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How to Train Your Dragon’: El mismo vuelo, sin nueva altura (reseña)

How to Train Your Dragon’: El mismo vuelo, sin nueva altura (reseña)

Hay algo profundamente paradójico en la nueva versión de How to Train Your Dragon. A primera vista, se trata de una actualización visual majestuosa, un despliegue técnico que reemplaza la ternura del trazo animado por la imponencia del realismo digital. Pero bajo esa superficie cuidadosamente recreada, persiste una pregunta incómoda: ¿es esto cine necesario, o apenas una fidelidad sin riesgo?

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Dean DeBlois, guionista y director de la trilogía animada original, regresa para adaptar —casi plano por plano— su obra más celebrada. A diferencia de remakes revisionistas como Cenicienta de Kenneth Branagh o el Peter Pan de David Lowery, How to Train Your Dragon 2025 no aspira a reinterpretar ni expandir su mito fundacional. Su ambición, si la tiene, es puramente formal: capturar con actores y entornos reales la misma narrativa que en 2010 transformó a DreamWorks Animation en un competidor serio frente al monopolio emocional de Pixar.

La estructura dramática no varía. Seguimos a Hiccup (Mason Thames), el joven vástago del jefe vikingo Stoick (Gerard Butler), quien, en un pueblo que glorifica la caza de dragones, no logra encajar ni como guerrero ni como hijo. Al herir a un legendario Night Fury, que luego bautizó como Toothless, Hiccup descubre que la violencia no es el único camino. La amistad improbable entre ambos sirve como núcleo emocional y motor narrativo.

Lo que sorprende es lo poco que ha cambiado en esta nueva entrega. DeBlois reproduce con precisión quirúrgica el mismo libreto, los mismos puntos de giro, e incluso las mismas soluciones visuales, solo que ahora filmadas en locaciones naturales y embellecidas con efectos digitales de última generación. Este grado de fidelidad —que recuerda al Psycho de Gus Van Sant— resulta admirable en términos técnicos, pero empobrecedor desde lo autoral.

En lo actoral, Mason Thames entrega una interpretación contenida y convincente. Su Hiccup conserva la fragilidad física del original, pero introduce matices que benefician al formato live action. La inseguridad, el deseo de validación paterna y la torpeza emocional son transmitidas con veracidad, aunque sin alcanzar el nivel de complejidad psicológica que otros coming-of-age recientes han explorado.

Su interacción con Toothless —creado con una mezcla impecable de CGI y puppeteering— es fluida, incluso emotiva. El mérito aquí no solo es del actor, sino de la dirección, que maneja con precisión los silencios, las miradas, y ese primer contacto que marca el antes y después del relato. La escena del “Test Drive” mantiene su estatus de secuencia icónica, con una puesta en escena que combina vértigo, descubrimiento y lirismo.

Nico Parker como Astrid cumple, pero no trasciende. Su personaje no ha sido sustancialmente reescrito para el nuevo formato. Sigue siendo la joven feroz, reservada y honorable, aunque la película no se detiene en explorar sus motivaciones o contradicciones. Hay química con Thames, pero se percibe algo forzada en su progresión romántica. La Astrid de 2025 no molesta, pero tampoco enriquece.

En cambio, Gerard Butler aporta una solidez inesperada a Stoick, quien, al abandonar su rol vocal y asumir presencia física, se vuelve más trágico. Butler interpreta a un padre rígido, desconectado emocionalmente, cuya evolución hacia la aceptación resulta más creíble y matizada en esta versión.

Donde la película sí justifica su existencia es en el plano visual. El trabajo de diseño de producción es minucioso: la aldea de Berk cobra vida con texturas orgánicas, vestuario creíble y geografía coherente. Las escenas de vuelo con Toothless son técnicamente deslumbrantes, y el uso de la luz —en especial durante los crepúsculos— otorga una dimensión lírica al viaje de Hiccup.

John Powell regresa con su partitura, y aunque los temas musicales son reconocibles, la nueva grabación orquestal aporta mayor cuerpo y dramatismo. En las secuencias más íntimas —como el primer contacto entre humano y dragón—, la música evita el subrayado y acompaña con sensibilidad. En las más grandilocuentes, como el clímax con la Reina Dragón, alcanza niveles de épica sin caer en lo pomposo.

Pero a pesar de sus virtudes técnicas, How to Train Your Dragon 2025 no puede evitar el lastre de la repetición. A diferencia de otros remakes que han cuestionado sus propios textos base (The Jungle Book, West Side Story), aquí no hay relectura, ni recontextualización, ni modernización. El guión no incorpora nuevas temáticas ni complejiza las existentes. No hay comentario sobre la masculinidad, la otredad, la ecología o la violencia sistémica más allá del ya presente en 2010.

De hecho, algunas de las decisiones que funcionaban en la animación resultan más torpes en el live action. La exageración cómica de personajes secundarios como Gobber (Nick Frost) o las proporciones caricaturescas del casco hecho con la armadura de la madre fallecida, se sienten fuera de tono cuando se colocan en un entorno más realista.

Uno de los debates inevitables ante remakes como este es el público al que apuntan. Los niños de 2010 hoy son adultos. ¿Necesitan una versión realista de lo que ya vivieron con intensidad emocional en la animación? ¿O se apunta a una nueva generación que no conectaría con una estética digital “anticuada”?

Cualquiera sea el caso, la película logra emocionar. No porque cuente algo nuevo, sino porque su núcleo narrativo —la amistad entre dos seres marginados por su sociedad— sigue siendo poderoso. En una época marcada por la fragmentación y el miedo al otro, How to Train Your Dragon ofrece una fábula de reconciliación y ternura que sigue vigente.

How to Train Your Dragon (2025) es una obra visualmente impecable, emocionalmente efectiva y narrativamente conservadora. Dean DeBlois ha entregado un trabajo elegante, sensible y respetuoso, pero también excesivamente cómodo. La fidelidad ha sido su bandera, pero también su límite.

Es, en definitiva, una película que vuela alto, pero sin cambiar de cielo. Para quienes amaron el original, será un reencuentro cálido. Para quienes lo desconocen, una introducción sólida. Para el cine, sin embargo, es una prueba más de que el remake solo vale la pena cuando se atreve a dialogar con su tiempo.


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