Cuando Pixar anuncia una película original, hay una mezcla inevitable de entusiasmo y cautela. En una industria que vive de secuelas, precuelas y multiversos repetidos, un título como Elio parece casi un acto de rebeldía. Pero lo que Elio propone no es solo una nueva historia. Es una afirmación emocional, cultural y profundamente política sobre la identidad, la soledad y el poder de pertenecer.
Dirigida por Domee Shi y coescrita con Madeline Sharafian, Elio se presenta como una aventura cósmica, pero se revela pronto como una meditación íntima sobre el duelo, la diferencia y la reconexión. Y en su centro, un niño dominico-mexicano que quiere irse de este mundo, pero termina descubriendo razones para quedarse.
Elio es, en muchos sentidos, un personaje fuera de lugar. No encaja en la escuela. No encuentra eco en su tía Olga, con quien vive tras la desaparición de sus padres. Y lo más importante: no siente que este mundo tenga espacio para alguien como él. Como muchos niños que han vivido pérdida o desplazamiento cultural, Elio construye una fantasía donde los alienígenas —y no los humanos— son los únicos que podrían entenderlo.
Lo que sigue es un giro clásico de Pixar: Elio es, accidentalmente, abducido por una coalición galáctica llamada el communiverso y nombrado, sin querer, como representante oficial de la humanidad. Desde ahí, se despliega un relato de aprendizaje mutuo entre especies, que al mismo tiempo sirve como una poderosa metáfora sobre la empatía, la inclusión y el valor de ser diferente.
Uno de los aciertos más importantes de Elio es su representación cultural. En palabras de la propia producción, tanto Elio como su tía Olga —interpretada por Zoe Saldaña— tienen herencia dominico-mexicana. Y aunque eso no es el centro del conflicto, es parte integral de su identidad visual y emocional.
Zoe Saldaña, de ascendencia dominicana, se convierte en una pieza fundamental de la historia no solo como actriz, sino como referente emocional. Su personaje, Olga, debe contener su afecto mientras lidia con un sobrino que parece huir incluso de ella. Pero Saldaña aporta una calidez sutil, una autoridad suave que matiza cada escena en la que aparece. En palabras de Sharafian, “Zoe nos ayudó a encontrar ese balance entre la firmeza y ternura. Olga debía ser un muro, pero también una puerta”.
Y ese gesto, el de mantener la herencia cultural sin convertirla en estereotipo, se siente como un acto de respeto. En la casa de Elio hay arte popular, texturas que evocan lo caribeño, detalles que no necesitan subrayado. Pixar no está tratando de educar, sino de representar. Y eso, en 2025, se agradece.
Una de las mayores sorpresas de Elio es su tratamiento del duelo. En lugar de abordarlo con solemnidad o melodrama, la película retrata el luto infantil como un proceso de alienación: Elio no solo ha perdido a sus padres, ha perdido el idioma emocional que le permitía relacionarse con el mundo.
El resultado es una obsesión por ser abducido. Pero más allá de lo literal, se trata del deseo profundo de escapar. De encontrar un lugar donde ser diferente no sea una carga. En esta necesidad, Elio conecta con películas como E.T., Contact o incluso Spirited Away, todas historias donde el otro mundo permite comprender el propio.
Domee Shi, quien ya había tocado la soledad y la presión familiar en Turning Red, dirige aquí con una sensibilidad afinada. “Todos nos sentimos como Elio alguna vez”, dijo. “Yo también era la chica rara del club de anime. Lo único que quería era encontrar gente como yo. Y Pixar se convirtió en eso”.
Uno de los puntos narrativos más potentes de la película es la relación entre Elio y Glordon, una criatura alienígena que al principio parece amenazante, pero que se convierte en el vínculo emocional más puro de la historia. En palabras de Sharafian, “Elio siempre asumió que quienes no se parecían a él no podían entenderlo. Y ese era su error.”
En Glordon, Elio encuentra lo contrario: una criatura absolutamente distinta en forma, voz y lógica, pero profundamente empática. Y ese es el mensaje más contundente de Elio: nuestras conexiones más verdaderas muchas veces vienen de lo inesperado, de lo diferente, de lo que al principio genera miedo.
En una rueda de prensa reciente, uno de los periodistas señaló que Elio parece una anomalía en el catálogo reciente del estudio. No es una secuela, ni una comedia. Tampoco es un musical. Hay elementos de aventura, de ciencia ficción e incluso de melancolía existencial. ¿Es eso una debilidad? Todo lo contrario.
Elio representa un riesgo creativo que Pixar necesitaba tomar. No porque el estudio haya perdido calidad, sino porque el público ha evolucionado. Los temas que plantea —duelo, identidad, pertenencia, aislamiento digital— son los temas que viven los adolescentes reales de hoy.
Domee Shi y Sharafian también reconocieron que en el desarrollo de Elio trabajaron con asesores en salud mental y organizaciones que tratan con niños en duelo. Nada está dejado al azar. “Sabíamos que era una historia delicada. Pero también sabíamos que hay chicos que necesitan verla”, dijo Shi.
El final de Elio, sin spoilers, no se resuelve con una batalla o una gran revelación. Se resuelve con un gesto. Con la capacidad de mirar al otro —humano o no— y decir “te veo”. Y esa es quizás la más humana de todas las lecciones.
“Este es un Pixar que aún cree que las películas pueden cambiar a quien las ve”, dijo una de las productoras. Y tienen razón. Como Inside Out, como Coco, como Up, Elio no solo cuenta una historia: nos invita a reconocernos en ella.
Y para muchos —niños solitarios, huérfanos emocionales, adultos que alguna vez se sintieron raros— ese reconocimiento es, en sí mismo, un acto de consuelo.
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