“Acabo de salir de una relación tóxica”, explica Carla a una amiga antes de empezar su clase en la ESO. Se trata de una expresión que empleamos habitualmente en los entornos sociales, ¿pero sabemos detectarla a tiempo?
Una relación tóxica genera un malestar crónico y destroza la vida cotidiana de una pareja. Impide que la persona pueda crecer y expresar libremente su afectividad. En la adolescencia es especialmente preocupante, porque en esta etapa resulta esencial relacionarse con libertad y vivir nuevas experiencias. La adolescencia es un laboratorio para ensayar relaciones afectivas.
En los casos más graves, una relación tóxica termina produciendo aislamiento y se convierte en una antesala para los malos tratos. A mayor dependencia, mayor probabilidad de violencia en el futuro de la pareja. La relación se convierte en una especie de cárcel voluntaria decorada con bonitas imágenes románticas: muchos corazones y lacitos rosas, pero sin libertad para vivir la propia vida.
Señales que van creciendo
Existen algunos indicios que pueden ir agravándose conforme avanza la relación en una escalada de toxicidad:
1. Sentimientos de malestar. Cada encuentro se convierte en una discusión. Una parte encuentra muy difícil hacer aquello que desea o tomar cualquier decisión, porque la otra es excesivamente dominante. A pesar de que la relación no funciona, estos problemas se normalizan.
2. Dependencia emocional. La persona dependiente no concibe su vida sin esa pareja o sin esa amistad. Se aferra a la relación, sin imaginar una existencia independiente. Tiene necesidad de este contacto, aunque sea fuente de sufrimiento.
3. Conflictos continuos. Las discusiones se multiplican y la relación acaba dominada por la ira. Cada vez hay mayor dificultad para realizar los deseos propios o para llevar a cabo cualquier actividad. En esta situación, una persona cede la iniciativa en favor de otra, que lleva la batuta. Con el tiempo, se renuncia a muchos hábitos y también se pierden relaciones con otras amistades y familiares.
4. Falta de comunicación. No existe respeto a las opiniones, ni interés en escuchar. Se ridiculiza y se llega a humillar en público al otro. Por esto, pueden aparecer sentimientos de miedo, inhibiéndose la expresión de ideas personales.
5. Mitos de amor romántico y creencias sexistas. Es la parte cognitiva en el caso de las parejas. El amor romántico supone que una persona necesita a otra para ser completa: es el mito de “tu media naranja” o “tu príncipe azul”. No obstante, las creencias sexistas son ideas heredadas, difíciles de detectar, presentes en el entorno.
6. Celos y culpabilidad. No hay que confundir los celos con el amor. Los celos no son muestras de afecto ni significan preocupación, solo buscan un control exclusivo. La persona celosa tiene miedo a perder al otro, al que llega a considerar suyo: es su “propiedad”. En realidad, el amor debe basarse en la confianza mutua, en la libertad para relacionarse de forma sana con otras personas, fuera de la pareja, sin miedo y sin culpa. Transmitir culpabilidad es una forma de chantaje emocional.
7. Control (sobre todo tecnológico). En una relación tóxica, una parte quiere conocerlo todo sobre la otra: a quién ve, con quién habla. Le revisa el móvil y conoce sus contraseñas. Vigila todo lo que hace en redes, cada minuto, hasta el más mínimo gesto. Un “me gusta” puede ser un motivo de conflicto. Por el contrario, en una relación equilibrada cada persona tiene un espacio propio.
8. Luz de gas. Consiste en negar siempre lo que la otra persona dice. Se ignoran todas las percepciones, se ponen en duda cosas que ha visto o recuerda, con el pretexto de que son absurdas. Al ser cuestionada de forma tan absoluta, la víctima puede llegar a dudar de su salud mental.
9. Violencia psicológica. Es la parte más invisible y sutil. La manipulación emocional resulta muy difícil de detectar desde fuera, por parte del entorno. Sin embargo, implica que la relación ha entrado de lleno en el ámbito de los malos tratos. Consiste en el aumento, en su intensidad y frecuencia, de todo lo anterior: controlar de forma obsesiva, humillar o desvalorizar permanentemente al otro, consiguiendo que baje su autoestima. Incluso se amenaza con divulgar imágenes íntimas en Internet.
10. Violencia física o sexual. En las primeras fases se pueden arrojar objetos, dar portazos, gritar, empujar, pellizcar… Después, se llega a otras agresiones graves, produciendo lesiones que requieren atención médica. La violencia sexual reviste diversas formas. La línea roja se cruza cuando no se respetan los derechos personales. Entonces se fuerza o se obliga a realizar actos no deseados, ignorando el consentimiento voluntario.
El botón rojo: detectar, parar y afrontar
Apretar el “botón rojo” de alerta sirve para que otras personas puedan intervenir y ayudar a tomar conciencia del problema. Es importante detectar una relación tóxica lo antes posible para, a continuación, adoptar una actitud de afrontamiento. Una vez identificadas las conductas disfuncionales, es necesario combatirlas con ayuda profesional.
La persona con dependencia emocional debe cambiar sus creencias erróneas por ideas más racionales y desarrollar estrategias de comunicación asertiva. El objetivo es que la persona se sienta respetada en sus derechos, hable con su propia voz y pueda vivir, en todo momento, la vida que desea. En resumen, debe adquirir habilidades de autocuidado.
José T. Boyano, Profesor Asociado de Psicología. Orientador Educativo, Universidad de Málaga
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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