La conducta suicida es uno de los principales problemas de salud a nivel mundial en la juventud. En España, es la primera causa de muerte no natural, incluso por encima de los accidentes de tráfico. Según datos del Instituto Nacional de Estadística de España, en el año 2020 se suicidaron 3 941 personas, de las que 300 eran jóvenes.
Cada vez son más los adolescentes que refieren deseos de morir, comunican su intención o realizan un intento de suicidio. Por ejemplo, en un reciente estudio realizado con adolescentes españoles, se encontró que el 17,8 % de la muestra había pensado en quitarse la vida, aunque aún no tuvieran un plan o solo fuera una idea.
En esta realidad tornadiza que nos ha tocado vivir, muchas cuestiones quedan aún por resolver. Una de ellas es, sin lugar a dudas, la puesta en marcha de un plan nacional para la prevención de la conducta suicida. Si damos por cierto que las personas jóvenes son nuestro principal capital presente y futuro, y sin que se suene a tópico, ya estamos tardando mucho en actuar.
Un dolor intolerable
No hay una única causa por la que una persona intenta poner fin a su vida. Es decir: no existe una causa necesaria y suficiente que determine tal conducta. Es una ecuación probabilística de la que forman parte diferentes parámetros, que se encuentran en continua interacción, y entre los que el sufrimiento tiene mucho que decir. La capacidad de pronosticar o predecir que nos dan los distintos factores de riesgo de conducta suicida es muy limitada.
Estamos ante un fenómeno complejo, un problema de la vida, donde la persona trata de buscar una solución a una situación vivida como límite, a una enorme dificultad que le provoca un dolor intolerable que no sabe o no puede resolver de otra forma.
Comprender las razones por las que un joven decide acabar con su vida puede ser muy doloroso para los familiares y, en la mayoría de ocasiones, escapa a nuestro entendimiento (avivado, además, por el estigma social). La conducta suicida surge como respuesta a un contexto biográfico y social determinado que el menor experimenta en función de sus circunstancias personales. Debemos recordar que “nadie se intenta suicidar sin una razón”.
¿Es posible la prevención?
Hay muchas formas de prevenir la conducta suicida. La primera y más obvia es mediante la (in)formación, la sensibilización y la concienciación. La evidencia científica muestra que no hablar del suicidio no conlleva que éste disminuya, más bien todo lo contrario. Hablar del suicidio (desde el respeto, con información veraz alejada del sensacionalismo y oscurantismo) ayuda a prevenirlo.
Otra estrategia es la promoción del bienestar emocional en toda la sociedad. La alfabetización emocional y la dotación de pautas de actuación a familiares y profesionales es la herramienta más eficaz de la que disponemos. Y lo es no solo para reducir las tasas de muerte por suicidio, sino también otro tipo de problemas como la ansiedad, la depresión, el acoso, etc.
Reducir el acceso a métodos potencialmente letales, o facilitar el acceso a tratamientos psicológicos con apoyo empírico, son otras actuaciones que ayudan a su prevención.
La respuesta tiene que ser holística, integral, inclusiva y multisectorial. Y, sobre todo, planificada y dotada de recursos. Todos somos corresponsables. Hasta usted, sí.
Variables asociadas
Uno de los abordajes clásicos en la prevención de problemas de salud pública es la reducción de factores de riesgo y la potenciación de factores de protección. No acometer directamente la conducta per se (recuérdese que toda conducta es contextual), sino reducir las variables asociadas con su incremento de aparición y, al mismo tiempo, fomentar las variables asociadas con su disminución.
Un factor de riesgo, por sí solo, no necesariamente tiene que ser un buen factor predictivo, ni tampoco indica necesariamente causalidad. Pero conocer estos factores permite intervenir antes de que ocurra ese posible suceso.
Factores de riesgo
En una reciente revisión se ha encontrado que los factores de riesgo de la conducta suicida en adolescentes se pueden agrupar en dos categorías.
Por un lado, estarían los factores de riesgo internos o más vinculados a las rutinas y a la conducta de la persona, tales como la falta de habilidades para resolver problemas, afrontamiento ineficaz de las dificultades, abuso del tiempo dedicado a utilizar los dispositivos electrónicos y los problemas de salud o estilos de vida poco saludables (desequilibrio nutricional, problemas menstruales o patrones de sueño y descanso alterados).
Por otro lado, los factores de riesgo externos consisten en problemas familiares y sociales: familiares, como los antecedentes de problemas de salud mental, y la presencia de conflicto familiar u otros estresores, como las dificultades económicas en las familias (situaciones de desempleo, por ejemplo).
Dentro de los factores externos, los problemas sociales que plantean un riesgo de acto suicida estarían vinculados a factores económicos, laborales, escolares (acoso escolar, por ejemplo) y políticos. Tanto unos como otros son factores que pueden tener una influencia significativa en la conducta suicida durante la adolescencia.
Factores de protección
En esta misma revisión, entre los factores protectores para la prevención de la conducta suicida destacan la reformulación de una vida con sentido (incluyendo la espiritualidad), buenos hábitos de salud y la calidad de las interacciones entre padres, madres e hijos: buena comunicación familiar, relaciones cariñosas y una adecuada supervisión de los adolescentes, que permita su desarrollo y autonomía al tiempo que establece límites.
Asimismo, las actividades de ocio, como el uso de los dispositivos, deben estar orientadas a fines saludables (contactar con amistades, consultar información), la lectura de libros o intereses como el cine. Estos también son factores protectores de conducta suicida.
Otras conductas de alerta
De forma más general, también se tiene que prestar atención a las siguientes situaciones:
- La percepción de ser una carga para sí mismo, para las amistades o para la familia.
- La pertenencia frustrada, esto es, la experiencia de sentirse solo o desconectado de amistades, familia u otros círculos sociales valiosos.
- El atrapamiento o la percepción de estar bloqueado, sintiéndose sin escape, sin posibilidad de rescate e impotente para cambiar aspectos de sí mismo.
- La desesperanza (atribuciones negativas sobre el futuro y la posibilidad de que las cosas cambien).
La prevención de la conducta suicida: una cuestión de todos
Debemos recordar que promover, proteger y cuidar la salud mental de toda la población, pero en particular de los más vulnerables, es un derecho constitucional. Las personas merecemos una atención psicológica accesible, inclusiva, pública y de calidad.
Todos somos corresponsables y podemos cumplir un papel importante para escuchar y apoyar a los adolescentes, ayudándoles a construir una buena sensación de pertenencia y una vida que merezca la pena ser vivida. Es hora de actuar.
Eduardo Fonseca Pedrero, Profesor titular de Universidad, Psicología, Universidad de La Rioja; Adriana Díez Gómez del Casal, Profesora área psicología, Universidad de La Rioja; Alicia Pérez de Albéniz Iturriaga, Profesora Titular de Universidad en el área de Psicología Evolutiva y de la Educación, Universidad de La Rioja y Susana Al-Halabí, Profesora de Psicología, Universidad de Oviedo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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