencia en las últimas décadas se encuentra Howard Gardner de la Universidad de Harvard, cuya teoría de las inteligencias múltiples critica las medidas tradicionales de inteligencia, como las pruebas de coeficiente intelectual, que no miden las capacidades cognitivas e interpersonales, la base de aprendizaje y desarrollo personal, y posiblemente de éxito profesional. Gardner sostiene que existen al menos nueve formas de inteligencia: espacial; lingüístico; lógico-matemático; corporal-kinestésico; musical; interpersonales; intrapersonal; naturalista; y existencial.
Los sistemas educativos tradicionales y las medidas del coeficiente intelectual han tendido a centrarse en la inteligencia lingüística y lógico-matemática. Esta puede ser la razón por la que tantos artistas y pensadores innovadores provienen de entornos no académicos, y por qué algunas personas exitosas tienden a no prestar mucha atención a la educación formal. Por ejemplo, algunos de los empresarios más importantes de nuestro tiempo, como Steve Jobs o Bill Gates, abandonaron la universidad.
Otros académicos han contribuido a la teoría de la inteligencia emocional, en particular Daniel Goleman en su libro homónimo que sigue siendo uno de los libros de gestión más populares de todos los tiempos. Para Goleman, no nacemos con inteligencia emocional; la desarrollamos y aplicamos mediante prácticas repetidas, como la autoconciencia, las habilidades interpersonales o la gestión de las relaciones (networking), todas ellas claves para la gestión.
Genética y entorno
Posiblemente haya conocido a personas con un alto nivel educativo que carecen de la inteligencia emocional necesaria para ser líderes. De manera similar, no faltan mujeres y hombres exitosos en todas las esferas de actividad con un coeficiente intelectual promedio, que han aprendido a desarrollar su inteligencia emocional y han llegado a la cima.
Es más, sabemos por investigaciones recientes que, a pesar de la insistencia anterior en que la inteligencia, medida mediante pruebas de coeficiente intelectual, es el resultado de la genética, según Richard E. Nisbett, “ahora está claro que la inteligencia es modificable por el entorno… los entornos educativos han ido cambiando de tal manera que han hecho que la población en su conjunto sea más inteligente, y de manera diferente que en el pasado”.
Además, sabemos por experiencia que las aportaciones de los profesores y la interacción con los estudiantes son clave para el desarrollo de las distintas formas de inteligencia.
Ampliar nuestra inteligencia
Conforme crecemos, hay múltiples formas de ampliar nuestra inteligencia. Mi experiencia en IE University es que personas con una amplia experiencia han desarrollado sus habilidades interpersonales, su capacidad para liderar o afrontar problemas complejos. Dicho esto, desarrollar este tipo de inteligencia entre altos ejecutivos y directores requiere cierta humildad, junto con apertura y voluntad de aprender cosas nuevas.
En resumen, si podemos encontrar formas de evaluar el talento basándose en otras formas de inteligencia, ampliaremos enormemente el grupo de solicitantes potenciales para las escuelas de negocios e identificaremos a los candidatos adecuados. También necesitamos desarrollar nuevos enfoques de enseñanza que desarrollen las habilidades empresariales y de innovación de los estudiantes de administración al mismo tiempo que sus habilidades de relación y liderazgo, una tarea que requerirá trabajar en estrecha colaboración con pedagogos y psicólogos, y cambiará la educación en administración. Volviendo a Platón, soy un firme defensor de incluir las Humanidades en los cursos de las escuelas de negocios.
Perfil ideal de líder
Hace unos treinta años, el Financial Times publicó el siguiente anuncio de trabajo ficticio, en relación con la búsqueda del CEO para IBM:
“Ejecutivo dispuesto a asumir el puesto de gestión más desafiante del mundo. Debe ser un líder natural, capaz de hacer decisiones difíciles, elevar la moral de 300 000 empleados y ganarse la confianza de millones de accionistas y clientes en todo el mundo. El conocimiento del ‘lenguaje informático’ es útil. Salario alto y negociable. Los beneficios incluyen el reconocimiento instantáneo en todo el mundo. Por favor, absténgase los consultores”.
Todavía utilizo el texto en mi curso sobre gestión estratégica para ilustrar el perfil ideal del director ejecutivo de una corporación internacional. Ganarse la confianza de millones de accionistas y dirigir una corporación global que vale más que el PIB algunos países requiere las habilidades de un líder mundial.
De manera similar, Umberto Eco escribió un artículo titulado: “El primer deber de los intelectuales: guardar silencio cuando no sirven”, en el que sostenía que los intelectuales no tienen un papel específico que desempeñar, al menos a corto plazo.
“Decir que son útiles a largo plazo significa que funcionan antes y después de eventos reales, pero nunca protagonizan esos eventos: un economista o un geógrafo podrían haber advertido sobre la transformación del transporte terrestre cuando apareció la máquina de vapor y podrían analizar los futuros pros y contras de esa transformación, o desarrollar un estudio cien años después para mostrar cómo ese invento revolucionó nuestras vidas. Sin embargo, cuando las empresas de diligencias quebraban y las primeras máquinas de vapor tomaban la delantera, (los intelectuales) no tenían nada que aportar o, al menos, mucho menos que un maquinista. Preguntar cualquier otra cosa a los intelectuales es como reprochar a Platón no haber encontrado un remedio para la gastritis (…) Lo único significativo que puede hacer un intelectual cuando su casa está en llamas es llamar a los bomberos”.
Eco satirizaba sobre la propuesta de Platón de que sólo los filósofos están preparados para gobernar.
No comparto el enfoque de Platón ni el de Eco. Más bien, creo que los intelectuales y académicos pueden mejorar la sociedad, y la historia puede proporcionarnos numerosos ejemplos. Sin embargo, los comentarios mordaces de Eco todavía son utilizados por críticos que acusan a los académicos de mirarse el ombligo, muy alejado del mundo real.
Y si Platón fuera hoy profesor en una escuela de negocios, nos podemos preguntar si habría tenido algo que decir sobre la gestión de empresas. Estoy seguro de que su consejo habría sido útil.
Una versión de este artículo se publicó en LinkedIn.
Santiago Iñiguez de Onzoño, Presidente IE University, IE University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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